La última etapa de Perucha

El legendario mecánico ciclista se enfrenta al desahucio de su taller ‘okupado’, propiedad de la Comunidad de Madrid y donde inicia a los jóvenes en el oficio

Higinio Domingo Perucha, exciclista y mecánico, en su taller de La Ventilla.David G. Folgueiras

En un taller ciclista, como en las sastrerías, todo comienza con la liturgia de la toma de medidas. El largo de la pierna, la longitud de los brazos y el ancho de hombros sirven para calcular las dimensiones idóneas de una bicicleta. Por eso Higinio Domingo Perucha, de 87 años, acostumbra a echarse un metro al bolsillo de su bata añil. La última creación de este artesano matricero, cuyos tándems cosecharon tres oros Paralímpicos, descansa todavía sobre el torno de esta fábrica okupada. En el tubo inferior del cuadro puede leerse una frase que sintetiza el credo de su constructor: “Hecho a mano...

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En un taller ciclista, como en las sastrerías, todo comienza con la liturgia de la toma de medidas. El largo de la pierna, la longitud de los brazos y el ancho de hombros sirven para calcular las dimensiones idóneas de una bicicleta. Por eso Higinio Domingo Perucha, de 87 años, acostumbra a echarse un metro al bolsillo de su bata añil. La última creación de este artesano matricero, cuyos tándems cosecharon tres oros Paralímpicos, descansa todavía sobre el torno de esta fábrica okupada. En el tubo inferior del cuadro puede leerse una frase que sintetiza el credo de su constructor: “Hecho a mano en Chamartín de la Rosa”.

El que fuera mecánico del equipo español de ciclismo adaptado nació y creció en este barrio antes de que se anexionara a la capital bajo el nombre de La Ventilla. Aquí fundó también su propio taller, Ciclos Perucha, con sede en una casa baja que en 2003 expropió el antiguo Instituto de la Vivienda de Madrid (IVIMA) con el objetivo de reurbanizar el distrito. Perucha no pudo acreditar que aquella parcela había pertenecido a su familia antes de la guerra, por lo que la empresa pública solo le dio derecho —”como residente y no como propietario”— a un piso de alquiler social en el inmueble contiguo. Del taller, nada. Agotados los recursos legales, Perucha okupó este destartalado local de 660 metros cuadrados, sobre el que ahora pende una orden de desahucio.

Tras una década de litigios, el plazo para abandonar voluntariamente el espacio finalizó la semana pasada. La Agencia de Vivienda Social, actual denominación del IVIMA, le ofreció un alquiler mensual de tres euros por cada metro cuadrado, como el que se concede a las ONG. Sin embargo, el taller se levanta sobre un suelo que Perucha considera todavía propio. Pese a que la justicia califica los hechos como prescritos, él insiste en que un cacique local —”con conexiones en el Ministerio de Industria del régimen franquista”— se apropió de las fincas de su familia tras la guerra y los dejó vivir allí a cambio de una renta. “Así los ganadores se hicieron con su botín”, asevera mientras enseña una escritura fechada en 1930 a nombre de su abuelo.

Sobre la mesa de trabajo del octogenario hay limas, llaves inglesas y un soplete conectado a una gran botella de gas. Suelda un cuadro de acero a ojo, sin máscara ni guantes. Una maestría que ha mantenido intacta pese al predominio de la fabricación industrial. Los nuevos procesos tecnológicos abaratan el precio del producto, pero el resultado final en ocasiones deja mucho que desear. “Mis bicicletas duran para siempre”, sentencia sin turbarse. Los tubos que componen estas máquinas pertenecen a la alta gama de Vitus, mítica casa francesa que en nuestro país solo le suministra material a él.

David, un fibroso treintañero en ERTE desde la pandemia abre la puerta del local a media mañana:

—Perucha, he traído una cadena nueva para que me ayudes a cambiarla.

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—Entra anda, que eres más bruto…Tu bici está ahí detrás.

Ahí detrás descansa un ejemplar cromado con manillar de carretera y aspecto setentero. Las horquillas de aluminio reluciente son obra de Perucha. No hay amante madrileño del ciclismo que no conozca este taller escondido en La Ventilla, donde se inicia a los jóvenes en la reparación de bicicletas. Fanáticos del piñón fijo, repartidores profesionales, corredores, vecinos del barrio y amigos varios visitan al maestro a veces solo para observarle en acción. Un peregrinaje del que Perucha se enorgullece: “Yo tengo una pensión por cotizar desde los 14 años, no necesito dinero. Estoy aquí porque disfruto trasmitiendo lo poco que sé. Cuando no pueda moverme, alguien cogerá el relevo de un oficio que no debe perderse”.

