Adiós, rubia
El euro no es rival porque la peseta siempre tendrá nuestra infancia, cuando la vida era gratis. El 30 de junio es el último día para cambiarlas en el Banco de España
Calcula el Banco de España que, 20 años después de que se acuñara la última, aún tenemos por casa pesetas por valor de unos 1.586 millones de euros, de sobra para resolver aquel problema con Hacienda de Lola Flores, precursora del crowdfunding y de otras muchas cosas. Esto quiere decir que, como yo, hay mucha gente que todavía guarda ropa de COU. Les animo desde aquí a vaciar —mejor en la intimidad— el bolsillo de un vaquero de entonces. Lo menos emocionante que saldrá de ahí será dinero: un número de teléfono —¡fijo!—, la entrada a algo multitudinario, una chapa vergonzante, cosas que ...
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Calcula el Banco de España que, 20 años después de que se acuñara la última, aún tenemos por casa pesetas por valor de unos 1.586 millones de euros, de sobra para resolver aquel problema con Hacienda de Lola Flores, precursora del crowdfunding y de otras muchas cosas. Esto quiere decir que, como yo, hay mucha gente que todavía guarda ropa de COU. Les animo desde aquí a vaciar —mejor en la intimidad— el bolsillo de un vaquero de entonces. Lo menos emocionante que saldrá de ahí será dinero: un número de teléfono —¡fijo!—, la entrada a algo multitudinario, una chapa vergonzante, cosas que les gustaban, recuerdos de lo que ya no son…
Es muy cómodo saltar de país en país por Europa sin tener que cambiar de divisa, pero hay algo en lo que el euro nunca podrá competir con la rubia: la nostalgia. Cómo no tenerle cariño a la peseta, a la vida sin decimales, a saber siempre con precisión lo que hacíamos, es decir, lo que nos costaba. Cuánto dinero no habremos perdido los de letras con el redondeo del 166,3. Confieso que todavía traduzco los euros a pesetos cuando son cantidades grandes para hacerme una idea.
Hoy es menos de un euro, o sea, nada, pero entonces la felicidad era recibir una moneda de 100 pesetas y dedicar una semana a decidir dónde invertir
Una generación entera con edad de voto no entenderá, pero los vacunados y los que están a punto sí saben que en eso el euro no es rival: ella tiene nuestra infancia. Estaba con nosotros cuando la vida era gratis, cuando no teníamos que ganar dinero, nos lo regalaban. El euro son gastos; la peseta, en aquella feliz etapa, solo ingresos. La hipoteca la pagamos en lo primero; la hucha la llenábamos con lo segundo. Estábamos en nómina de nuestros padres y a veces, con la visita de los abuelos, nos caía alguna paga extra. Y todo eso sin dar un palo al agua.
Hoy es menos de un euro, o sea, nada, pero entonces la felicidad era recibir una moneda de cien pesetas y dedicar una semana o más a la ingeniería financiera, meditando dónde invertir. La oferta era amplísima. Podías especular, por ejemplo, jugándotela a un huevo kínder; ir a un valor seguro, los cromos, o hacer caso a los adultos, siempre tan conservadores, animándote a poner tu capital a plazo fijo en el cerdito. Y todo eso merendando, asalvajados y libres, pan con chocolate. Supéralo, euro.
A ellos los deseamos, pero nunca los querremos como quisimos a la peseta. La prueba de esa distancia emocional es que ni nos hemos molestado en hacer refranes con ellos. ¿Cómo se dice en euros pesetero? ¿Qué lección de vida más importante que el nadie da duros a cuatro pesetas nos ha enseñado la moneda única? La única nueva expresión que se me ocurre es mileurista y solo sirve para recordar que hace no tanto 166.386 pesetas era una barbaridad de sueldo.
Morirán definitivamente el 30 de junio, último día que podrán canjearse por euros y por eso en las últimas semanas se han disparado las visitas al Banco de España. Una peregrinación de nostálgicos, despistados y románticos con botes de colacao llenos de pesetas, de recuerdos.
Adiós, rubia.
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