El dolor
Hay un piso en Madrid que durante años ha acumulado tal cantidad de horror y de miedo que resulta imposible de imaginar
Existe un planeta denominado 55 Cancri que flota a 40 años luz de nosotros y que, según los astrofísicos que lo han descubierto, no debería estar ahí. Es una incongruencia cósmica. Orbita alrededor de una estrella parecida al Sol y su superficie se cuece a 2.000 grados en una sopa de rocas fundidas. Los científicos lo describen como un mundo inverosímil de lava viva.
Me acordé de la noticia de ese planeta cuando leí, ayer, ...
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Existe un planeta denominado 55 Cancri que flota a 40 años luz de nosotros y que, según los astrofísicos que lo han descubierto, no debería estar ahí. Es una incongruencia cósmica. Orbita alrededor de una estrella parecida al Sol y su superficie se cuece a 2.000 grados en una sopa de rocas fundidas. Los científicos lo describen como un mundo inverosímil de lava viva.
Me acordé de la noticia de ese planeta cuando leí, ayer, la del juicio por asesinato de un hombre que había matado a su esposa a cuchilladas en septiembre de 2019 en un portal de Madrid. Las dos niñas de la pareja, que el día del crimen tenían ocho y diez años, testificaron a través de un vídeo. Contaron que su padre se emborrachaba continuamente y desde siempre, que golpeaba a su madre con el quicio de la puerta, que a ellas les atizaba con el cinturón martirizándoles las piernas y las caderas. Que incluso cuando su madre denunció a su padre para quitarle la llave de la casa, éste, que sabía trepar, según recuerdan las niñas, se metía por la ventana. Contaron también que amenazaba a su madre con matarla casi cada día, que llegó incluso a jactarse beodamente una tarde de que si no lo hacía en ese mismo momento era porque se encontraba con ellos un primo de la familia de pocos años al que no podía condenar a ver la sangre. Que aún ahora, cuando las dos pequeñas viven en otra casa, temen que su padre salga de la cárcel e irrumpa en su habitación tras escalar por las tuberías porque las ventanas dan a la calle. Contaron que el día del asesinato su padre trató de entrar en casa, que ellas dos cerraron la puerta y que avisaron por el móvil a su madre, que volvía del trabajo, para que tuviera cuidado. Le dijeron que la esperaba, borracho, en el portal, que podía matarla. Hasta le mandaron fotos para alertarla aún más, pero ella no vio el aviso, o no hizo caso, o no quiso hacerle caso. Las niñas salieron solo cuando oyeron gritar a su madre a punto de morir.
Me imagino –es un decir: es imposible imaginar de verdad algo así- el horror cotidiano vivido en esa casa durante años por esas dos niñas, día a día, hora a hora, el temor a que el padre regresara borracho por la noche, el espanto de verlo y odiarlo al abrir la puerta, de saber que la pesadilla de que te pegue y maltrate a tu madre se reproduzca de nuevo. Me imagino –es un decir- el miedo a revivirlo todo años después, a que eso no termine nunca. Trato de imaginar cuánto dolor y cuánto miedo puede acumular a lo largo de los años un piso pequeño, a la hora de comer, de acostarse, de merendar, de ver la tele, y me resulta imposible, como si ese piso fuese un planeta inconcebible que no debería existir, pero que ahí está.
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