Comienza el soterramiento de la A-5: autobuses a la mitad y metro a rebosar

Lo más destacado es el desconcierto generalizado de los usuarios del transporte público de los municipios afectados: “Pasarán semanas hasta que nos enteremos de qué va la cosa”

Vista de la autovía A-5 a la altura de Campamento tras arrancar las obras de soterramiento de la A-5, este miércoles, en Madrid.Rodrigo Jiménez (EFE)

Las obras ya están aquí. Lo evidencia una línea continua amarilla que, desde este 15 de enero, limita el tráfico de la A-5 a dos carriles en ambos sentidos en el paseo de Extremadura desde el punto kilométrico 3+300 al 6+250. Los atascos no han sido tan importantes como se esperaba, pero sí el desconcierto generalizado de los usuarios del transporte público de Alcorcón, Móstoles y Navalcarnero, los municipios más afectados. “Pasarán semanas hasta que nos enteremos de qué va la cosa. Los letreros luminosos de los autobuses siguen poniendo que llegan hasta Príncipe Pío”, asegura Montse Benítez, de 43 años, profesora en un instituto de Argüelles que va de Alcorcón a Cuatro Vientos, donde se han registrado las aglomeraciones más importantes, sobre todo en la parada de metro.

En las carreteras, Alejandro Martín, portavoz de la DGT, asegura que el inicio de la fase ejecutiva de las obras tras tres meses de trabajos preparatorios no han tenido especial impacto. Sobre las 8.00/8.30 se ha producido un accidente en el enlace de la A-5 con la M-40 en Alcorcón, que sí que ha generado retenciones, “pero ese ha sido el mayor problema”. Dentro de la M-40, a partir de las 7.00 “han ocurrido retenciones poco significativas de un kilómetro y medio o dos en el entorno de Campamento. Lo máximo ha sido tres kilómetros de tráfico lento de entrada por el corte de los dos carriles”.

La actividad comienza a medianoche del martes. Varias cuadrillas de operarios con uniformes reflectantes se dejan ver a las once de la noche por la A-5 desde la estación de Batán. “La primera piedra de cualquier obra siempre es un cono”, asegura Daniel Stir, de 40 años, “pintor de carretera especializado en señalización”. Stir, que nació en Rumanía, atiende a las indicaciones de un municipal que traza el plan sobre el capó de su coche, aunque él tiene claro su cometido: “Voy a dejar esto impecable. Esta es mi noche”. Así, sentado en la parte trasera de una furgoneta descapotable, deja caer con mimo cada tres líneas discontinuas uno de los 400 conos que debe colocar “casi hasta Príncipe Pío”.

A las 7.20, en la avenida de las Retamas de Alcorcón, los autobuseros están “en fuera de juego”. “Nos estamos enterando de lo que pasa por lo que vemos. No hay nadie bien informado”, se queja J , de 36 años, que lleva unos cuantos como conductor de la línea interurbana 516. Arriva —que gestiona casi todos los autobuses que conectan con el sur— ha prohibido “terminantemente” hacer declaraciones.

“Quieren controlar lo que se dice”, asegura J. , está sorprendido por el “desmadre” de Cuatro Vientos. “Esto nos va a afectar una barbaridad. Mira cómo voy yo, prácticamente vacío: 18 pasajeros y antes eran 80. Arriva nos ha dicho que vamos a tener casi 40.000 usuarios menos al día, antes llegábamos a los 110.000″, cuenta J., a quien le preocupa que la empresa se plantee despidos. “Como suceda, seremos nosotros los que cortemos la A-5″, reivindica ante el aplauso de una señora. En cambio, en la parada de taxis de Alcorcón central, Darío Mohedano, de 48 años, celebra la obra: “Nos da trabajo, no paramos de salir. Los buses no llegan a Madrid, pero nosotros sí, los que van tarde están cogiendo taxi a la desesperada”.

Cuatro Vientos, el punto crítico

Cuatro Vientos es un cruce de caminos que no se sabe muy bien a dónde van. Deyanira Rodríguez acaban de enterarse de las obras. “¿Cómo que el autobús no me lleva a Príncipe Pío?”, pregunta a un trabajador con chaleco como Cristian Macías, del Consorcio, que apunta uno a uno los viajeros que llegan en cada autobús. “¡32, Christian!”, grita un compañero.

“Es muy confuso, los autobuses de la misma línea no están coordinados. Tan pronto vienen tres seguidos como que tardan 20 minutos. Las personas están desesperadas. Esto es un embudo, a partir de aquí comienzan los cortes y de ahí para adelante nadie sabe nada”, dice Macías señalando el atasco a Madrid. Se ha dado el caso de autobuseros que, por desconocimiento, se han vuelto a Alcorcón o Móstoles con usuarios dentro que debían bajar en Cuatro Vientos.

La entrada del metro está llena de informadores con chaleco amarillo, más de 20, para resolver dudas. Por ejemplo, las de Miguel Ángel Díaz, que vive en Arroyomolinos y trabaja en Madrid. “Esto es un desastre”, dice. Su preocupación es que, con horario partido, le sea difícil “ir y regresar” a casa a media tarde. Por las escaleras mecánicas, tan pronto no baja nadie como aparecen 100 personas. “Se ha multiplicado la afluencia”, dice el responsable de la estación. Por suerte, los trenes pasan cada dos minutos.

En la C-5 de Cercanías, de Móstoles a Atocha, a media mañana la frecuencia disminuye y Mercedes, que no quiere dar su apellido, se impacienta: “Es una vergüenza”. Lleva casi 10 minutos esperando en Móstoles, aunque reconoce que ve las mismas personas que todos los días y que “la espera” es la misma.

En las marquesinas de la plaza Juan Carlos Argüello de Aluche, 40 vecinos se colocan ansiosos antes del amanecer. El autobús parece que nunca llega. En 20 minutos han pasado dos, pero con el cartel de “sin servicio”. La línea 36 y la 39 siguen parando allí como hacían antes. Además, con bastante frecuencia. El atasco está en el sentido opuesto, de entrada.

Ana Soria vive en Alto de Extremadura y lleva a sus hijos a clase en coche a Batán. No ha sufrido el tráfico: toma un camino secreto que no revela. Se queja de que se ha enterado por un grupo de padres del colegio. “El Ayuntamiento, hasta ayer, cero avisos. Ahora han colocado en alguna marquesina un cartel”. Lleva años esperando estas obras: “Cuando me enteré de que empezaban no me lo creía. Pensaba que no se haría nunca”. Ahora surge otra preocupación: “Es un barrio obrero. En cuanto se ponga en paseo verde, ya verás lo que tarda en gentrificarse”.

Para Campamento, el inicio de las obras deja un sabor “agridulce”, indica Andrés Piñeiro, portavoz de la asociación vecinal, porque allí solo se soterrarán 200 metros. Piñeiro cree que el plan de movilidad “es una clara apuesta” por el coche. “Se han cargado el carril de transporte público y de los carriles para vehículo privado solo han quitado uno”. Los vecinos de la zona que quieran ir al centro tendrán que coger el metro en dirección opuesta hasta Cuatro Vientos y allí coger un bus. “¿Quién sale perjudicado? El usuario de transporte público, como siempre”.

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