Raffaella

Nada hay más anticoronavirus que la cantante italiana. Por eso nos ha entristecido tanto su muerte, ahora que parecía que volvíamos a la vida de antes

La cantante Raffaella Carrà, en 1985.GETTY

En el calentamiento previo al partido de la semifinal de la Eurocopa, los jugadores de Italia, antes de enfrentarse a España, homenajearon a Raffaella Carrà, fallecida un día antes, poniendo alguno de sus temas para animarse. Después nos ganaron. Dirán ustedes que no fue por eso. Pero vete a saber. Los periodistas deportivos italianos, ...

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En el calentamiento previo al partido de la semifinal de la Eurocopa, los jugadores de Italia, antes de enfrentarse a España, homenajearon a Raffaella Carrà, fallecida un día antes, poniendo alguno de sus temas para animarse. Después nos ganaron. Dirán ustedes que no fue por eso. Pero vete a saber. Los periodistas deportivos italianos, según apunta Daniel Verdú en su crónica, comentaban: “Ellos, los españoles, tienen el tiki-taka. Nosotros el Tuca tuca de Raffaella”. Y llevaban razón.

No sé por qué nos entristeció tanto su muerte. Tal vez porque parecía que ya, vacunados muchos de nosotros, con el virus aparentemente controlado y el verano aquí, con la posibilidad de pasear por la calle sin parecer un bandolero o un cirujano, por fin divisábamos la vida de hace un año y medio abriéndose paso hacia nosotros. Faltaba poco, nos decíamos unos a otros, para volver a lo de antes. Y Raffaella Carrá, con sus canciones pegadizas de fiestas y amantes, con sus estribillos autosuficientes (“Rumooore, nananaaaana”) y la alegría pura sin más ―y sin menos―, pertenecía por entero a la vida de antes. Nada hay más anticoronavirus que Raffaella Carrá.

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Pero en la misma semana en que ella ha muerto los japoneses han decidido que los Juegos Olímpicos se disputen sin público debido a que en ese país suben los contagios, los franceses recomiendan no viajar a España por lo mismo y la incidencia (ese palabro) se dispara entre la franja de población más joven, precisamente por ir a las fiestas a las que recomendaba ir y juntarse con los amantes y los amigos con los que recomendaba juntarse nuestra querida Raffaella. La vida de antes se aleja de nuevo. Y la gente, según veo en Madrid, sigue llevando en la calle la mascarilla de bandolero o cirujano, porque no se fía de este virus cenizo que no acaba de irse, como el pariente pelma que tarda una eternidad en decir adiós y dejarnos en paz.

La gente, según veo en Madrid, sigue llevando en la calle la mascarilla de bandolero o cirujano, porque no se fía de este virus cenizo que no acaba de irse, como el pariente pelma que tarda una eternidad en decir adiós y dejarnos en paz

En la etapa más triste de su vida, la mejor fadista de todos los tiempos, la lisboeta Amália Rodrigues, se refugió en un apartamento de Nueva York y para sacudirse la nostalgia, la pena y la depresión ponía en el televisor películas antiguas de Fred Astaire que veía repetidas constantemente, en un bucle sin final y sin cura. No sé qué parte del pasado quería conjurar Amália, qué vida quería olvidar o recordar mirando sin parar las piruetas irreales y los pasos mágicos de claqué de Fred Astaire, pero a lo mejor acertó. Tal vez lo apropiado sea encerrarse en casa, olvidarse de lo de afuera, desenchufar la radio, poner el móvil en modo avión, dejar de leer noticias del virus, y esperar a que pase todo y vuelvan los inocentes días de antes, tarden lo que tarden, viendo cantar y bailar en youtube a Raffaella Carrá.

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