Los cuartos “chiquititos chiquititos” de la colonia San Fermín
La colonia, en Usera, adoptó toponimia navarra para sus calles y celebra a su manera el 7 de julio
Flora Zazo (55 años, Madrid) lleva más de cuatro décadas haciendo un estudio de mercado de su negocio a pie de calle. La información obtenida es tan certera que es capaz de coger el producto que se llevará su cliente mientras lo ve acercarse. En ocasiones, ni tan siquiera intercambian palabras. Ella se lo da. Él se lo lleva. Flora regenta el quiosco de prensa de la colonia San Fermín y conoce a la perfección a la parroquia. “Aquí se vende mucho EL PAÍS y el Pronto....
Flora Zazo (55 años, Madrid) lleva más de cuatro décadas haciendo un estudio de mercado de su negocio a pie de calle. La información obtenida es tan certera que es capaz de coger el producto que se llevará su cliente mientras lo ve acercarse. En ocasiones, ni tan siquiera intercambian palabras. Ella se lo da. Él se lo lleva. Flora regenta el quiosco de prensa de la colonia San Fermín y conoce a la perfección a la parroquia. “Aquí se vende mucho EL PAÍS y el Pronto. Estas últimas semanas, también el Hola!”, dice ―Ana Obregón acababa de aparecer en una fotografía saliendo de un centro médico con una niña recién nacida en brazos―. En los siguientes 10 minutos se recogerán cinco ejemplares del periódico ―dos de ellos los entregará directamente a sendos coches que pasan a por él- y tres de la revista―, también un ejemplar de ABC.
Son las diez y media de la mañana y, frente al quiosco, se improvisa una tertulia que tiene como tema central un extraño suceso: el autobús número 78 está atravesando la colonia, y no es normal. “Eso es que ha pasado algo y se ha tenido que desviar”, dice un vecino que lleva una barra de pan en la mano. “¿Qué pasa, Vicente?”, pregunta Flora. “Voy a hacer un par de recados y luego a la gestoría”, contesta Vicente. Flora se levanta cada día a las seis y cuarto de la mañana. A las siete, el quiosco está abierto. Su familia lleva 47 años al frente del negocio. Primero, su madre. Ahora, ella, su marido y su hijo Juan (34 años, Madrid), que hoy, luciendo una gorra, atiende desde dentro. Dicen los que conocieron el quiosco original ―de madera y de ladrillo― que se parecía un poco al de la serie infantil Barrio Sésamo.
Los orígenes de la colonia San Fermín, en el distrito madrileño de Usera, datan de 1926. El proyecto inicial era levantar 1.050 viviendas unifamiliares. Se llegaron a hacer 500. Sobre los cimientos de la devastada colonia Popular Madrileña, que fue frente de la Guerra Civil, se empezó a construir, a principios de los años cuarenta, la colonia actual. Hasta aquí llegó, en 1948 y tirando de un carro desde Puente de Vallecas, la familia de Teresa Moreno (87 años, Linares, Jaén), a la que todo el mundo conoce como Loren. “Llegamos para estrenar la casa”, cuenta sentada en un banco a la sombra de un árbol.
La casa era ―son― algo menos de 50 metros cuadrados en una planta ―”pero con patio y jardín”, matiza ella―, con tres habitaciones, un salón que hacía las veces de distribuidor, una cocina y un baño. Ahí vivían sus padres y sus seis hermanos. “Si yo te dijera cómo nos hemos apañado…”. En una época en la que las familias eran realmente numerosas ―”no veas la chiquillería que se juntaba en la calle”― hay en la colonia quien refiere historias de una cama situada encima de un aseo. Para describir la tercera habitación de las casas, Loren utiliza una unidad de media muy extendida en la colonia, “muy chiquitita, muy chiquitita”, al tiempo que acerca el dedo gordo y el índice. Las casas no tenían ducha. Lo que hoy es un centro de mayores fue, en su día, una casa de baños. “Nos parecía una gloria ir y asearte”, recuerda Loren. También se construyó una iglesia, un colegio, una churrería o un cuartel para la Guardia Civil. El solar que ocupaba la Benemérita permanece hoy vacío en el corazón de la colonia.
