Nacidos en Palestina, acampados en Madrid: “Vida es no tener miedo a perder un familiar cada día”
El campamento por Gaza en Ciudad Universitaria se exalta con la presencia de palestinos que agradecen las muestras de solidaridad en medio de la guerra
Los nacidos en Gaza o Cisjordania no dudan en definirse como palestinos, aunque ningún documento acredite su nacionalidad. Son habitantes de una nación sin Estado, acostumbrados a tener que volver a su tierra natal camuflados como turistas, presionados por la incertidumbre de tener a la familia en una guerra o empujados al activismo en el exilio. Estas características son bien conocidas por las cuatro personas que han compartido su historia para este rep...
Los nacidos en Gaza o Cisjordania no dudan en definirse como palestinos, aunque ningún documento acredite su nacionalidad. Son habitantes de una nación sin Estado, acostumbrados a tener que volver a su tierra natal camuflados como turistas, presionados por la incertidumbre de tener a la familia en una guerra o empujados al activismo en el exilio. Estas características son bien conocidas por las cuatro personas que han compartido su historia para este reportaje. Son solo un puñado entre los 1.364 palestinos empadronados en España (298 en Madrid), según datos del INE.
Estos palestinos en Madrid frecuentan el campamento universitario por Gaza instalado hace una semana en la Ciudad Universitaria para pasar la noche, participar de los talleres, llevar donaciones o avivar la masa por el megáfono. Son estudiantes o graduados de la Universidad Complutense de Madrid, que se sienten “esperanzados”por la iniciativa estudiantil. El Bloque Interuniversitario por Palestina, que coordina la acampada, afirma que no replegará las carpas hasta que el Gobierno central rompa relaciones de todo tipo con Israel y las universidades se desvinculen de las empresas que comercian con el Gobierno de Benjamín Netanyahu.
Duha, el exilio comienza en el paso de Rafah
Duha Alzaiti nació en Yabalia, al norte de Gaza, hace 22 años. En la Navidad del 2015, su familia figuró en el listado de los autorizados a salir de la Franja por el paso de Rafah, tras años de lucha del padre de Duha por brindar a sus siete hijos un futuro seguro fuera de Palestina. Costó mucho tiempo y dinero, asegura ella. Solo tuvieron dos días para elegir y empacar las pertenencias. Ella tenía 14 años. Desde entonces no ha vuelto a casa. Lo que dejaron atrás, asegura, no merece ser llamado vida. “Vida es vivir en paz, poder comer y beber todos los días, es no tener miedo a perder algún familiar cada día o a si despiertas, o no, al día siguiente”, narra a EL PAÍS, minutos después de improvisar un discurso en la asamblea de la acampada universitaria que hizo llorar a varios. “Me dais esperanza”, dijo a los jóvenes acampados.
La historia de Duha retrata la transformación de las dinámicas familiares a causa de la guerra. La joven gazatí recuerda las discusiones entre sus padres por si debían dormir todos bajo el mismo techo o si debían dividirse: “Mi madre decía que todos teníamos que dormir en una misma habitación y si moría uno, pues moríamos todos y así no quedaba una persona de la familia sufriendo, pero mi padre prefería que unos durmieran en una habitación y otros en otra para que así no se perdiera toda la familia”. La joven explica que en la Franja ha emergido una costumbre entre hermanos de repartirse la mitad de los hijos entre uno y otro, en un intento por preservar la descendencia en caso de que bombardeen una de las casas. Muchos niños han crecido con sus tíos.
Duha viste abaya de un solo tono, sobre la cual reluce un colgante con el mapa de Palestina. No le gusta hablar de guerra, prefiere la palabra “genocidio”. Ha perdido a familiares y amigos. Su abuela murió en un bombardeo; su tía, “por el fósforo blanco”. Lleva un registro en Instagram de los allegados que han fallecido desde el 7 de octubre ―”mientras la gente tiene una lista de los lugares que ha visitado o de su comida favorita”―. Cuenta la lista: 16 casillas, una sola de ellas puede corresponder a una familia entera. “Así que imagínate”, remarca.
En Madrid ha obtenido la tarjeta de residencia como refugiada y está tramitando la nacionalidad. Entró a estudiar óptica y optometría en la UCM. Hace unos meses no habría dudado en contestar que sí le gustaría ir de visita pronto a la Franja. Ahora, aprieta los labios y niega con la cabeza. “No sé cómo voy a reaccionar al llegar allí y de verdad ver que... o sea hasta ahora tengo esperanza de que todo esto sea una pesadilla y que vuelva algún día y estén vivos”. Lejos de Gaza, prefiere no manchar sus recuerdos con la devastación del presente, eso sí, afirma: “Aunque salgas de Gaza, Gaza nunca sale de ti”.
―¿Sientes simpatía por Hamás?
―Yo les llamo grupo de resistencia. Son niños huérfanos que han crecido con esa idea de “he visto mis padres muertos delante de mí, he visto mi hermana pequeña debajo de los escombros”. Es algo muy complicado y difícil de entender.
Eisa, la colonización del presente
Eisa Alsoweis es un palestino de la diáspora de 1967, cuando Israel comenzó a ocupar los territorios de Gaza y Cisjordania. Ronda los 65 años. Su nombre significa Jesús, lo que acentúa la coincidencia de que haya nacido en Belén. Con solo cuatro años su familia emigró a Kuwait en un intento por huir de la Guerra de los Seis Días. Años después, él viajó a Madrid para estudiar comercio internacional en la UCM. Hoy vive en la capital con su esposa y sus dos hijos.
