Enamorados en Malasaña de la belleza y de la política

La nueva asociación La Imprenta pretende ofrecer al barrio un espacio para la cultura, la cooperación y la crítica

Miguel Ángel Vázquez, miembro del colectivo La Imprenta, posa dentro del nuevo centro cultural/librería La Imprenta en el barrio de Malasaña en Madrid.Andrea Comas

“Yo pensaba que esto iba de recomendar libros y leer poesía, pero se parece más a un máster en manejar el datáfono y montar estanterías”, bromea Miguel Ángel Vázquez, sombrero, gafas, camisa abierta y colgantes, portavoz de la asociación cultural La Imprenta. Acaban de abrir su sede en Malasaña (en la calle de Monteleón, 5) y todavía huele a nuevo, a obra, el espacio parece ansioso por albergar existencias y palabras.

El colectivo, formado por seis personas, resolvió algo tan “subversivo” como decidir qué quer...

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“Yo pensaba que esto iba de recomendar libros y leer poesía, pero se parece más a un máster en manejar el datáfono y montar estanterías”, bromea Miguel Ángel Vázquez, sombrero, gafas, camisa abierta y colgantes, portavoz de la asociación cultural La Imprenta. Acaban de abrir su sede en Malasaña (en la calle de Monteleón, 5) y todavía huele a nuevo, a obra, el espacio parece ansioso por albergar existencias y palabras.

El colectivo, formado por seis personas, resolvió algo tan “subversivo” como decidir qué querían hacer con su vida, sin dejarse llevar por inercias y corrientes, y decidieron esto: montar un centro social y cultural abierto a la ciudadanía en el que organizar recitales, exposiciones, talleres, debates, grupos de crianza, ceder espacios a quien lo necesite, tomar vino tinto, generar barrio en un momento en el que muchos centros vecinales son cerrados por el Ayuntamiento y en una zona azotada por las lacras de la gentrificación y la turistificación. No es fácil que la gente se asocie y participe, y menos en estos tiempos distanciados y temerosos, pero en La Imprenta pretenden abrir una brecha que ayuden a ampliar los amigos, los vecinos, los artistas. En la zona, sobre todo en la aledaña calle de Divino Pastor, hay un buen puñado de librerías, pero ni esto es una librería al uso, ni han venido a competir, sino a colaborar.

“Queremos bajarle el pistón al ritmo de la cultura”, dicen los promotores del proyecto

“Aquí estamos enamorados de la belleza, pero también muy preocupados por el futuro del planeta”, asegura el portavoz. Esas son sus líneas de trabajo: la cultura y el ámbito de lo político y social, teniendo siempre muy en cuenta a las periferias geográficas y sociales, a los más vulnerables o invisibilizados, que tendrán aquí su hueco. Prueba de todo ello fue su primera publicación, la Guía de preguntas para construir otro mundo posible tras el covid-19. “Hay muchas voces diciéndonos cómo va a ser el mundo después de la pandemia, cosa de la que no tenemos ninguna certeza, así que nosotros decidimos lanzar preguntas”, dice Vázquez. Se las lanzaron a expertos punteros en diferentes ámbitos, desde las relaciones internacionales al feminismo, de los derechos humanos a la infancia, de la energía sostenible a la salud global, las mil y una cosas que hacen del futuro parezca un lugar sombrío.

“Ahora se estrenan películas y series cada semana en las plataformas audiovisuales, se publican libros que enseguida caen en el olvido, siempre parece que nos estamos perdiendo algo, que no podemos estar en la conversación: nosotros queremos bajarle el pistón al ritmo de la cultura”, dice el promotor. Así, apostarán por libros de segunda mano y también nuevos, de editoriales muy seleccionadas. Su máximo referente es el espacio de cultura crítica La Vorágine, en Santander; son primos hermanos del bar poético Aleatorio, en la calle paralela, y también podrían darse un aire a la librería Traficantes de Sueños, en Lavapiés, aunque con una vertiente más vecinal. Se quieren apoyar en los “aliados” que sustenten el local, ya sea con contribuciones económicas, con trabajo voluntario o con conocimiento, es decir, impartiendo charlas, talleres, etc.

Si arriba está la librería y el pequeño salón de actos, con su telón carmesí y su pared de pizarra pintarrajeada de colores; abajo, en el sótano, se encuentra una sala para reunirse “a conspirar”, como reza el cartel que anuncia la escalera. El local fue antes una carbonería llamada Riesgo (“muy apropiado para lo que ahora queremos hacer aquí”, dice Vázquez) y un taller de encuadernación del que conservan algunos elementos que dan cierta solera al local.

El nuevo centro cultural/librería La Imprenta en el barrio de Malasaña en Madrid.Andrea Comas

Planeaban abrir en octubre, pero la pandemia truncó también este plan. Ahora han considerado que ya es momento de las personas vuelvan a compartir, siempre siguiendo las más estrictas medidas de seguridad y respetando escrupulosamente los aforos. Así que su primer evento fue la presentación de su primer poemario publicado, Derecho de admisión, del poeta Yeison F. García, politólogo afrocolombiano y español. Su colección de poesía tiene algunas particularidades: un código QR en el que ver un video que un artista realiza ad hoc para los poemas (en este caso Heidi Ramírez) y una lista de Spotify con las preferencias del poeta. Son curiosos artefactos híbridos que transitan entre los átomos del papel y los bits de información.

Otro de sus proyectos editoriales futuros son unos manuales de instrucciones para entender el mundo, “muy sencillos, como los manuales de los vídeos VHS de los años 80”, ejemplifica el portavoz. El primero será sobre un tema tan interesante e inopinado como los pañales de tela. “Es que un bebé a lo largo de su vida puede generar… ¡hasta una tonelada de residuos!”, concluye Vázquez. Si uno se fija, hay muchísimas cosas que cambiar en nuestra realidad. Y aquí se fijan.

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