En ese mismo solar hace ejercicios de estiramiento Fernando Díaz. Nacido en Colombia hace 53 años, lleva más de medio siglo viviendo en San Fermín. Llegó aquí con sus padres y sus nueve hermanos. “Es que en aquella época, el que menos hijos tenía, tenía cuatro”. Al explicar cómo es su casa ―en la que sigue viviendo junto a tres de sus hermanos― también recurre a la medida sanferminesca para describir el tercer cuarto: “Muy chiquitito muy chiquitito”. “Los años de infancia ―continúa― fueron la gloria. Por la noche nos juntábamos en la calle, al fresco. Y aquí olía a flores”. Pagaron alquiler hasta que surgió la oportunidad de comprarla. Para Fernando, la colonia da “al segundo mejor parque de Madrid ―con permiso de El Retiro―. Después de toda una vida tragando mierda, nos lo merecíamos”.
En las fachadas de las casas predomina el amarillo. Cuando coinciden dos fachadas pintadas en diferentes tonos, parecen un helado de corte. De nata y de vainilla, por ejemplo. Los toldos de dos bares situados en diferentes aceras rivalizan en su mensaje. “Terraza de invierno”, reza uno. “Terraza de verano”, dice el de enfrente. Cuestión de orientación. La colonia llega hasta las orillas del Parque Lineal del Manzanares. Muy cerca está la Caja Mágica. Su presencia se nota en los pocos días al año en que hay competición o eventos: coches con publicidad en la carrocería cruzan la colonia y las plazas de aparcamiento, por lo general abundantes, desaparecen. “Y poco más”, explica Víctor Renes, presidente de la Asociación Vecinal San Fermín. “Es una infraestructura muy costosa de mantener que sigue de espaldas a un barrio con 23.000 vecinos que no tienen un pabellón polideportivo cubierto y público para hacer deporte. Ya que le pegaron un mordisco al parque, que no se podía, al menos podría dar respuesta a una necesidad del barrio”.
Enrique Díaz (60 años, Madrid), nació en su casa de la colonia. Como a tantos otros, la vecina Doña Concha, la matrona, le dio la bienvenida al mundo. Educador social con formación de aparejador, explica con detalle la organización de las características casas amarillas de la colonia. “La organización es de cuatro chalecitos centrales y dos viviendas en las esquinas. La planta es de 7x7 metros y, tanto el jardín como el patio, de 7x2,5. De las de las esquinas, hay algunas que son de dos plantas, que son dos viviendas independientes”. Recuerda que el precio de la mensualidad era de 66 pesetas, que había un señor que pasaba puerta por puerta a cobrar y que, si no daba con los inquilinos, “algún vecino se ofrecía a pagar lo de toda la calle”. A principios de los noventa, las casas se vendieron a los vecinos que lo quisieron por 7.200 euros. “Hoy, pueden estar entre los 240.000 y los 270.000 euros”, señala. Una vez jubilados, los padres de Enrique se fueron para Navarra. También sus dos hermanos.
Los nombres de las calles de la colonia se inspiran en la toponimia navarra ―Estafeta, Navascués o Lodosa―. En los primeros tiempos, se nombraban con letras ―A, B o C―, pero el origen navarro del primer director del Instituto de la Vivienda, Federico Mayo Gayarre, hizo que se cambiaran como homenaje. Hoy, las fiestas del barrio son las de San Fermín. La gente sale a la calle a comer y celebra. Se organizan en peñas, incluso se ponen el pañuelo rojo al cuello. Hubo un tiempo en el que se alquilaba una plaza de toros portátil, se simulaban encierros y la charanga recorría la colonia. “Aquí la gente se navarrea”, dice con sorna Víctor. 7 de julio. San Fermín en San Fermín. Colonia de Madrid.
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