Cosmopolita de la sierra de Guadarrama
Escritor, doctor en Derecho y profesor de Política Social en la Universidad Complutense, impulsó el Parque Nacional como paseante comprometido
Su hijo Íñigo dijo ayer que su padre, Antonio Sáenz de Miera, había muerto la noche anterior en la paz del Guadarrama, la sierra que pateó como si estuviera caminando por el paraíso. Había nacido en Cercedilla, en 1935, y su pasión en los últimos tiempos, aparte de los nietos y ayudar a que su país fuera mejor, era ese monte al que dedicó su vida hasta el último viaje. Murió donde nació, rodeado de los suyos; era escritor, doctor en Derecho y fue profesor de Política Social en la Universidad Complute...
Su hijo Íñigo dijo ayer que su padre, Antonio Sáenz de Miera, había muerto la noche anterior en la paz del Guadarrama, la sierra que pateó como si estuviera caminando por el paraíso. Había nacido en Cercedilla, en 1935, y su pasión en los últimos tiempos, aparte de los nietos y ayudar a que su país fuera mejor, era ese monte al que dedicó su vida hasta el último viaje. Murió donde nació, rodeado de los suyos; era escritor, doctor en Derecho y fue profesor de Política Social en la Universidad Complutense.
En la vida urbana Sáenz de Miera fue impulsor de la Fundación Universidad Empresa, un empeño para hacer que ambos sustantivos se juntaran para ayudar a implementar su eficacia social, y paseante del barrio de Chamberí, por donde, en los últimos años de su vida, paseaba con su salakof como si estuviera dispuesto a irse en cualquier momento a la sierra o a visitar las nieves del Kilimanjaro donde, según Hemingway, un leopardo se pregunta aún qué demonios fue a buscar por esas alturas. Sáenz de Mira intentó todas las alturas; la última de esas aventuras fue discutir con su nieto Lucas, de dieciocho años, sobre el destino de la libertad, de Europa y del sentido común y recoger todo ello en un blog que ahora también parte de su herencia.
Sus preocupaciones fueron mucho más allá que los distintos terruños por los que transitó. Por ejemplo, cuando fracasó el proceso de paz en Colombia, fue a aquel país para tratar de entender a qué se debía el desatino, y de vuelta a España se hizo un cruzado en defensa de aquella iniciativa que habían abortado los que prefieren tachar en vez de construir. Cada año, además, subía a los escenarios, sobre todo para interpretar La Gaviota de Chejov, donde hacía de Trigorin. En 2019 resumía así su preocupación del instante: “Estamos con La Gaviota. En la obra Trigorin tiene sesenta años y Chéjov lo tiene por un viejo, que le dice al médico: ´¡Pero yo quiero seguir vivo!`. Yo también quiero seguir y para eso camino mucho. Voy por el monte, escribo, veo a gente, lo hago porque quiero seguir vivo el tiempo que siga vivo. No hay otra”. Esa vez iba a cumplir los 84, y los celebraría con sus nietos en una cena. Durante estos últimos días previos a la muerte estuvieron con él, en su casa de Cercedilla, sus cuatro hijos y sus diez nietos.
La Fundación Universidad Empresa fue el eje de su entusiasmo civil. Nació el mismo día en que asesinaban en Madrid, el 20 de diciembre de 1973, al almirante Carrero Blanco, en un acto que presidió el ministro Julio Rodríguez, que, como decía Sáenz de Miera, “salió pitando” a la reunión convocada para analizar tan grave suceso. Al cabo de 45 años de su trabajo promoviendo una unión que entonces parecía sacrílega, reunir a la empresa con la universidad, la entidad que él había fundado lo homenajeó como hombre clave de su historia.
En esto, y en todo, él mismo se consideraba “un martillo pilón”, y lo hubiera sido también si su ambición más secreta, ser alcalde, se le hubiera puesto a tiro cuando aún tenía fuerzas para ello
Su empeño más sentimental fue el que lo une al Guadarrama, que en gran parte debe a su entusiasmo de paseante comprometido su consideración de Parque Nacional. Lo persiguió como colaborador habitual de periódicos y como ciudadano que hizo de ese paseo infinito una obligación moral, parte de su respiración civil. En esto, y en todo, él mismo se consideraba “un martillo pilón”, y lo hubiera sido también si su ambición más secreta, ser alcalde, se le hubiera puesto a tiro cuando aún tenía fuerzas para ello. ¿Para hacer qué, Antonio?, le preguntamos hace dos años en su cuartel personal en Chamberí, el bar de su calle: “Para hacer de Madrid una ciudad cosmopolita”. Ya lo es, decía, pero tenía que haberlo sido antes.
En el momento de nuestra entrevista era alcaldesa Manuela Carmena, “me parece una mujer de respeto”, dijo, y sobre la gestión de lo que le importaba, el medio ambiente, Sáenz de Miera hizo esta adivinanza: “Madrid Central ya no hay quien lo cambie; no puedo entender esa idea de la derecha con respecto al cambio climático”.
Él era un cosmopolita, bautizado como tal en Estados Unidos, Alemania y Francia. Fue uno de los jóvenes que buscó playa bajo los adoquines en mayo del 68, e hizo crónica de ello como el deslumbramiento que marcó su vida. “Llegué el día de las barricadas, y allí me quedé dos años, y ya tenía dos hijos. Soy un sesentayochista por naturaleza, y aunque soy un hombre de derechas para mis amigos soy un rojo”.
Guadarrama fue, en todo caso, su punto de apoyo, su universidad más querida. “Es otra historia, la sierra es mi vida”. Cada día daba por Madrid 20.000 pasos. Con su salakof, con su bastón ligero, “por Fuencarral, que es por donde camina todo el mundo”. Cercedilla fue, finalmente, su destino final en su territorio tan amado.
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