El dolor de La Palma se hace canción con Valeria Castro

El dolor de La Palma se hace canción con Valeria Castro

La cantante Valeria Castro actúa el miércoles en el espacio V22, dentro de la gira de conciertos Gira en Kasas.Olmo Calvo

La jovencísima Valeria Castro es dueña de una voz sensible, frágil, propicia para el escalofrío. Pero hay días en que adjetivos y sustantivos no alcanzan a expresar todo lo que bulle bajo la piel. Puede suceder, por ejemplo, que un concierto trascendental en el centro de Madrid coincida exactamente con el momento en que una lengua de lava se abalanza con paso inexorable hacia la casa de tu abuela, ...

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La jovencísima Valeria Castro es dueña de una voz sensible, frágil, propicia para el escalofrío. Pero hay días en que adjetivos y sustantivos no alcanzan a expresar todo lo que bulle bajo la piel. Puede suceder, por ejemplo, que un concierto trascendental en el centro de Madrid coincida exactamente con el momento en que una lengua de lava se abalanza con paso inexorable hacia la casa de tu abuela, en ese enclave de La Palma cuyo nombre carga en estas fechas con el peso de las paradojas más hirientes: El Paraíso. Y Valeria, palmera y géminis de 22 años, pugnaba la tarde de este miércoles para mantener la cabeza aferrada al escenario, porque el corazón se encontraba, inevitablemente, a 1.800 kilómetros de distancia.

La tercera de las hermanas Castro (o segunda, porque Paulina es su gemela) pertenece a esa generación novísima familiarizada con la terminología del trap, los tanganas, el reguetón o el perreo, pero su voz, en abierto contraste, se alza sabia, enraizada y antigua, como si proviniera de una mujer mayor y con el alma lacerada por los pesares de la vida. “No soy tan, tan vulnerable como mis canciones”, matiza en un camerino improvisado, apenas unos minutos antes de romper a cantar, “pero me aproximo mucho como persona a esa misma vulnerabilidad. De lo contrario no podría ser cantante: me sentiría actriz. Y yo necesito que mi identidad y mi vida coincidan con lo que luego reflejo a través de la música”.

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Nos encontramos en V22, un espacio de trabajo colaborativo en plena calle de Vallehermoso, donde un centenar de espectadores se han congregado para escudriñar a Valeria tan de cerca como si nos encontráramos en el salón de su casa. Se trata, de hecho, del primer concierto de la iniciativa Gira en Kasas, actuaciones muy íntimas y desnudas, casi a quemarropa, en jardines de viviendas particulares, pero la amenaza de lluvia aconsejaba un prudente traslado a una ubicación bajo techo. Y así, sin tapujos ni cortapisas, nos enfrentamos al trabajo de una muchacha que comenzó a darse a conocer hace menos de dos años colgando vídeos en YouTube y que comparece con la sola compañía del guitarrista y violinista Alberto Torres.

Tampoco hace falta más. Nuestra protagonista alterna repertorio propio con versiones de artistas por los que siente devoción, desde Mercedes Sosa (Todo cambia) a Pereza (Amelie), Rosario (Qué bonito), Jarabe de Palo (Agua) o Algo contigo, ese bolerazo del argentino Chico Novarro que ha cantado media humanidad. En cualquiera de los casos, la conmoción es instantánea.

“Mi voz proviene de la infancia. De escuchar mucho desde muy niña y pensar siempre en cómo quería ser yo. Sin copiar a nadie, pero identificando las voces y los elementos que me emocionaban”. Valeria era un renacuajo de cuatro años cuando la matricularon con su hermana Paulina a las primeras clases de “música y movimiento” en la Escuela Insular de Música de La Palma. No existían antecedentes artísticos en la familia; solo el íntimo convencimiento paterno de que la música es saludable y necesaria para el buen desarrollo de la personalidad. Pero Paulina y Valeria disfrutaban demasiado cantando juntas en el coro de doña Mila, la directora del centro, como para que aquello fuera solo un divertimento circunstancial. Sobre todo en el caso de la segunda, que a los seis años ya empezó a trastear un poco con el piano y a los nueve aprendió los primeros acordes de la guitarra.

Pauli ha ido relegando un poco su faceta musical. Canta “maravillosamente bien”, sostiene su hermana, que confía en convencerla para que se suba con ella algún día al escenario, pero ahora anda demasiado ocupada en la faceta académica, a vueltas con su máster de Física. El camino de Valeria ha sido justo el opuesto. Se matriculó en Biotecnología por la Politécnica, pensando que la ciencia podría ser un óptimo plan B en caso de que su talento creativo no fructificara. “Compaginar ambas actividades me ha llevado a una agenda extraña y complicada”, se sonríe, “pero ahora confío en no necesitar estos estudios para sobrevivir. Estoy terminando la carrera casi por orgullo”.

El público escucha a Valeria Castro en el espacio V22.Olmo Calvo

Valeria es rauda, espontánea y locuaz, pero no le quita ojo a la pantalla del móvil. Espera noticias desde su isla, con el temor de que no sean nada buenas. “La casa de mi abuela se encuentra en plena trayectoria de la lavada. Es probable que a lo largo de las próximas horas se la lleve por delante”. Se le acumulan los recuerdos de aquel otro escenario, este no de glorias adultas sino de juegos infantiles. “Mi abuela fue la que me prestó la silla y los jarrones que aparecen en mi primer videoclip, el de Ay, amor. Desde entonces las sillas se han convertido en un elemento recurrente en mis portadas. Me sirven como símbolo de reposo y sosiego, de lo que quiero expresar con mi música y mi manera de mirar”.

El teléfono la despertará a primera hora del jueves con la noticia temida y funesta. La furia del volcán ha devorado finalmente la casita familiar, el sitio de su recreo. Lleva algunas horas de llanto y puede que aún no haya agotado las lágrimas. “De repente”, suspira, “estos episodios te enseñan a establecer prioridades. Yo al futuro no le pido éxito para mí, sino salud para los míos y un buen año para mi isla. Que la gente no se olvide de nosotros cuando cese la erupción. Necesitamos que nos ayuden”.

La calamidad natural, de repente, lo ha empañado todo. Pero Valeria Castro seguirá mirando al frente, porque no es mujer de achantarse. Por mucho que su primer EP, recién publicado, lleve el título de Chiquita, el diminutivo con el que su madre suele interpelarla. “Somos una familia eminentemente femenina, y supongo que eso también ha acabado definiendo mi voz y mi ser”, concluye, en plena reconquista de la sonrisa. Su hermana mayor, de 24 años, se llama Laura y reside en Tenerife, también ajena al artisteo. “¡Pero es que entre mis primos también somos casi todas chicas!”, anuncia. “La única excepción es Juan, uno de los pequeños. Y, claro, le tratamos muy bien…”.

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