Fue a Belén por última vez en mayo de 2023. No le gustó lo que vio: “Han plantado unos contenedores delante de nosotros con unos cuantos colonos [israelíes], porque su objetivo es hacer una colonia en nuestras tierras con protección del ejército y echar a toda mi familia y a la gente de Belén”, narra Alsoweis, a quien le “hierve la sangre” al no poder protestar por esta situación. “No puedo entrar en Palestina como palestino. Gracias al pasaporte español puedo ver lo que queda de mi familia”, ha recordado. Pisar Belén avivó su sentimiento patrótico: “Esto es mío, tengo derecho a ello y tengo que volver a luchar por mi tierra, por mi gente... por la causa”, ha confiesado frente a la Casa del Estudiante de UCM, en medio del campamento universitario.
Le gusta describir las situaciones con una palabra: “pena” por su familia que permanece en Belén; “orgullo” por los estudiantes acampados en Madrid, quienes, para él, “se han puesto del lado de la justicia”. También se le infla el pecho al ver sus compatriotas en la diáspora. “Los palestinos somos como el olivo: donde estemos, nunca nos morimos, nos agarramos a nuestras tierras”, compara.
Jaldía: refugiada, feminista y activista por los presos palestinos
Jaldía Abubakra nació como refugiada en Gaza hace 57 años. Allí vivió hasta los nueve años, antes de salir a Egipto por el paso de Rafah. “Siempre, incluso con esa edad tan temprana, pensaba en el retorno de toda Palestina”, afirma. De El Cairo voló a Madrid, que se ha convertido en su casa por 38 años. Se siente orgullosamente madrileña, aunque aclara: “[Los palestinos] no estamos viviendo aquí porque queramos, sino porque se nos impiden el derecho de retorno a nuestros lugares de origen”.
La fundadora del movimiento de Mujeres Palestinas AlKarama, que dignifica dignidad, se declara feminista —”hay una imagen estereotipada de la mujer palestina: sumisa, marginada, que no tiene rol”— y activista por los presos palestinos, siempre desde una perspectiva que evite la revictimización. “El pueblo palestino es un pueblo luchador y rechazamos esa mirada de compasión, porque lo que ocurre en Palestina no es un tsunami, ni una catástrofe natural, sino una colonización con raíz política”, puntualiza la gazatí.
Abubakra tiene prohibida la entrada a Palestina, aunque “con mucha dificultad” ha regresado un par de veces a Gaza, donde vive su única hermana y algunos primos. Narra que la incursión israelí en la Franja que comenzó hace siete meses ha sumido a la población “en un estado de estrés continuo”. “Mucha gente vive en tiendas de campaña a la intemperie, cuando llueve entra el agua en las tiendas. No hay hospitales porque han sido bombardeados o no tienen electricidad. La gente tiene miedo incluso de quedarse enferma. No hay anestesia, muchas mujeres han tenido que dar a luz en la calle, muchos niños han sido amputados sin anestesia”, detalla esta mujer, minutos antes del inicio de la marcha por palestina del 12 de mayo.
Pesa a estas condiciones, precisa Abubakra, los palestinos “prefieren morir en su tierra, antes que salir y no poder volver”, como les ocurrió a sus antepasados en la Nakba de 1948, en la que de 700.000 personas fueron expulsadas de sus hogares, entre ellas los padres de Abubakra.
El jueves, durante la asamblea del campamento estudiantil en la Ciudad Universitaria, agradeció a los jóvenes la solidaridad con Palestina. Pasó esa noche en el campamento, que no es lo mismo que dormir. El frío de la madrugada la indujo a una reflexión dolorosa. “Pasar la noche ahí me ha hecho sentir la angustia de las personas que han estado viviendo en los campamentos del sur de Palestina”.
Taisir, de graduado a sublevado en la Complutense
Taisir Jadalla, de 72 años, se graduó como médico de atención primaria en la Universidad Complutense de Madrid, la misma institución que, 30 años después, ha acogido al campamento en solidaridad con Palestina. “Me siento totalmente orgulloso. Esto es una cuestión ética de primer grado y los estudiantes se identifican con ello”, ha comentado el oriundo de Tulkarem, al norte de Cisjordania.
Con 15 años, fue desplazado en la primera ocupación israelí a Samaria, en 1967. “Nos llevaron en vehículos militares y autobuses para expulsarnos de la región a Jordania. Consiguieron desplazar de esta zona a más de 400.000 personas”. Él no entró en ese conteo. “Nos quedamos atrincherados en el campo, a cielo abierto, durmiendo durante cuatro días, hasta que vimos la posibilidad de regresar a nuestra zona, de donde nos había expulsado”. Así, asegura, se salvaron “cientos de miles de Palestinos” de ser sacados de su patria.
Cuatro años después viajó a Madrid con la ilusión de formarse como médico y volver a su país, pero han pasado décadas sin cumplir la segunda parte de su objetivo. “La falta de desarrollo económico y social en nuestro territorio ocupado, no permite que los que estamos licenciados en cualquier materia podemos ejercer”. Está casado y es padre de dos hijos. Todos los años viaja a Cisjordania a visitar a sus familiares. “Las fuerzas de ocupación israelí no hacen la vida fácil al ciudadano palestino en los territorios ocupados”. Es un comportamiento esquemático, denuncia, “especialmente contras los jóvenes universitarios o cualquier persona que quiera alzar la voz contra la ocupación”. Lamenta que esta situación de subordinación haya provocado que la ciudadanía haya caído “en una especie de resignación”.
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