Dos Passos vive en Malasaña

John Dos Passos cubrió en Madrid el comienzo de la Guerra Civil apoyando a la República y un bar lleva su nombre. Su dueño ha hecho del torrezno el eslabón perdido entre España y el escritor estadounidense

Demetrio Gallego, camarero y dueño de la cafetería Dos Passos, en Madrid.Santi Burgos

Demetrio y John Dos Passos son igual de calvos y ven igual de poco, uno usa gafas y el otro era tuerto desde que se dañó un ojo en un accidente de tráfico. El primero nació en Chicago y escribió una de las grandes obras de la literatura estadounidense del Siglo XX, Manhattan transfer, y, el segundo, tiene 55 años, nació en Vallecas y sirve cada mañana una obra cumbre de la cocina nacional: los torreznos de su madre. El primero se graduó cum laude en Harvard y el segundo se formó en ...

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Demetrio y John Dos Passos son igual de calvos y ven igual de poco, uno usa gafas y el otro era tuerto desde que se dañó un ojo en un accidente de tráfico. El primero nació en Chicago y escribió una de las grandes obras de la literatura estadounidense del Siglo XX, Manhattan transfer, y, el segundo, tiene 55 años, nació en Vallecas y sirve cada mañana una obra cumbre de la cocina nacional: los torreznos de su madre. El primero se graduó cum laude en Harvard y el segundo se formó en Hard-bar, o sea, trabajando desde los 14 años detrás de la barra del bar de Madrid que lleva el nombre del escritor estadounidense.

Se trata de un austero local en el número 42 de San Bernardo y la calle Pez. La cafetería Dos Passos tiene un único mobiliario de seis mesas, 22 sillas y una barra de aluminio donde lo más moderno es la máquina que hace sola los zumos de naranja.

Estos días de abril se cumplen 86 años de la llegada a España de Dos Passos y Ernest Hemingway para rodar una película a favor de la II República antes del distanciamiento entre ambos por el asesinato de su amigo José Robles. Cuando llegó a España, Dos Passos había publicado ya su trilogía USA (El paralelo 42, 1919 y El gran dinero) que lo habían consagrado como una de las estrellas de la literatura de entreguerras.

Demetrio Gallego también es conocido en el barrio por haber sobrevivido con el negocio familiar entre otras dos guerras. Una, durante los años de la droga y la prostitución de Malasaña de los años ochenta y la actual, la del Madrid de neón, Airbnb’s, vapeadores, postureo y gin-tonics de 12 euros que han orillado al último Fort Apache del azulejo. Un lugar sin glamour ni GPT donde aún gobierna el canapé formado por un trozo de pan, un triángulo de queso con las esquinas levantadas y un palillo clavado. A ambas guerras ha sobrevivido sin descolgar uno de los pocos carteles del local: “No se sirve alcohol antes de las 11 de la mañana”.

Según cuenta el hostelero, hasta 1958, donde hoy está el bar, había un ultramarinos. Ese año, un entusiasta compró el local y abrió cuatro cafeterías Dos Passos en Madrid. “Posteriormente, fueron cerrando hasta que en los años setenta mi familia llegó de Vallecas y compró el negocio”. “Por aquel entonces nuestros clientes eran los funcionarios del Ministerio, las prostitutas de la zona o los profesores del Cardenal Cisneros”, dice sobre su barrio.

A 600 metros del canapé, en la plaza de Callao, se levantaba en 1937 el mítico hotel Florida, donde hoy está El Corte Inglés. Ahí se alojaron en los primeros meses de la guerra Hemingway, Martha Gellhorn, Virginia Cowles, Ilyá Ehrenburg o Saint-Exupéry, que había llegado a la ciudad pilotando su propio avión. El hotel tenía varias ventajas: tenía baño propio, era el lugar donde se quedaban casi todos los corresponsales y se podía ver el frente de batalla. Caminando podían recorrer los cafés de la ciudad y enviar sus crónicas desde el edificio de Telefónica, donde Arturo Barea se encargaba de censurar sus reportes.