Perucha, en el centro de la imagen, acompaña en 1985 al equipo paralímpico españolARCHIVO PERUCHA

Este proletario pedaleó en la cúspide del ciclismo. Hijo de un trapero y arenero, aprendió el oficio de tornero fresador en el turno de tarde de la escuela de La Paloma, en Madrid. A mediados de los años cincuenta emigró a Ginebra para trabajar en la empresa fabricante de grifería Kugler. Entrenaba a la salida de la fábrica —a donde iba y venía en bicicleta— y corrió en Francia, Bélgica o Suiza “muchos kilómetros con el plato pequeño, para coger fondo y aguantar los puertos alpinos”. En esa época se codeó con El Águila de Toledo, Federico Martín Bahamontes, el primer español en alzarse con un oro en el Tour de Francia. Capaz de fulgurantes acelerones, el manchego adelantaba a todos sus rivales en los peores desniveles.

Perucha quiso seguir la estela de su ídolo, hasta que le robaron la bicicleta. Sucedió en las inmediaciones del Lago Lemán (Suiza), cuando se detuvo a descansar del entrenamiento en un bar de carretera. Era 1960 y la mayor parte de los corredores viajaban sin repuesto. “No tenía dinero para comprarme otra máquina, así que dejé de montar”, relata mientras extrae un pedalier. Decidió volver a España, junto a su esposa y el primer hijo en común, y aplicar al ciclismo sus conocimientos de matricero. Inauguró el taller de La Ventilla, instaló su hogar en la planta superior y comenzó a reparar cada bici que caía en sus manos. Tiznadas de negro y con uñas cortas, estas son su mejor currículo.

Perucha colaboró desde 1985 con la ONCE, primero como seleccionador de su equipo de ciclismo para personas con diversidad funcional y más tarde como mecánico jefe. Además de construir los tándems que ganaron los Juegos Paralímpicos de Barcelona, Atlanta y Sidney, reparó las bicicletas de famosos corredores que lucieron el maillot de la organización para ciegos, como Marino Lejarreta o Anselmo Fuerte. “Eran deportistas duros de verdad. Solo necesitaban de sus piernas”, sostiene Perucha, quien alternaba las labores de reparación de alto nivel con su faceta empresarial al frente del taller. Un negocio alrededor del cual además se fue fraguando un club ciclista que organizaba salidas desde el barrio cada fin de semana.

El mecánico mantendrá abierto su local okupado pese al inminente desahucio. Por si acaso, ha sacado de aquí algunos de los recuerdos más preciados, como sus bicicletas particulares y aquellas construcciones que le valieron la fama internacional. Permanecen, eso sí, los diplomas, las fotografías de ciclistas subidos a un podio y algunas medallas con pátina. También destaca un velero de 10 metros de eslora. Perucha lo ha construido poco a poco con materiales que encontró al ocupar el taller. Fabricó el esqueleto de la nave mediante aluminio ensamblado, el casco lo componen una decena de persianas y una antigua farola hace las veces de mástil.

—¿Cómo hará para sacarlo de aquí y que conozca el mar?

— Por la puerta no cabe, habría que tirar tabiques. Como dijo Chanquete: de este barco no nos moverán.

EL DOCUMENTAL QUE RESCATÓ SU HISTORIA

La tienda y taller de Perucha, situada en la antigua calle Cristina del barrio de La Ventilla, se derribó en 2003ARCHIVO PERUCHA

Dentera, un colectivo audiovisual, abanderó en 2013 el intento de evitar el desahucio de Perucha por medio de un documental que rescató su historia y consiguió fondos dirigidos a su defensa legal. Desde la productora siguieron al mecánico durante un año. Conocieron a su esposa e hijos y se empotraron en su día a día. Enamorados de la actitud divulgadora del ciclista, trataron, en sus palabras, “de homenajear a alguien capaz de aportar nuevas perspectivas a todos los problemas que se presentan”. La película, de 58 minutos, también indaga sobre el proceso de transformación que experimentó La Ventilla durante los primeros compases del siglo XXI.

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