Iglesias, el destino y la canción
Alguien debería explicar qué empuja a un vicepresidente del Gobierno a abandonar el cargo desde el que puede hacer las cosas que viene reclamando toda la vida
Pablo Iglesias, acompañado por sus fieles, anunció esta semana que abandonaba para siempre la política. Después utilizó como fórmula de despedida parte de una estrofa de una canción de Silvio Rodríguez: “Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui”. Y se fue. Tal vez ...
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Pablo Iglesias, acompañado por sus fieles, anunció esta semana que abandonaba para siempre la política. Después utilizó como fórmula de despedida parte de una estrofa de una canción de Silvio Rodríguez: “Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui”. Y se fue. Tal vez él no sepa lo que es el destino, pero el destino sí que sabe quién es él. El mismo día en que nació, en la misma ciudad, Madrid, nacía una niña llamada Isabel Díaz-Ayuso con la que se iba a cruzar años después, en 2012, ambos con 34, en una tertulia de mala muerte y poca audiencia y en algunos de los bares de cañas de la zona donde se grababa el programa. Ella era entonces una diputada autonómica desconocida que había estudiado periodismo y por la que nadie hubiera apostado. Él, un enfático profesor universitario de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de corbatita estrecha algo pedante al que tampoco conocía nadie.
“Iglesias ha hecho un recorrido milimétricamente inverso a su contrafigura femenina: cada vez más antipático, impopular y detestado”
Nueve años repletos de todo más tarde, los dos volvían a cruzarse un martes. Ayuso salió de ese día convertida en uno de los líderes de la derecha española más populares y con más futuro. La Comunidad de Madrid tal vez le sirva de trampolín para saltar al Gobierno de España. Tal vez. Como decía un politólogo brasileño harto de equivocarse: “El que diga que sabe lo que va a pasar, es que está mal informado”. Mientras, obedeciendo a un destino en el que no cree, Iglesias ha hecho un recorrido milimétricamente inverso a su contrafigura femenina: cada vez más antipático, impopular y detestado, de la vicepresidencia del Gobierno saltó a la Comunidad de Madrid, y de ahí, en un rebote memorable, a la estrofa de Silvio Rodríguez y a una nueva vida de periodista que, también, quién sabe.
Con todo, alguien nos debería explicar algún día a qué obedece la pulsión que empuja a un vicepresidente de Gobierno a abandonar un cargo desde el que puedes hacer las cosas que vienes reclamando toda la vida, para presentarte a unas elecciones a fin de conseguir otro cargo desde el que etc. Da la impresión de que Iglesias no quiere cargos, sino pelearse por ellos. Y perder es malo. Pero ganar es dejar de tener razón. Como gobernar. Por eso decidió dimitir como vicepresidente y poderoso: para poder arengar ya sin contradicciones contra los vicepresidentes y poderosos, para colocarse literariamente en el lado bonito pero inútil de la historia y entrar por fin en la canción. Uno diría que Iglesias ama tanto la política que no puede ser político. El poeta Jaime Gil de Biedma lo explicó muy bien hablando de sí mismo: “Todo fue una equivocación: yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo, quería ser poema”.
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