Destellos de felicidad

En Nochevieja, alcé la copa con el brazo en el que la enfermera me puso la vacuna

Una enfermera prepara una vacuna contra la covid-19 en el Hospital Infanta Sofía, en San Sebastián de los Reyes, el 30 de diciembre de 2021.Eduardo Parra - Europa Press (Europa Press)

Escribo esto a pocas horas del fin de 2021, en medio de la sensación generalizada de que 2021 no fue más que la repetición de un 2020 nefasto. Una segunda temporada mala porque el hype era demasiado alto. Esperábamos que 2021 sería el año en el que volveríamos a tener la vida de antes, si es que tal cosa todavía existe. Esperábamos que las vacunas fueran milagrosas, tanto que la FundeuRAE ha elegido la palabra vacuna como palabra del año más de dos siglos después de qu...

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Escribo esto a pocas horas del fin de 2021, en medio de la sensación generalizada de que 2021 no fue más que la repetición de un 2020 nefasto. Una segunda temporada mala porque el hype era demasiado alto. Esperábamos que 2021 sería el año en el que volveríamos a tener la vida de antes, si es que tal cosa todavía existe. Esperábamos que las vacunas fueran milagrosas, tanto que la FundeuRAE ha elegido la palabra vacuna como palabra del año más de dos siglos después de que fuera usada por primera vez. Y las vacunas han sido milagrosas, pero los milagros tienen la sorprendente costumbre de concentrarse en las latitudes ricas de este mundo y pasar de largo de los pobres. Más que rezarle a alguna virgen, habría que venerar el PIB.

La cuestión es que no creo que el 2021 haya sido un 2020 volumen dos. Aunque muchas noticias nos parezcan un refrito de grandes éxitos del año pasado como “mascarillas en la calle” o “toques de queda” o “aquí nos juntamos como mucho, mucho, seis”, el 2021 ha tenido sus propias aportaciones. El pasaporte covid. La recuperación de las letras del alfabeto griego para gozo de todos los que estudiamos clásicas. Filomena. Nuevos estados anímicos como languidez o cansancio que se suman al miedo. Parece que no nos movemos del sitio pero sin duda estamos avanzando, aunque el paisaje tras la ventana no eran las vistas que nos esperábamos. A lo mejor es una cuestión de calibrar las expectativas.

Lejos del sarcasmo de Twitter que sigue empeñado en hacernos creer que cada año es peor que el anterior, en Instagram los usuarios han decidido reunir las fotos de los instantes en los que fueron verdaderamente felices. Y descubro, en medio del desastre, fotos de personas felices tomando algo en una terraza en verano con sus amigos. Personas que se casaron. Personas que tuvieron hijos. Personas que se curaron de un cáncer o personas que adoptaron un perro y ahora se sienten menos solos.

En Lecciones de epicureísmo de John Sellars leo la frase: “El dolor que sufrimos suele estar compensado por los distintos placeres que experimentamos al mismo tiempo, aunque a menudo subestimemos su número” y la subrayo porque me parece que es algo importante que no debería olvidar. Sin duda, lo olvidaré, pero mientras contemplo todos esos destellos de felicidad pienso que es cierto: tuvimos momentos de placer en medio del dolor. Y, por suerte, estamos lo bastante bien programados para recordar lo bonito y borrar lo que nos hizo sufrir para poder seguir adelante aunque el paisaje haya cambiado.

En Nochevieja, cuando me senté a la mesa para brindar por el fin del 2021, alcé la copa con el brazo en el que la enfermera me puso la vacuna y miré a mis padres, a mi hermano y a mi prometido. Probablemente lloré un poco porque aquí sigo, aquí siguen, aquí seguimos, con la convicción de que el 2022 vendrá con dosis de dolor pero también con varias píldoras de placer. Lo importante es no subestimar su número.

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