La gran migración

La pandemia nos robó esa poesía madrileña de atascarnos pero con el regreso de las vacaciones vuelve también esta tradición que inaugura el nuevo curso

Atasco para salir de Madrid por la A2.Víctor Sainz

Agosto se queda que da gusto para ir desde el extrarradio hasta el mismísimo centro de Madrid. Hay menos residentes urbanitas y más espacio para el disfrute de la ciudad. También más calor, pero menos tráfico y más carretera en contraprestación. Pero como todo tiempo pasado, el verano se acaba. Comienza el gran regreso. Con un atasco en todas las nacionales hasta que se diluyen en circunvalaciones, se inaugura el nuevo curso. Es el tratamiento de choque para la que nos espera en el día a día.
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Agosto se queda que da gusto para ir desde el extrarradio hasta el mismísimo centro de Madrid. Hay menos residentes urbanitas y más espacio para el disfrute de la ciudad. También más calor, pero menos tráfico y más carretera en contraprestación. Pero como todo tiempo pasado, el verano se acaba. Comienza el gran regreso. Con un atasco en todas las nacionales hasta que se diluyen en circunvalaciones, se inaugura el nuevo curso. Es el tratamiento de choque para la que nos espera en el día a día.

La pandemia nos robó esa poesía madrileña de atascarnos. A los que vivimos fuera de la capital cuando vamos a la ciudad a ganarnos el pan de cada día. Y viceversa. No lo echo de menos. Los confinamientos y el teletrabajo que muchos mantienen hasta la fecha han aliviado de vehículos (y contaminación) los trayectos entre la urbe y las periferias. También ese ahorro de tiempo, cabreos y emisiones, parece que llega a su fin. Los que todavía le dábamos a la tecla en despachos más o menos improvisados en nuestros hogares, volveremos pronto a las oficinas. Cada vacuna administrada contra la covid-19, cada punto de bajada en la incidencia de la enfermedad y cama libre en las UCI, nos acercan a ese retorno.

De entre todas las interacciones humanas que he añorado desde marzo de 2020 —las conversaciones con compañeros, las cañas después de la jornada laboral o las entrevistas cara a cara—, el tráfico congestionado que separa mi pueblo de la redacción no está entre ellas. Por muy típico que sea el atasco madrileño, según expresó la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso.

Así, me debato en este final de etapa, de verano, de lo peor de la pandemia, entre el deseo de volver a la normalidad, por muy otra y nueva que sea, a Madrid, al polígono, a las charlas en la escalera, a los tres (mínimo) cafés diarios en la máquina, y la aversión al atolladero en el asfalto dentro y fuera de la M30. A falta de tren o metro, antes lo esquivaba a base de evitar la hora punta. No todos mis vecinos del extrarradio pueden hacer lo propio. Lo de los coches compartidos, los aparcamientos disuasorios, los vehículos eco, le ahorran malos humos a la ciudad, sus habitantes y los que vamos. Pero no erradican los atascos. Mucho más transporte público haría falta para eso. Y quizá algo más de teletrabajo.

Así, me debato en este final de etapa, de verano, de lo peor de la pandemia, entre el deseo de volver a la normalidad, por muy otra y nueva que sea, a Madrid, al polígono, a las charlas en la escalera, a los tres (mínimo) cafés diarios en la máquina, y la aversión al atolladero en el asfalto dentro y fuera de la M30.

De momento, comienza la gran migración a las oficinas. Allí nos veremos. Por el camino, los que ocupamos el más allá del extrarradio, nos encontraremos en los trenes, los autobuses interurbanos y, como no, en el atasco. Unas veces cabreados, otras resignados. A veces, estresados. Cantaremos o nos informaremos con la radio. En mi imaginación, nos miraremos por las ventanillas. Hemos vuelto. Como los matrimonios: en lo bueno y en lo malo.

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