Salvo la cabeza, en esta unidad especial de La Paz se reimplanta de todo
El equipo especializado en amputaciones en el hospital madrileño realiza 30 cirugías al año con un 90% de éxito, pero preocupa el incremento de casos con jóvenes por acciones violentas
No sabes lo importante que es el dedo pulgar, hasta que lo pierdes. Gonzalo Santamaría, de 34 años, se encontraba un día de verano de 2016 poniendo a punto su moto justo antes de sus vacaciones. Cuando estaba desengrasando la cadena en un garaje de Fuenlabrada (Madrid), esta lo atrapó. Él solo recuerda sangre, y ser consciente de que algo había salido volando. “Me miré la mano, la envolví en un paño y le dije a mis amigos: ‘Aquí falta algo y tiene que estar por aquí, hay que buscar un dedo”. La puntita del pulgar estaba po...
No sabes lo importante que es el dedo pulgar, hasta que lo pierdes. Gonzalo Santamaría, de 34 años, se encontraba un día de verano de 2016 poniendo a punto su moto justo antes de sus vacaciones. Cuando estaba desengrasando la cadena en un garaje de Fuenlabrada (Madrid), esta lo atrapó. Él solo recuerda sangre, y ser consciente de que algo había salido volando. “Me miré la mano, la envolví en un paño y le dije a mis amigos: ‘Aquí falta algo y tiene que estar por aquí, hay que buscar un dedo”. La puntita del pulgar estaba por el suelo. Al ver que su miembro estaba a salvo, entró en una nebulosa en la que le cuesta recordar detalles. En la ambulancia preguntaba a la sanitaria si el dedo “estaba salvable”. “Yo creo que sí, cosas peores he visto”, le contestó ella. En el hospital de La Paz conoció al doctor César Casado. “Fue como ver llegar a un superhéroe, se puso a mirar los informes y mi dedo y dijo: ‘Venga vamos a ello”. Ahora, el único recuerdo que queda en su cuerpo de aquella amputación son un par de cicatrices en el brazo de las que el doctor extrajo piel para colocarla en el dedo. “Mi vida con un muñón habría sido muy diferente”, sentencia.
En España hay cuatro unidades altamente especializadas en reimplantes de miembros amputados, una de ellas es la de La Paz, que lleva operando desde 2008. Las otras son la del Hospital Universitario de Burgos, el Virgen del Rocío (Sevilla) y el de Sabadell (Barcelona). La de Madrid realiza de media unas 30 intervenciones de este tipo al año. Se trata de intervenciones muy largas en las que influye en gran medida el estado en el que llegue el miembro seccionado. “Te puedes tirar siete horas en el quirófano para volver a colocar un cachito de dedo, pero tú querrías que lucharan por tu chachito, ¿verdad?”, pregunta el doctor Casado, que se empapó de todo esto de las amputaciones en casa. Su padre, del mismo nombre, fue el médico que estuvo al frente del primer macroimplante en España. Se trató del empleado de una serrería que se cortó el brazo el 7 de octubre de 1980. Casado padre lo operó en el hospital Virgen del Rocío. ”Conmigo no hacer tonterías”, les advirtió el paciente antes de ser anestesiado.
En los 16 años que lleva en funcionamiento esta unidad, los doctores y enfermeros han ido sumando historias, aunque ya empezaron con casos bastante increíbles. A una de sus primeras pacientes le había arrancado el brazo un caballo de un mordisco. En otra ocasión, recibieron a un hombre que había perdido ocho dedos trabajando en su jardín y unas horas más tarde llegó el vecino de ese hombre con un dedo seccionado porque también se había puesto a trabajar en el jardín de su casa.
“Perder un trozo de cuerpo es un acto dramático, pero para nosotros el dramatismo tiene que desaparecer y convertirse en preparación técnica y protocolo. Desde el principio tenemos que ver si una extremidad va a ser funcional en el futuro y el paciente tiene que saber lo que puede pasar y lo que no. Eso solo se consigue con un centro altamente especializado”, explica el doctor Aleksandar Lovic, responsable de la Unidad de Mano y Miembro Superior del Servicio de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora.
Cuando una extremidad se separa del cuerpo, las decisiones tienen que ser rápidas, pero meditadas. “No se valora poner las cosas por ponerlas, sino que hacemos una proyección de qué va a pasar con ese paciente”, señala el doctor Francisco Leyva, Jefe de Servicio de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora de La Paz. Pasadas seis horas no se puede reimplantar un brazo, por ejemplo, y menos si este se encuentra en malas condiciones. Por eso, desde el principio hay que tener muy claro cuándo tiene sentido volver a colocar la extremidad perdida, algo que no siempre es aconsejable, aunque sea técnicamente posible.
