El abuelo del menor asesinado a tiros en la puerta de su casa en Villaverde: “A su madre le dio tiempo a bajar y verlo morir”
La policía investiga el crimen de este adolescente en un ataque sorpresa en una plaza en Madrid en el que también resultó herido de gravedad un joven de 21 años
Ramón Marte mira el lugar en el que hace menos de 12 horas murió su nieto William Bonilla, de 15 años. Atiende al teléfono que suena constantemente. Al otro lado, las preguntas de los familiares y allegados incrédulos, a los que les cuesta asimilar que a este adolescente le arrebataran la vida con al menos dos tiros en la plaza de enfrente de su casa en el barrio madrileño de Villaverde, cuando pasaba la noche del do...
Ramón Marte mira el lugar en el que hace menos de 12 horas murió su nieto William Bonilla, de 15 años. Atiende al teléfono que suena constantemente. Al otro lado, las preguntas de los familiares y allegados incrédulos, a los que les cuesta asimilar que a este adolescente le arrebataran la vida con al menos dos tiros en la plaza de enfrente de su casa en el barrio madrileño de Villaverde, cuando pasaba la noche del domingo con algunos amigos. “Su madre oyó los disparos, le dio tiempo a bajar y verlo morir”, resume el abuelo con sobriedad. Los psicólogos del Samur la atendieron en el lugar en el que su hijo perdió la vida. La Policía investiga este nuevo homicidio de un menor en Madrid en el que sobrevuela de nuevo la sombra de la violencia de las bandas juveniles. “Es evidente que estaba marcado porque fueron a bocajarro”, expresó horas después la delegada del Gobierno, Mercedes González.
Sobre las once de la noche del domingo 4 de diciembre, varios jóvenes del barrio pasaban el rato en una pequeña plaza que hay en la calle de Angosta. Estaban bailando, escuchando música y jugando al dominó, una de las grandes aficiones de William. Según el relato de los testigos, aparecieron de la nada al menos dos personas encapuchadas y uno de ellos disparó al menor de 15 años. Según las primeras pesquisas, los tiros impactaron en la nuca y la espalda. El otro herido, de 21 años, salió corriendo detrás del pistolero y este respondió con más disparos que le impactaron en el abdomen. Si se confirma que el crimen es consecuencia de la lucha entre miembros de bandas, este sería el quinto asesinato de pandilleros este año en Madrid. El segundo de un menor de 15 años.
Fuentes policiales apuntan que las víctimas podían estar relacionadas con miembros de los Trinitarios, aunque no hay constancia de que hubiera ningún integrante activo en esa plaza. El abuelo de William se enfada cuando se insinúa que su nieto estaba metido en eso. “Tal vez fue una prueba para que el que lo mató mostrara su lealtad a su banda, o tal vez mi nieto se negó a pertenecer a una”, comentaba algo indignado. Sea como fuere, ninguna de esas respuestas devolverá la tranquilidad a esta familia.
Desde primera hora de la mañana de este lluvioso lunes, se han congregado en el lugar del crimen decenas de amigos del fallecido y también de allegados de los familiares. William era el menor de tres hermanos. Su madre llegó a España desde la República Dominicana hace dos décadas y poco a poco fue llegando toda la familia. Una historia que se repite en esta comunidad caribeña, de la que muchas familias madrileñas comenzaron a nutrirse desde los años 2000 para trabajar como asistentas en el hogar o para cuidar a los niños. Su padre trabaja como obrero en la construcción. El hermano mayor, Franklin, de 27 años, vive en Madrid, y el mediano, en Estados Unidos. William nació en España. El padre y el abuelo del chico estaban a solo un par de calles cuando mataron al adolescente, y también acudieron al lugar en pocos segundos. “No nos creemos que haya pasado esto, él era un chico bueno, no se metía en líos, no tenemos ni idea de quién ha podido hacer esto”, relataba su hermano Franklin en el umbral del portal, antes de subir a estar con su madre.
Una vecina y amiga de la familia, Hailyn Reyes, tiene tres hijos, una de los cuales acababa de subir a casa cuando se produjo el crimen. “Hace dos años, compró por San Valentín un peluchito y unas chucherías para regalárselo a una chica y le daba tanta vergüenza que no se atrevió y acabó dándoselo a mi madre”, recordaba la mujer. Reyes enseña en su móvil vídeos de WhatsApp de su hija y sus amigas en los que se ve a William bailando para ensayar por la fiesta de los 15 años de alguna de las chicas del grupo. El enorme pelo afro de William destaca en la multitud de adolescentes que se acumulan en el salón de la mujer en el vídeo que muestra en su pantalla. En otra de las grabaciones se ve al chico peinando con un secador y un cepillo a una amiga.
Muchos de estos adolescentes han quedado en la plaza en la que normalmente se reúnen, para llorar juntos y, en cierto modo, homenajear a su amigo. “Que no se apaguen las velas”, pedía una de las asistentes. “Voy a colocar el ramo en la farola”, comentaba otra. Allí estaba Elena, que prefiere no decir su apellido, sin asimilar aún que no volverá a ver a su confidente. “Anoche pasé por la plaza, lo vi bailando y sonriendo, fui al chino y cuando volví a pasar ya estaba en el suelo son todos a su alrededor. Intentaron reanimarlo, pero ya no reaccionaba”, cuenta entre sollozos. Otra joven se acerca a abrazarla y ella se pregunta mirando al cielo: “¿Quién va a preguntarme ahora que cómo estoy como lo hacía él?”.
Tratando de ocultar su tristeza tras un par de gafas de sol, otra chica, la mejor amiga de William, pide justicia. Todos niegan tener alguna idea de quién pudo cometer el crimen, pero muchos apuntan a que parecía un niño, igual que la víctima mortal. “Sé que los que han hecho esto son de bandas, que busquen en Villaverde y San Cristóbal y los encontrarán. Ahora tememos que esto siga y no acabe aquí. Él era un ser puro y de luz y esto es injusto, era cariñoso, incapaz de hacer daño”, apunta mientras mira el altar que sus amigos han improvisado con velas y un par de fotos del fallecido. En un extremo del altar, sus amigos han escrito su nombre en piezas de dominó.
El abuelo Ramón continúa atendiendo el móvil y recibiendo el pésame de todo el que lo ve. “Él y yo nos llamábamos Bonsa, era algo solo nuestro. Un día vino y me dijo: ‘No te voy a llamar más abuelo, que te hace viejo, a partir de ahora serás Bonsa’, y yo también empecé a llamarlo así”, recuerda. Ramón asegura que su pasión era el deporte, tanto el fútbol como el baloncesto, y que quería ser ingeniero.
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