Los ‘punkis’ y la mastina

La primavera en Madrid florece en las terrazas, hermosas y vulgares, como si no hubiera pandemias o elecciones

Un hombre enseña los dientes de su mastín.

Pasado el equinoccio de Aries, bajamos a pasear a Sua, la perra de la amiga Jimena, y las terrazas de Argumosa, que son como la pasarela Cibeles, se volvieron putolocas. ¡Es tan vulgar la terraza y tan hermosa la primavera! Sua es una mastina que se pone sobre dos patas y es más alta que cualquiera, es blanca y negra, sin escala de grises, como un siniestro fan del black metal. Tiene cara de triste pero luego es macarra un rato. Persigue a otros perretes (los pobres galgos, para más señas, son sus archienemigos), y arrastra a su humana contra el suelo con la fuerza de un navío. S...

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Pasado el equinoccio de Aries, bajamos a pasear a Sua, la perra de la amiga Jimena, y las terrazas de Argumosa, que son como la pasarela Cibeles, se volvieron putolocas. ¡Es tan vulgar la terraza y tan hermosa la primavera! Sua es una mastina que se pone sobre dos patas y es más alta que cualquiera, es blanca y negra, sin escala de grises, como un siniestro fan del black metal. Tiene cara de triste pero luego es macarra un rato. Persigue a otros perretes (los pobres galgos, para más señas, son sus archienemigos), y arrastra a su humana contra el suelo con la fuerza de un navío. Sua, céntrate, perritina.

¡Par favaaaar! ¿Puedo tocarla un rato?—, dicen los madrileños que beben en las terrazas: tal es su porte canino, tal es su poderío.

Es una verdadera pasión, la de los perros y las terrazas: habiendo cañitas y canes no hay pandemias ni elecciones, todo sucede en este preciso instante, bajo los árboles recién floridos. Entre sus ramas resoplan los aires afrancesados de la libertad madrileña.

Lo dijo el poeta y se lo digo yo a Madrid entero: quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los punk rockers.

Se habla mucho ahora de los mastines porque dicen que son la solución para que los lobos no se coman a los rebaños. Igual Sua y otros como Sua nos resuelven la papeleta de la ganadería extensiva y de la expansión de los carnívoros por esas amplias zonas de Europa abandonadas por los humanos. ¿Por qué no bajan los lobos a Madrid? Porque está Sua tomando el vermú por el barrio de Lavapiés.

- Yo creo que Sua ya es más como una hipster treintañera que no puede dárselas de neorrural: ama los coches, teme a las ovejas, ya le vale a la perra – dice Jimena mientras tira fuerte de la correa.

Pasamos por donde los punkis y los punkis también se vuelven locos. Qué felices son los perros de los punkis y qué felices son los punkis con los perros. Qué alboroto cuando los macarrillas florecen por primavera, igual que la flora espontánea brota entre las grietas de las baldosas, igual que las raíces del olmo rompen con furia lenta el asfalto. Y se dejan caer por la calle Ave María, rodando por las esquinas, pidiendo una monedilla a las pocas viejas que pasean. Los punkis tienen muy mala fama, pero una vez leí en una revista que, según una universidad estadounidense, son más listos que cualquiera. Ahora dicen que el nuevo punk es hacerse de ultraderecha, hablar “sin complejos” contra los débiles, pero no son más que habladurías, fake news, hechos alternativos.

Vivan los electroduendes pelicoloridos, pelín drogados y saltarines, los errabundos de la tachuela que cada año anuncian, con sus botas militares, la eclosión de los almendros y una hipotética llegada de la anarquía. Lo dijo el poeta y se lo digo yo a Madrid entero: quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los punk rockers.

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