Una lata de Nescafé para vivir mil veces más en el Café Berlín
La sala madrileña, una de las más legendarias al ser hogar del jazz y el flamenco más trasnochadores, resiste con una ambiciosa programación en abril
Johnny Carter tenía razón cuando decía: “Siempre que una persona tiene una lata de Nescafé me doy cuenta de que no está en la última miseria: todavía puede resistir un poco”. Johnny Carter es el saxofonista cuya vida discurre al filo de la lucidez y la destrucción en la novelita El perseguidor de Julio Cortázar. Un músico virtuoso que, en el fondo -y en la superficie-, es el espíritu de Charlie Parker llevado a las letras ficcionadas bajo la mirada de un cronopio amante del jazz, de ese sonido imposible de domestica...
Johnny Carter tenía razón cuando decía: “Siempre que una persona tiene una lata de Nescafé me doy cuenta de que no está en la última miseria: todavía puede resistir un poco”. Johnny Carter es el saxofonista cuya vida discurre al filo de la lucidez y la destrucción en la novelita El perseguidor de Julio Cortázar. Un músico virtuoso que, en el fondo -y en la superficie-, es el espíritu de Charlie Parker llevado a las letras ficcionadas bajo la mirada de un cronopio amante del jazz, de ese sonido imposible de domesticar.
Al descender las escaleras que bajan al Café Berlín y girar a mano derecha hasta la barra principal, se observa que todavía está la cafetera en su sitio. Funciona. No es una lata de Nescafé, pero es una señal evidente: todavía se puede resistir un poco. Hay café y hay cervezas y licores disponibles pese al “panorama muy complicado” del que habla Andrés Almada Pato, uno de los propietarios de la sala junto al otro socio Leandro Cersosimo. Ambos son argentinos, pero, después de más de una década al frente de este centro de peregrinación de la música en directo, son también madrileños, como tantos de fuera que ya ni se lo preguntan porque se mueven por la ciudad como peces en el agua. Pato tiene un imbatible acento porteño y dice cada dos por tres la palabra “ché”, pero acumula tantas noches de trabajo y de juerga a piñón en Madrid que bien podría escribir un libro. “Miles de noche, ché”, apunta. “Uff… es que son tantas que se olvidan”.
También empiezan a ser muchas o, al menos, más de las esperadas aquellas en las que no ocurre ya nada. La pandemia ha obligado durante meses a tener cerrado el Café Berlín, aunque reabrió este mes de marzo y ahora Pato y su socio buscan darle un impulso fuerte en abril con una programación ambiciosa: Jorge Pardo, Paco Soto, Chano Domínguez, Cosmosoul, Virginia Alves, Diego El Morao, Josemi Carmona, Pakete… E incluso hay una noche dedicada a los 100 años de Piazzolla. “Tenemos la misma ambición que hemos tenido siempre. Antes de la pandemia, hacíamos una media de 46 conciertos por mes. Entonces, había indirectamente unos 200 músicos que trabajaban en un mes en el Berlín. Ahora, estamos intentando recuperar un poco ese pulso después de que en marzo solo hemos programado un concierto por semana”.
Músicos como Josemi Carmona, Chano Domínguez y Jorge Pardo -los dos últimos Premios Nacionales de Músicas Actuales- son habituales del Berlín. Se han bajado el caché para actuar en una sala que es como su casa. Porque el Berlín ha sido un avispero nocturno de músicos y aficionados fervorosos de los conciertos más trasnochadores desde hace décadas, donde el jazz y el flamenco se encontraron como esos desconocidos que acaban en amistad verdadera en una barra de bar. “El Café Berlín siempre ha sido un club de músicos”, sostiene Pato. “Siempre hemos tenido un elenco estable de flamencos. Cuando terminaban de trabajar del tablao, venían al Berlín a hacer las jams. Había una alegría por pasárselo bien. Con un público que siempre responde y hace que esta sala esté hasta arriba”.
El Café Berlín también fue hogar de Jerry González, capo de una escena madrileña de jazz ardiente, que le debe mucho desde que se instaló en la ciudad a principios de siglo proveniente del Bronx. Esencia del mejor jazz y buscador de momentos míticos, Jerry González, que de niño se empapó de Louis Armstrong y Charlie Parker y de mayor tocó con Dizzy Gillespie o Chet Baker, regalaba noches memorables con su trompeta salvaje en el Café Berlín, donde, con las agujas de los relojes etílicas, inundaba todo de un swing pletórico, se iba por rumbas a Thelonious Monk, se hacía jams dedicadas a Miles Davis o se juntaba con Javier Colina.
“Era un lujo para Madrid”, confiesa Pato, que le trató mucho en aquel Café Berlín del número 4 de la calle Jacometrezo, el emplazamiento ya mítico de una sala en un primer piso, no muy grande, con capacidad para no más de 80 personas, al que se accedía subiendo unas escaleras y se entraba como en una fiesta clandestina, bajo ese ambiente de alevosía nocturna y decoración art-decó, pequeñas mesitas y sofás de terciopelo rojo, que tenía su camerino en la cocina del piso inferior, una cocina donde el propio Jerry, Pepe Habichuela, Ramón El Portugués, Chano Domínguez y tantos otros trapicheaban con la vida. “Aquella cocina era un lugar muy bohemio”, recuerda Pato. Aquel Berlín de Callao sucumbió a la especulación inmobiliaria tan bestia a que ha sido sometido todo el centro de Madrid desde que los turistas se convirtieron en ejércitos a los que alimentar con voracidad. Aquel Berlín, que se despidió en una noche sin nombre protagonizada por un concierto de Jerry González, cayó porque en 2016 un magnate indio puso 23 millones de euros para comprar el edificio entero y construir un hotel de lujo en la esquina más famosa de la ciudad: la del letrero luminoso de Schweppes.
Hoy, el hotel de lujo está cerrado y una placa en la calle Jesús y María 34 de Lavapiés indica que allí vivió “el trompetista, conguero y precursor del jazz latino y del flamenco-jazz” Jerry González hasta su muerte en octubre de 2018. También hoy resiste el Café Berlín. Conviene no olvidarlo. La sala revivió meses después en la calle Costanilla de los Ángeles 20, muy cerca del emplazamiento anterior. Y lo hizo por el empeño de Pato y su socio. “Al menos, cambiamos a otro sitio más grande y pudimos poner un piano de cola en el escenario”, cuenta Pato.
El piano sigue ahí, a la espera de ser tocado con ganas en este abril, como también la cafetera, las cervezas y los licores. Todavía se puede resistir un poco, como decía Johnny Carter, el mismo perseguidor incansable escrito por Cortázar que también decía que la música le metía en el tiempo. Porque cuando estaba tocando, él, y tú, nosotros, todos los que amamos la música nos metíamos en el tiempo en un minuto y medio intentando encontrar “la manera de poder vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana”. Mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa también de la pandemia.