Retrato de un músico obrero sin escenario

Fernando Pardo, que lleva cerca de cuatro décadas como guitarrista y trabajador de los conciertos, ha tenido que reinventarse e irse a vivir fuera de Madrid

Fernando Pardo, músico, en Escalona (Toledo), donde reside.Jaime Villanueva (EL PAÍS)

Según la agenda política, España se debate entre comunismo o libertad, pero a la agenda política nunca le ha importado el ciudadano de pie. Ni siquiera el ciudadano. La agenda política siempre lanza debates maniqueos mientras la gente corriente tiene que encarar emergencias nacionales como la pandemia sanitaria. Pero también otras pandemias de las que no se habla o se habla muy poco como la de la pobreza o la de la salud mental.

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Según la agenda política, España se debate entre comunismo o libertad, pero a la agenda política nunca le ha importado el ciudadano de pie. Ni siquiera el ciudadano. La agenda política siempre lanza debates maniqueos mientras la gente corriente tiene que encarar emergencias nacionales como la pandemia sanitaria. Pero también otras pandemias de las que no se habla o se habla muy poco como la de la pobreza o la de la salud mental.

Fernando Pardo sabe bien de qué van estas emergencias. A sus 57 años, lo sabe, aunque no contaba con ellas. “Llevo más de 30 años dando vueltas con una guitarra a cuestas y me gusta. Lo que no imaginaba es que iba a estar todo devastado. Es un erial”, confiesa. De un año para otro, Fernando ha visto cómo su vida ha cambiado radicalmente, tanto que pobreza y salud mental son dos ideas que no asociaba a su día a día y ahora, como tantísimas personas, sabe que forman parte de su existencia, aunque solo sea porque apenas tiene recursos económicos y su cabeza no está en armonía con una realidad que le “exprime”. “Unos se deprimen y otros se cabrean. Yo soy de los que se cabrean. Llevo cabreado mucho tiempo. Me siento de alguna manera maltratado”, señala.

Miembro fundador de Sex Museum, una de las grandes bandas del rock and roll patrio, Fernando es veterano de la música española. Lleva desde 1985 con el grupo que con su vitamina de fuzz y actitud empezó a hacer del garage-rock algo a tener en cuenta en España, pero también forma parte de otra formación muy querida entre la parroquia rockera como Los Coronas. Y ha ejercido de productor en distintos proyectos. Él se define como “un obrero del rock”. Y lo es, pero este currante de la guitarra es también una especie de emblema en Malasaña, el barrio que dio nombre a una escena musical muy activa en España y lleva desde el estallido de la pandemia resistiendo como puede. Sin embargo, no todos han podido quedarse en Malasaña, como Fernando.

Es mediodía en Escalona de Alberche, un pueblo a unos 90 kilómetros de Madrid, y Fernando charla tranquilamente sobre su vida de ahora y la de antes. Está “jodido”, pero no lo transmite. En junio pasado, “viendo el incendio que se avecinaba”, alquiló su piso de Malasaña a una amiga estudiante de un master y se fue a vivir a su casa del campo en esta localidad de Toledo, que adquirieron hace más de 20 años. “Llegué una semana antes que mi mujer y mi hija para enfangarme en reparar cosas”, explica el músico.

Su mujer es Marta Ruiz, teclista de Sex Museum. Ambos siempre han sido “supervivientes privilegiados” del rock, pero desde hace un año no ingresan nada por los conciertos. “Como tantos músicos, nos hemos quedado a cero. A cero absoluto”, dice. Formaban parte de ese enorme ejército de músicos en España que vivían mal que bien de tocar los fines de semana entre salas, bares, eventos y festivales. “Yo llevaba enganchando giras con mis bandas desde hacía décadas”, cuenta. Ahora, todo eso “se esfumó”. “Corte total”, indica con su larga melena.

Fernando es un músico sin escenario. Un soldado de un inmenso batallón de cantantes e instrumentistas muy diezmado, que conoce bien tras cuatro décadas al pie del cañón. “La cultura y más aún los músicos estamos al final de la fila. Porque para todos los políticos siempre nos hemos apañado por nuestra cuenta. Unos están trabajando en Uber o Cabify, otros de teleoperadores y otros se buscan cualquier otro curro porque cada fin de mes hay que pagar lo que hay que pagar”. Él se ha visto obligado a reducir costes por todo: “La potencia de la luz, el suministro de agua… lo que sea que nos baja un escalón de gasto”.

También se ha visto obligado a reinventarse como profesor dando clases musicales online. “Tiramos de ahorros hasta que pudimos. Se acabaron pronto. Por suerte, salieron las clases de guitarrista por zoom. En el fondo, son clases de 360 grados. Enseño a tocar la guitarra, pero también se aplican a saber grabar, sacar sonido, a desatacarse con las ideas…”. Estas clases le han “frenado un poco la ruina”. Y, hoy, mientras pasea a sus perras Channel y Oli cerca del río Alberche asegura que se le saltaron las “lagrimillas” cuando su sobrino le ofreció dinero, pero también amigos del rock and roll. “Es una escena que cierra mucho las filas para ayudarse unos a otros”.

El problema es que las filas están en situación trágica en todos los frentes. Sin ayudas de las Sgae, con todo parado y como autónomos en “condiciones pésimas” que “pierden la mitad” de lo que ganan en impuestos, los músicos obreros del escenario tienen un panorama desolador. “Igual que tantos autónomos españoles”, indica Fernando, solo que aquí, en la música, “el tufo de marginalidad apesta”.

En esta marginalidad, Fernando sigue tocando la guitarra porque está enseñando y porque “un mes sin tocarla son cuatro que te expulsa”. En los últimos cuatro meses, dice que él ha aprendido a seleccionar “trozos de leña” para quemarlos en la chimenea y gastar menos en calefacción. “Todo al viejo estilo. Es como vivir bastantes décadas atrás. Suena a cuento de los hermanos Grimm”.

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