El desahucio de Marina López condena a la mujer de 94 años a terminar su vida en una residencia: “Gritaba que la mataran ahí adentro”
Un aparatoso despliegue policial ha ejecutado la orden de desahucio contra la inquilina de Lavapiés por un impago que asciende a los 12.000 euros. La pensión no contributiva que recibe es de 517 euros
Un día antes de perder su casa, Marina López no imaginaba lo que se le venía encima. Descansaba en su cama, totalmente ajena al lío judicial que ha amenazado con dejarla en la calle durante los últimos meses. Su piso en Lavapiés no lucía en absoluto como una vivienda a punto del desahucio: no había cajas en ninguna parte, no había enseres embolsados y el sinfín de cuadros que adornaban la vivienda permanecían colgados en las paredes. Sus allegados habían decidido mantenerla al margen del desolojo para no agravar las complicaciones de salud que padece a causa de una bronquitis crónica por la que estado hospitalizada dos veces este año. “Ahora dizque me quieren sacar de aquí”, decía este martes por la tarde a EL PAÍS, como si el tercer intento de desahucio programado para las 9.30 de este miércoles, fuera aún una posibilidad remota. A la mañana siguiente, López salió del bloque amarrada a una silla que empujaba una trabajadora del Samur social, después de resistirse con todas sus fuerzas a dejar la casa que habitó por casi cuatro décadas. La inmobiliaria GUIGA SL, propietaria de todo el bloque, optó por resolver en los tribunales el impago de la inquilina, que acumulaba una deuda cercana a los 12.000 euros tras cerca de dos años sin abonar el alquiler. La mujer argumenta que solo tiene una pensión no contributiva de 517 euros, insuficiente para pagar los 650 euros de mensualidad. En el primer trimestre de este año, 725 viviendas han sido desahuciadas en Madrid por impago, según el CGPJ.
Alba Marina Milagros López (Santa Clara, Cuba, 94 años) es pintora autodidacta y arquitecta graduada de la Universidad de La Habana en 1961. Durante los años que trabajó en su país natal, participó en la construcción de algunas obras públicas como el parque Fe Del Valle en pleno centro de La Habana, aunque nunca se sintió cómoda con el Gobierno de Fidel Castro, que abocó a su familia a la diáspora. Al ser la menor de seis hermanos, tuvo que cuidar de sus padres, Cándida y José, durante la enfermedad y hasta su muerte, mientras todos sus hermanos migraban hacia Estados Unidos.
Marina tuvo que esperar hasta cumplir los 51 años para iniciar los trámites de salida de la isla, debido a una normativa que prohibía a profesionales graduados salir del país hasta la jubilación. “Cuando ya estaba madura la cosa”, se embarcó hacia el otro lado del Atlántico. Llegó a España en 1985 en busca del asilo político y dispuesta a comenzar una nueva vida con 55 años. Intentó homologar su diploma. “Me dijeron que tenía que estudiar cuatro años, que era lo mismo que repetir la carrera”, recuerda. Ante la imposibilidad de convalidar su título, comenzó a crear y vender postales navideñas.
Algunas de sus creaciones de aquel tiempo aún las conserva en un álbum de pasta dura color café, que compartió con EL PAÍS en la intimidad de su casa la noche antes del desahucio. Postales de Nochebuena, separadores para libros con diseños orientales y haikus o impresiones sobre papel de fumar con una técnica descubierta por ella son algunos de los trabajos con los que se ganó la vida en su primera etapa en España. En esa carpeta de recuerdos también hay un curriculum vitae amarillento y escrito a máquina en el que se puede leer: “El curso de la revolución imperante en Cuba desde 1959 me impide ejercer la arquitectura desde el punto de vista estético-humanista”. Otro apartado precisa: “No participé en exposiciones de pintura en Cuba, me invalidaba para ello el que no hiciese pintura comprometida a la política”.
Algún tiempo después, la arquitecta cubana encontró un empleo en B. “No pude ejercer más que como ayudante de un constructor”, ha explicado Marina desde el sillón de su dormitorio. Como suele suceder en el empleo sumergido, los horarios eran excesivos, las tareas inabarcables y el trato poco cordial, por decirlo de la manera más cordial posible. Su jefe de ese tiempo la llamaba “la cubanita” con cierto tono despectivo.
