La caída del fugitivo que se enclaustró cuatro años en casa tras ser condenado por abusar de su primo menor y discapacitado

La Policía detiene en Torrejón de Ardoz a un hombre en busca y captura que solo dejaba entrar en su domicilio a un pastor evangélico y que estaba protegido por familiares

Agentes de la Policía Nacional durante la detención de un fugitivo en Torrejón de Ardoz.Policía Nacional

Su vida se detuvo en diciembre de 2017, el día que lo condenaron a 11 años de prisión por abusar de su primo discapacitado. Aunque no del todo. En el interior de su piso de Torrejón de Ardoz (Madrid), intentaba mantener cierta normalidad e incluso había colocado adornos navideños. Eso sí, ni siquiera se asomaba a las ventanas por miedo a que pudieran verlo, como contó él mismo a los agentes que lo detuvieron. Sus cautelas no fueron suficientes para escapar de la Policía, que lo acaba de detener después de cuatro años esco...

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Su vida se detuvo en diciembre de 2017, el día que lo condenaron a 11 años de prisión por abusar de su primo discapacitado. Aunque no del todo. En el interior de su piso de Torrejón de Ardoz (Madrid), intentaba mantener cierta normalidad e incluso había colocado adornos navideños. Eso sí, ni siquiera se asomaba a las ventanas por miedo a que pudieran verlo, como contó él mismo a los agentes que lo detuvieron. Sus cautelas no fueron suficientes para escapar de la Policía, que lo acaba de detener después de cuatro años escondido para no cumplir con la sentencia.

En todo este tiempo, la única persona ajena a la familia que pudo entrar en el domicilio fue un pastor evangélico. El prófugo aseguró a la Policía que tiene fuertes creencias religiosas y la mayor parte del tiempo que pasó escondido lo dedicó a “leer la biblia”. En cuatro años, solo abandonó su domicilio en una ocasión, cuando enfermó gravemente por la covid y tuvo que acudir a un centro hospitalario. Se presentó en la ventanilla de ingreso con el DNI de su hermano. Algunos de sus familiares lo han ayudado y protegido durante todo este tiempo, eran ellos los que le llevaban todo lo que necesitase del mundo exterior.

Padecía una enfermedad crónica y era su pareja la que se encargaba de comprarle los medicamentos. Su entorno más cercano residía en una casa de ese mismo bloque de protección oficial, lo que hizo despertar las sospechas de los agentes. Algo que también despertó la atención fue que sus allegados siempre accedían llamando al telefonillo, en lugar de utilizar sus llaves. Cuando sus hijas le preguntaban que por qué no salía de casa, él simplemente respondía que estaba enfermo y no podía pisar la calle.

Durante dos años, los agentes han mantenido una estrecha vigilancia sobre esa finca hasta constatar que solo podía permanecer oculto allí. Nunca lo vieron salir por la puerta. No existía contrato de alquiler, ni de compraventa, ni línea telefónica ni vehículo a su nombre. Se servía de sus familiares para seguir adelante con su vida de fugitivo.

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Según la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid a la que ha tenido acceso EL PAÍS, Armando, el nombre ficticio que recoge el fallo, que ahora tiene 42 años, fue condenado por abusar varias veces de su primo, menor de edad, que tenía un 38% de discapacidad. La víctima, que cuando comenzaron los abusos tenía 13 años, empezó a vivir con el detenido tras la muerte de sus padres en 2012. Su madre era la tía del fugitivo. En la casa del detenido vivían en ese momento su mujer y sus dos hijos pequeños, pero en 2013 la pareja se separó durante un tiempo y Armando y su primo se mudaron a la casa de los padres de aquel. Fue allí donde comenzaron los tocamientos.

Poco después, trasladaron al menor a una residencia infantil, pero el detenido podía llevárselo los fines de semana. Como recoge el fallo judicial, “era la única persona con la que el menor mantenía un vínculo asimilable al familiar”. Durante los tres años sucesivos, los abusos se repitieron cada vez que el pequeño se encontraba en casa de los padres de Armando. El menor sufría un retraso cognitivo, pero eso no impidió que relatara con detalle lo que le hacía su primo. “A mí no me gustaba”, “me daba miedo”, declaró a la Policía. Los jueces dieron total credibilidad al relato de la víctima y condenaron además al culpable a pagar 5.000 euros a su primo por los daños morales.

En el juicio también intervinieron varias educadoras de su residencia infantil. La directora del centro aseguró que la víctima no era “un niño imaginativo ni mentiroso, no tenía ningún motivo para inventárselo”. También describió el estado de nerviosismo en el que regresaba de sus salidas con su primo y que le había pedido varias veces no volver a irse con él. El acusado lo negó todo y achacó el testimonio del menor a los celos que, según él, tenía de la atención que prestaba a sus hijos. El detenido cuenta con antecedentes penales y los agentes aseguran que tiene “acreditada habilidad para eludir la acción policial”. La ha eludido durante cuatro años.

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