Una noche de julio de 2012, llegó al hospital un hombre de 22 años sin brazo. Lo habían llevado hasta el hospital 12 de Octubre y, una vez allí, lo derivaron a La Paz. Cuando llegó al doctor Casado se encontró con la extremidad seccionada, pero nada que reimplantar. La había perdido en un túnel de Madrid cuando iba en coche, sacó el brazo por la ventanilla y se lo cortó un quitamiedos. En el tiempo en el que tardaron en estabilizarlo, llegó la policía con el miembro seccionado. Los agentes lo habían encontrado en la calzada, después de que varios vehículos hubieran pasado por encima. “En ese caso el reimplante no fue exitoso por el estado en el que estaba la mano”, se lamenta Casado.
Los casos más habituales que se tumban en su sala de operaciones son pacientes víctimas de accidentes de tráfico y laborales. Especialmente estos últimos, ya que las mutuas casi siempre derivan a esta unidad especializada. “Estas intervenciones cuestan mucho dinero y las compañías privadas cada vez las hacen menos. Necesitas mucha infraestructura y equipos y una disponibilidad de 24 horas, algo que solo ofrece un centro como La Paz”, indica el doctor Leyva. Las preguntas y reacciones de los pacientes también se pueden clasificar por categorías. El motero siempre pregunta en primer lugar cuando va a poder volver a subirse a su moto. El carpintero admite como parte de los riesgos de su profesión perder un dedo y no lo encuentra tan traumático. El autónomo quiere saber cuándo se puede reincorporar a su negocio. A la hora de responder a estas preguntas, lo importante es ser siempre realista. “Nadie puede prometer nada después de un reimplante. Si no llegas a un nivel de funcionalidad que has prometido, eso sí que es un golpe psicológico”, plantea el doctor Lovic.
En el abanico de causas que están en el origen de las heridas que tratan en esta unidad, en los últimos años se ha abierto paso una nueva: los miembros seccionados por machetes y otras armas blancas. Una extremidad les llegó recientemente envuelta y conservada en frío gracias a una botella de vodka y una bolsa de frutos rojos congelada. “Empiezan a ser más frecuentes de lo que nos gustaría”, admite el doctor Leyva. En menos de una semana este verano, dos pandilleros, uno de ellos menor, sufrieron sendas amputaciones en reyertas con integrantes de la banda rival. Uno de 15 años perdió la mano en un enfrentamiento en Arganzuela por un machetazo y otro en Puente de Vallecas vio como casi le seccionaban un brazo. En marzo fue condenado un trinitario que agredió a un grupo de chavales de forma tan salvaje que dejó sempiamputada una mano y un 97% de discapacidad.
Pero en esta unidad hay un paciente que recordarán siempre. El 23 de junio de 2013 llegó Salvador Rodríguez, de 62 años. Le basta con mirarse las piernas para regresar a esa tarde de verano en la que se puso a trabajar con una máquina agrícola con cuchillas en el huerto de su padre en Arroyomolinos. En un despiste, el aparato enganchó las dos extremidades inferiores. En la izquierda provocó una fractura de tibia y peroné y en la derecha una sección casi total en la que solo se salvó el nervio tibial, fundamental para permitir el movimiento de los tobillos, los dedos y el pie.
“Recuerdo a mi padre al lado y yo tratando de tranquilizarlo, no tengo consciencia del dolor y tampoco del viaje en el helicóptero del Summa hasta el hospital. Cuando unos días después vino a visitarme una de las sanitarias que me atendió en el accidente, le dije: ‘Con las ganas que tenía de ir en helicóptero y para una vez que lo hago no me acuerdo”, cuenta Rodríguez más de una década después en una terraza de su barrio, Carabanchel. De lo que no es consciente es de que le trasladaron al hospital con las cuchillas para sacarle las piernas de la máquina ya en quirófano, con la ayuda de los bomberos. Al despertar, lo primero que hizo fue incorporarse y al ver las piernas aseguró en voz alta: “Voy a volver a caminar”.
A esa afirmación sus familiares reaccionaron con prudencia, pero él se mantuvo firme. También reconoce que hubo momentos de bajón. “Del proceso recuerdo todo, desde el celador que me ponía música cuando me tenía que ayudar a ducharme, a los días de rehabilitación en los que sentía que no había habido progreso”, rememora. Pasados los 50 tuvo que aprender a volver a caminar. Ahora le queda una cojera casi imperceptible, pero viendo la máquina en la que quedaron atrapadas sus extremidades, cuesta creer que esas dos piernas se mantengan en pie. Cuando le sucedió el accidente, trabajaba como empleado de limpieza en una empresa. Su trabajo exigía a veces colgarse por las fachadas para limpiar cristales y ese empleo era incompatible con sus secuelas. De modo que encontró otro como empleado de seguridad de un aparcamiento y ahora es conserje en un edificio del centro.
El equipo que operó a Salvador, con César Casado a la cabeza, está orgulloso de esa intervención como lo está un artista de su mejor obra. “Fue difícil decidir si poníamos la pierna, porque el reimplante puede acarrear problemas serios”, reflexiona el doctor. Pero viendo a su paciente caminar tantos años después, concluye que “tantos malos ratos” que vivieron durante la recuperación “han merecido la pena”. Pese a eso, el médico se despide con un consejo de precaución: “Manos dentro del coche y prohibidas las sierras radiales en casa”.