Un hospedaje fue el primer techo de Marina al aterrizar en Madrid. En él, durmió los primeros meses hasta que ganó una beca por 150.000 pesetas, que usó para alquilar el piso de la calle del Doctor Fourquet en el que ha vivido hasta este miércoles. Tantos años en Lavapiés le han merecido el cariño de sus vecinos, como Angelina y su hija, que aún le compran cuadros de vez en cuando; o como un vecino de la tercera planta que prefiere que su nombre no se publique y que le ayuda con los papeles de la seguiridad social o le lleva una crema de verduras que a Marina le fascina. Los vecinos ya habían paralizado el segundo intento de desahucio el 7 de junio, pero sabrían que un tercero sería imposbile de frenar.
Como mal presagio de lo que iba a ocurrir este miércoles, la Policía Nacional cercó la calle del Doctor Fourquet desde las 6.45, tres horas antes del lanzamiento. Nueve furgones policiales cortaron la circulación.La llegada de la comisión judicial y el Samur social a las 9.20 avivó al grupo de vecinos y colectivos que observaba la escena desde el control de seguridad en el extremo de la calle. Gritaban consignas como “este desahucio lo vamos a parar” o “vergüenza”.
Los policías en los portales aledaños impedían la mirada curiosa de los vecinos o el paso de los allegados a la anciana que querían acompañarla. En uno de esos portales, el del número 31, se ha quedado atascada Carola Yagüe, de 51 años, amiga de Marina hace más de 20 y a quien la anciana define como su mano derecha. De nada sirvieron las explicaciones al corpulento agente para que la dejara asistir a la nonagenaria en la evacuación del inmueble. “Ya hay profesionales que lo pueden hacer mejor que usted”, le ha dicho el uniformado. “Ella necesita a alguien conocido, necesita calor humano”, ha respondido Yagüe, antes de que otro agente le replicará con cierta ironía: “¿Entonces si el día de mañana la tienen que operar, usted va a ser la encargada de operarla?”
El sobrino de Marina, Alejandro López, ha sido el único allegado que entró en el inmueble con la comisión judicial. Pasadas las 10.00, el hombre fue sacado por la Policía, que también desalojó a la delegación del Samur Social. “Había más de seis policías dentro del piso, se han puesto muy agresivos con ella y ella estaba desesperada, no se lo creía, estaba gritando que tenían que matarla ahí adentro. Nos han sacado para que no haya testigos de cómo la están tratando”, ha narrado el López, mientras se llevaba las manos a la cabeza y caminaba de un lado a otro con nerviosismo. Un par de amigos de la anciana han podido entrar a por la ropa y los cuadros, pero algunos electrodomésticos, como el microondas, la lavadora y el frigorífico se han quedado en el interior del inmueble.
El desahucio se consumó poco antes del medio día. Marina salió del portal en algo que parecía una silla de ruedas azul con una cinturon de seguridad que le rodeaba el pecho y le inmovilizaba los brazos, para evitar que se hiciera daño en el forcejeo o se tirara de la silla. Una vez en la calle, dos hombres cargaron a la nonagenaria a una camilla, antes de introducirla en la ambulancia. “Estamos contigo, vecina”, grito una mujer desde alguna ventana. Marina alcanzó a mover la mano derecha hacia el horizonte antes de entrar en el vehiculo, en un intento por decir adiós al único hogar y vecindario que ha tenido en España. El vehiculo salió en reversa para evitar la multitud, rumbo a una residencia en el barrio Pacífico.
La primera impresión al llegar a la residencia lo ha resumido Marina en un mensaje enviado por móvil a una de sus amigas: “Estoy con un disgusto muy grande al final, tuve que ceder. O me sacaban a la fuerza. Ahora en la residencia lo primero y único bueno fue la ducha. La comida fatal. Mirando en el comedor a 4 ancianitas, sentadas esperando a que les sirvieran”.
Marina no tuvo tiempo para recoger su casa, mucho menos para despedirse de sus vecinos. Cuando atravesó el portal maniatada, se encontró una calle desierta y silenciosa en la que solo había agentes policiales. Posiblemente, nunca sepa que al final de esa calle, decenas de personas gritaban de indignación para frenar el desahucio. “Nos privaron de acompañarla en el momento más difícil de su vida”, se ha quejado Constanza Araya, de 42 años, una de las vecinas del bloque de enfrente que lo grabó todo con su móvil. Marina no recibió ninguna muestra de afecto por el aislamiento en el que se desarrolló el desahucio, pero seguramente escuchó el clamor que una vecina dejó caer desde un balcón, segundos antes de que se cerrarán las puertas de la ambulancia: “¿Qué sociedad es esta en la que vivimos, que echa a una mujer anciana y enferma de su casa solo por unos duros?”
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