Una pedrada unió a Mónica con sus agentes protectores

La relación de los policías encargados de salvaguardar a las víctimas de violencia de género comienza el día de la denuncia, pero nadie sabe cuándo acaba

Miguel Ángel Bustos, policía protector de víctimas de violencia de género, junto a Mónica, que vive amenazada por su maltratador.INMA FLORES

Todo empezó con pequeños gestos que Mónica (el nombre ficticio que servirá para nombrar a la protagonista de esta historia y preservar su identidad) no identificó como señales de alerta. Hacía planes con sus hijas y de repente él aparecía sin ser invitado. Insultos. Control. Se presentaba en su casa sin previo aviso. Ella simplemente se enfadaba y, después, le perdonaba. Las pocas amigas a las que le relataba estos episodios trataban de hacerle ver lo que estaba pasando, pero ella le restaba importancia. “Cuando tú ves la parte maravillosa de esa persona, no la identificas con lo que ve la gen...

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Todo empezó con pequeños gestos que Mónica (el nombre ficticio que servirá para nombrar a la protagonista de esta historia y preservar su identidad) no identificó como señales de alerta. Hacía planes con sus hijas y de repente él aparecía sin ser invitado. Insultos. Control. Se presentaba en su casa sin previo aviso. Ella simplemente se enfadaba y, después, le perdonaba. Las pocas amigas a las que le relataba estos episodios trataban de hacerle ver lo que estaba pasando, pero ella le restaba importancia. “Cuando tú ves la parte maravillosa de esa persona, no la identificas con lo que ve la gente que te quiere”, cuenta, sentada en una comisaría de Policía del norte de Madrid, rodeada por los dos agentes protectores que se han convertido en los oídos que la escuchan siempre que lo necesita desde agosto de 2021. Una noche de ese mes, él pasó una línea roja que le abrió los ojos a esta mujer de 46 años. “Una pedrada me cambió la vida”, resume. La que él arrojó contra el ventanal de su casa en plena noche, con sus hijas dentro de la vivienda. Al día siguiente, conoció a Miguel Ángel Bustos y a Patricia Ramírez, los policías encargados desde ese momento de su protección.

La primera vez que Mónica asumió que estaba siendo acosada fue cuando marcó el 016, unos días antes del ataque nocturno. Allí le indicaron que cuando volviese a producirse una situación de peligro, llamase rápidamente a la Policía. “Yo pensé: ‘Uf, hasta que lleguen...”. Las dos patrullas que acudieron a la llamada de esta mujer tardaron cinco minutos en llegar, lo que hizo que pillaran al agresor in fraganti, a pesar de que él incluso trató de escapar de los agentes. Unos minutos después, la mujer estaba en comisaría, relatando a un agente encargado de las denuncias lo que ella nunca creyó que tendría que contar a nadie que no fueran sus cinco allegados de confianza. “Cuando has vivido una relación con mucho cariño, te niegas a poner a la otra persona en la situación de ser denunciada. Por eso necesitas el consejo de agentes que han vivido más situaciones como la tuya”, resume Mónica. A día de hoy, ni siquiera su familia sabe por lo que ha pasado.

A la mañana siguiente, acudió a declarar al juzgado, por la tarde contactó con ella una entidad pública de apoyo a la mujer maltratada y lo siguiente fue recibir la llamada de Patricia Ramírez. Al poco tiempo, conoció también vía telefónica a Miguel Ángel Bustos. Así es como Mónica se convirtió en uno de los 9.208 casos activos en el sistema VioGén en la Comunidad de Madrid. Hay 69.482 en todo el territorio nacional. Es en ese momento, con esa primera llamada, cuando comienza una relación entre policías y víctima que puede ir por muchos derroteros. “¿Cómo estas? ¿Cómo has pasado la noche?”, suele ser lo primero que pregunta la agente Ramírez.

Patricia Ramírez, agente de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer.INMA FLORES

Empiezan así una serie de contactos periódicos en los que la mujer elige si habla con los agentes por teléfono o prefiere acudir a comisaría. “Hay veces que si la víctima se sentía más cómoda, hemos quedado en bares”, especifica la agente. El camino no siempre es sencillo. “Con ella todo es muy fácil, porque colabora mucho y hay una relación fluida. Pero también hay casos en los que las mujeres son reticentes a aportar información, no quieren perjudicar a su pareja o te dicen directamente que ha sido un hecho puntual y que van a seguir con ellos... A veces, tenemos que hablar con los familiares”, comenta su compañero. “Cuando no te cogen el teléfono, te desesperas, porque piensas que le puede haber pasado algo”, añade la agente. “Yo agradezco que el contacto haya sido siempre telefónico, porque esto ya te trastoca bastante la vida, como para tener que estar añadiendo citas a tu rutina diaria”, puntualiza la víctima.

