La democracia contra el ciberpunk

Una campaña electoral puede hacer perder la fe en el sistema democrático

La candidata de Vox a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, muestra su papeleta de Vox antes de ejercer su derecho a voto. A la derecha, la Policía detiene a una activista de Femen durante su protesta ante el colegio electoral de Monasterio.Ricardo Rubio (EP) / Manu Fernández AP
Madrid -

Es triste y raro: lo que más le hace a uno perder la esperanza en la democracia es una campaña electoral. En la que acabamos de sobrevivir se ha materializado lo peor del modelo: la espectacularización de la política, la polarización social, el fango de las redes, el peligro de bulos y fake news, hasta la amenaza, otra vez, del fascismo y la violencia guerracivilista. En el centro de todo hay hilazón. Un sistema agotado que crea desigualdad y destruye la esperanza. La cada vez más manifiesta incompatibi...

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Es triste y raro: lo que más le hace a uno perder la esperanza en la democracia es una campaña electoral. En la que acabamos de sobrevivir se ha materializado lo peor del modelo: la espectacularización de la política, la polarización social, el fango de las redes, el peligro de bulos y fake news, hasta la amenaza, otra vez, del fascismo y la violencia guerracivilista. En el centro de todo hay hilazón. Un sistema agotado que crea desigualdad y destruye la esperanza. La cada vez más manifiesta incompatibilidad de la tecnología, tal y como se está desarrollando, con el bienestar humano. ¿Es posible la democracia en la era de internet? Cada vez se ve menos claro. Ayer fueron las elecciones y mientras tecleo esto todavía no se sabe quién ha ganado. Por el camino, gane quien gane, hemos perdido todos.

Durante la campaña, ante el tono que estaba adquiriendo el enfrentamiento, muchos se preguntaron si esa era la manera en la que deberían funcionar las cosas, con la política sepultada bajo un montón de declaraciones cruzadas, estrategias de marketing y escándalos. El problema de la mercantilización de los candidatos no es nuevo, es decir, que se venda una persona o una supuesta ideología mientras que nadie parezca interesado por los programas. La mayoría de las personas no los lee antes de votar.

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Quizás suene utópico, pero igual que un manipulador de alimentos debe tener el carné de manipulador de alimentos y un conductor debe conocer el código vial, un votante, un votante con todas las letras, un ciudadano en democracia, debería conocer los programas electorales. He escuchado también la idea de que exista algún tipo de seminario obligatorio, e incluso prueba, para conocer los programas y votar con conocimientos de causa, no solo influido por rifirrafes mediáticos, mensajes de WhatsApp, mítines de barrio y debates televisivos. Entiendo que supone un reto logístico y que, cómo evitarlo, la forma de impartir esos cursillos entraría también dentro del cruce de acusaciones de tongo y manipulación. Pero, si fuera esto posible, solo podría votar quien supiera qué está votando. No suena descabellado, sino todo lo contrario. Un segundo paso sería que los programas se cumpliesen, claro.

Asistiendo a la campaña, con sus manipulaciones mediáticas y sus balas enviadas por correo, no pude dejar de imaginarme un futuro ciberpunk. Los escritores de esta corriente describieron desde los años 80 un futuro distópico que se parece bastante al nuestro: polarización, desigualdad, manipulación, grandes corporaciones que dominan un mundo de estados pusilánimes, hackers, guerras digitales, una población inserta y presa en una gran Red global, etc. La diferencia es que nuestra realidad es hiperdiseñada y cuqui, no desastrada y marginal como la ciberpunk, de modo que nuestro Fin del Mundo será estéticamente bello. Eso sí, por la calle ya hay mucha gente ciborg con ropa flúor y pelos de colores.

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