Los últimos en salir
No quiero que mi hijo acabe pensando que mido sus logros en función de las metas que alcanzan los demás
Ayer bajé a la calle con mi hijo y su bicicleta de La patrulla canina.
Se siente muy orgulloso de su bicicleta.
Cada día, antes de bajar, repasa los dibujos y los nombres de todos los personajes estampados en su bici, asegurándose de que siguen allí.
Chase, Marshall, Ruble, Skye.
¡Skye es la chica, solo hay una!- me dice.
Hace unos días, en casa, viendo Shrek, ya casi al final de la película y con esa capacidad que tienen los niños de mostrarte el mundo sin pretenderlo.
Me dijo: a mí me gusta más Fiona cuando es verde.
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Ayer bajé a la calle con mi hijo y su bicicleta de La patrulla canina.
Se siente muy orgulloso de su bicicleta.
Cada día, antes de bajar, repasa los dibujos y los nombres de todos los personajes estampados en su bici, asegurándose de que siguen allí.
Chase, Marshall, Ruble, Skye.
¡Skye es la chica, solo hay una!- me dice.
Hace unos días, en casa, viendo Shrek, ya casi al final de la película y con esa capacidad que tienen los niños de mostrarte el mundo sin pretenderlo.
Me dijo: a mí me gusta más Fiona cuando es verde.
Le gusta más Fiona cuando es verde. Porque Fiona verde sigue siendo Fiona.
Porque alejarse de lo normativo no te hace ni menos bella, ni menos Tú.
Me gusta que se fije en esas cosas y me encanta pensar que cuando mamá no tenga lugar, cuando le agredan todos esos carteles con varones expertos, sin rastro de nosotras, Él lo reivindicará, como reivindica el espacio de Skye y todas las skyes del mundo.
Llegamos a la explanada y le comento que en algún momento de este mes tendremos que intentar quitarle los ruedines a la bici, porque ya tiene edad de pedalear solo.
Y a veces, cuando se lo digo, tengo la tentación de ponerle ejemplos de amiguitos suyos que ya llevan tiempo sin ruedines en la bicicleta, a ver si así se anima y encuentra el coraje para hacer lo mismo. Pero me contengo.
Siempre me contengo cuando se trata de hacerle mirar a lo que hacen otros. No quiero que acabe pensando que mido sus logros en función de las metas que alcanzan los demás.
Yo le enseño que lo importante es divertirse y que es más divertido cuando lo has dado todo para ganar. Lo primero es con los demás, lo segundo es contigo mismo.
En un momento dado, se le acerca un amiguito que le invita a correr.
Yo pienso: ¿Para qué?
Él ni se lo plantea.
Suelta la bici , su cuerpo sigue allí pidiendo permiso, pero su sonrisa y sus ojos saltones llevan ya un rato regocijándose en lo que harán sus pies ágiles en cuanto le autorice
Y sale pitando, sonriéndose los amigos, uno a cada lado, sin tocarse, porque no se puede.
Salta un bordillo gritando. ¡Mira mamá!
Y Yo le aplaudo. Le aplaudo cada vez más de verdad con esas tonterías, antes le aplaudía midiendo esas distancias como si las saltaran mis pies. El salta el mundo.
Y ya le quería, ¿Cómo no?. Pero ahora además le admiro.
A todos esos renacuajos que han acatado sin hacer preguntas como cuando salían corriendo.
Que han tenido que aplacar su ímpetu y su voracidad cuando y como se lo hemos pedido.
Los últimos en salir.
Creo que esperare un poquito más a quitarle los ruedines de la bicicleta.
Después de este año, no tiene que demostrarle a nadie que no tiene miedo.
¡Y menos, a mí!