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El otoño es tiempo de volver. Pero con la pandemia yo ya no sé si esto es posible

Jóvenes en el barrio de Malasaña, en MadridEL PAÍS

La tormenta de madrugada del otro día en Madrid anunció ruidosamente algo que ya intuíamos: hay que volver. El tiempo ha cambiado, hace algo más de fresco por las mañanas y por las noches, y ya flota en el aire ese algo que en el fondo es el otoño que empuja desde noviembre y que nos dice que el verano se acabó. Que hay que volver, vamos.

Vuelven las viejas noticias recurrentes, casi eternas: el ...

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La tormenta de madrugada del otro día en Madrid anunció ruidosamente algo que ya intuíamos: hay que volver. El tiempo ha cambiado, hace algo más de fresco por las mañanas y por las noches, y ya flota en el aire ese algo que en el fondo es el otoño que empuja desde noviembre y que nos dice que el verano se acabó. Que hay que volver, vamos.

Vuelven las viejas noticias recurrentes, casi eternas: el bloqueo a la renovación del Consejo del Poder Judicial, las cuentas corrientes del Rey Emérito en el extranjero o la presidenta del Parlamento catalán negándose a responder preguntas en castellano en una rueda de prensa.

Isabel Díaz Ayuso volvió por su parte el miércoles anunciando una rebaja de impuestos de 0,7 euros por contribuyente y año y yo aún tengo que pensar lo que hago con lo que me corresponde.

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Vuelven los atascos, las calles llenas, las tiendas abiertas, los colegios salvadores de unos padres a estas alturas más estresados que un taxista. Vuelven las noches largas y los días cortos, los horarios, las oficinas, las jornadas pautadas, y eso a veces constituye una tortura pero otras, para qué negarlo, un alivio. “Quizá, quizá tienen razón los días laborables”, decía el poeta Jaime Gil de Biedma en un verso que me gusta mucho.

Pero con la pandemia, la palabra volver ha adquirido un significado nuevo, más hondo. No solo queremos volver a otro septiembre. En el fondo, lo que deseamos es volver a los septiembres de siempre. Hace meses se pronosticaba que con el 70% de la población vacunada, todos volveríamos a la vida de antes. Pero ya hemos alcanzado esa cifra y aún estamos aquí. El otro día una persona mayor a la que quiero mucho me decía, con cierto fatalismo incurable, que quizás él no vería ya la vida volver a como la conocía antes del coronavirus. Que no le iba a dar tiempo.

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Tal vez ni siquiera sea una cuestión de tiempo. Cuando nos metimos corriendo en casa por la pandemia confiábamos en que, superada la enfermedad, inmunizados todos, tras cierto tiempo escondidos, emergeríamos en el mismo sitio, un poquito más viejos pero nada más. Pensábamos que bastaría empalmar el día anterior con el de después y continuar tranquilamente con la misma sucesión circular de estaciones y de años, de alegrías y tristezas. Pero no va a ser así, me temo. Vamos a salir a otro lugar desconocido, con más teletrabajo y más mascarillas, con más miedo y más lucidez, con cambios que ahora ni sospechamos. El mundo que nos aguarda ahí fuera en septiembre puede que sea mejor o puede que sea peor, pero no va a ser el mismo.

Ya es tiempo de volver, sí; pero yo ya no sé si eso es posible.


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