Un plan de protección personalizado

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En los primeros pasos, los agentes diseñan un plan de protección. Coches rotulados que pasan cerca de su casa como medida disuasoria, visitas de paisano por sus lugares habituales, acompañamientos al juzgado cuando sea necesario... “En esos primeros formularios realizamos una serie de preguntas que parece que es porque somos cotillas pero sirven para elaborar ese plan personalizado que tiene cada víctima. Necesitamos saber dónde está su trabajo, el colegio de sus hijos, cómo pasa su tiempo de ocio... En ese proceso ella va libremente decidiendo lo que me quiere contar y cómo quiere hacerlo”, explica la agente Ramírez. Cada caso es único, como resaltan estos dos policías. “En este distrito tenemos mujeres en un estado muy grande de vulnerabilidad, y exparejas de un directivo de una gran multinacional”, apunta la policía.

Por protocolo, el riesgo medio con el que se clasificó el caso de Mónica obligaba a los agentes a contactar con ella una vez al mes. “Pero son más. Si ella lo ha necesitado o ha tenido alguna duda, siempre estamos uno de los dos de guardia”, puntualiza el agente Bustos. Lo primero por lo que él le pregunta a Mónica cuando se encuentran para esta entrevista es cómo está ella después de “lo último”. La agente Ramírez quiere saber cómo está la mascota a la que adoptó recientemente.

“Lo último” es que en un momento dado del proceso judicial, que puede ser muy largo y pesado, ella decidió retirar la denuncia. No porque le hubiera perdonado, sino porque quería dejar atrás esa parte de su vida y olvidarse de los abogados. Que la causa continuara de oficio, sin acusación particular. “Fue un tremendo error, porque él interpretó la noticia como un acercamiento por mi parte. A los pocos días dejó una carta en mi buzón en el que no constaba mi nombre, en una casa nueva a la que me mudé hace poco. En cuanto la vi, llamé a Patricia y Miguel para preguntarles qué tenía que hacer”, señala la mujer.

“Ay... Ahí sí que tuvimos un par de conversaciones sobre el tema de retirar la denuncia”, comenta la agente Ramírez, lanzando una mirada cómplice a la víctima. Unos días después, Bustos tuvo que llamar al agresor para recordarle que, aunque ella se hubiera retirado del proceso, las medidas de alejamiento seguían vigentes. Él nunca reconoció haber dejado ninguna carta.

Un equipo que se complementa

Los dos agentes componen la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (Ufam) de esta comisaría. Son dos piezas perfectamente complementarias. Ella, extrovertida y sonriente. Él, más reservado y calmado. Los dos aportan confianza y atención a su manera al centenar de víctimas que viven bajo sus alas de protección. Ella buscó este destino de forma consciente, porque había vivido de cerca casos de violencia de género. Él comenzó a interesarse por el problema después de recoger decenas de testimonios de estas víctimas en la oficina de denuncias.

En toda la Comunidad de Madrid hay 48 agentes de la Policía Nacional destinados exclusivamente a la protección de víctimas de violencia de género. Es este cuerpo el que se encarga de todas las investigaciones relacionadas con estos procesos, mientras que la protección la divide con otros, dependiendo del domicilio en el que viva la víctima. “La parte de la Ufam que se dedica a la protección sigue todo el proceso, desde que se pone la denuncia hasta que finalizan las medidas de protección. Pero hay veces que el contexto familiar o la situación de vulnerabilidad te hace sospechar que no ha acabado el peligro y que tienes que seguir con ella, en ese caso podemos continuar con la protección aunque no haya orden judicial”, indica la agente.

Estas decisiones vienen muchas veces marcadas por la experiencia. Por horas y horas al teléfono compartiendo la vida de estas mujeres. Los dos agentes enumeran nombres de víctimas y todo lo que han vivido con ellas. Situaciones familiares, miedos, mudanzas... Algunas siguen llamándoles, aunque se cambien de distrito y les asignen otros agentes protectores. A sus despachos, reconoce una compañera de la comisaría con cierta envidia, es a los que más llegan bombones y flores en agradecimiento por tantas horas al teléfono.

Cuando Mónica puso su denuncia aquella noche, llegó un correo electrónico al punto de coordinación de Violencia de Género, en el complejo policial de Moratalaz. Lo abrió la subinspectora Carmen Hernández. “El otro día cuando llegamos había 300 correos”, cuenta ella. Aquí se controla todo: órdenes de protección, dispositivos electrónicos de seguimiento, dar de alta a los funcionarios que acceden a Viogén... “El sistema está en constante renovación, solo en los últimos meses se han emitido tres nuevas instrucciones para ajustarlo mejor”, apunta la subinspectora.

Una de las últimas directrices indica que si un autor reincidente de agresión machista (con varias víctimas) ingresa en prisión, se le debe notificar a todas las mujeres que le hayan denunciado aunque no sea por su caso. Fue en este despacho en el que se tomó la decisión que uniría la vida de Mónica con las de Patricia Ramírez y Miguel Ángel Bustos.

Ninguno de los tres sabe cuándo acabará su relación. Son conscientes de que si un día llega a su fin, será una buena señal. Indicará que aquella pedrada ha quedado muy atrás, enterrada en el pasado. “Da pena, porque se establecen lazos fuertes, pero claro, es un proceso natural y tiene que ser así”, admite Patricia Ramírez. El inicio de una vida en la que no es necesario vivir con agentes protectores.

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