De aquellos meses en Madrid salió en enero de 1938 una crónica que se publicó en la revista Squire donde se describe el barrio en el que creció Demetrio después de una noche de bombardeos que afectaron al hotel:

Cuando me volví a despertar todo estaba tranquilo. Había agua caliente en el baño. De algún sitio entre los tejados apiñados bajo la ventana flotaba un tenue aroma de fritura de aceite de oliva. En los balcones del hotel todo parecía tranquilo y normal. Las camareras de mediana edad y gesto amable estaban por allí, con sus delantales impecables, limpiando en silencio. En el piso de abajo los camareros servían el café matutino. Fuera, en la plaza de Callao, había algunos baches en el pavimento que no estaban la noche anterior. Alguien dijo que allí fuera habían matado a un viejo vendedor de periódicos. Ayer, el portero del hotel resultó herido en un muslo por una bala de ametralladora”.

Demetrio Gallego y John Dos Passos tienen en común algo más que el nombre de la cafetería. A Dos Passos se le atribuye haber inaugurado la técnica del collage, que en su momento fue un auténtico hallazgo y que inspiró obras como La Colmena, de Camilo José Cela, cuya estructura literaria sigue el mismo diseño. Demetrio, por su parte, puede reírse de los críticos literarios porque hace del collage un arte que domina solo levantando la ceja y si necesidad de haber leído nunca al estadounidense: a la pareja les falta el pincho, el resacoso quiere una caña, la chica del pelo rojo busca el baño.

Exterior de la Cafetería Dos Passos en la Calle San Bernardo, Madrid. Santi Burgos

Demetrio terminó el bachillerato durante el turno de tarde. Trabajaba en Dos Passos por la mañana y estudiaba después. El otro Dos Passos, el hijo del prestigioso abogado de Chicago de origen portugués, se licenció en Arte con expediente Cum laude y viajó por México, Italia, Turquía, Rusia, Bagdad o Damasco, de donde salieron más libros, ensayos y reportajes. Demetrio, sin embargo, el viaje más largo es el que repite cada mañana desde su pueblo en Toledo, Torrijos, hasta su cafetería. Con la seguridad de quien sabe que lo suyo también es Arte dice: “Las albóndigas las hacemos en casa. En casa de mi madre, como las torrijas y el pisto”.

En los últimos años, el dueño abre más tarde para que no se le llene de jóvenes con ganas de seguir la fiesta en su bar. Las tostadas y el sonido de las tazas de café riman mal con las drogas de diseño y el sunami de modernidad. Sus letreros caducos de pincho de tortilla, son un homenaje a la crónica de Dos Passos y al Madrid campesino “de cabezas apepinadas y marrones” que un día fue:

“El sol de media mañana calentaba en la Gran Vía a pesar del viento seco y helado de la primavera castellana. Según salía hacia el animado bullicio de la ciudad, no pude evitar pensar en el Madrid que conocí años atrás. Los tranvías son los mismos, las caras cetrinas y de largas narices de los madrileños son las mismas, con la misma mezcla de cabezas apepinadas y marrones de los campesinos: las mujeres, con sus chales oscuros, tampoco parecen ser muy diferentes. Por supuesto que ya no se ve a la ‘gente bien’. Está en Portugal y en Sevilla, o en su tumba. De todas maneras, nunca vi a ninguno de ellos a una hora tan temprana”.

Tras su paso por Madrid, Dos Passos siguió escribiendo sobre el frívolo Nueva York y los críticos lo etiquetaron dentro de la “Generación Perdida” junto a Faulkner, Fitzgerald, Hemingway o Steinbeck.

―¿Sabe por qué el bar se llama Dos pasos?

―”Porque está junto al metro”, responde la estudiante de psicología en la puerta del bar.

―“Noooo”, replica la amiga, “seguramente es que antes había una zapatería”.

En el Malasaña de Demetrio se mantiene viva la etiqueta sin escribir una línea y sin salir de su bar.

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