El concejal ateo ya tiene su biblia
La historia del barrio de Orcasitas protagoniza las memorias del activista y edil de Más Madrid, Félix López-Rey
El Hombre del Renacimiento cobró vida en Orcasitas con la figura de Félix López-Rey (Polán, Toledo, 1948). Es, seguramente, el mayor exponente de la política de barrio elevada a la potencia del poder central de Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid. Allí, en los nobles espacios del palacio se erige en el contrapunto necesario de todo debate en torno a lo municipal. Si para la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, “Madrid es España dentro de España”, para él, que vio por vez primera una bañera en su noche de bodas, Or...
El Hombre del Renacimiento cobró vida en Orcasitas con la figura de Félix López-Rey (Polán, Toledo, 1948). Es, seguramente, el mayor exponente de la política de barrio elevada a la potencia del poder central de Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid. Allí, en los nobles espacios del palacio se erige en el contrapunto necesario de todo debate en torno a lo municipal. Si para la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, “Madrid es España dentro de España”, para él, que vio por vez primera una bañera en su noche de bodas, Orcasitas es Madrid dentro de Madrid. Sus arengas heterodoxas -a veces necesariamente ácidas- sirven de ariete cotidiano para recordarse a sí mismo y al resto de concejales que viene de donde viene, como a él le gusta insistir, de la chabola, del barro y de hacer sus necesidades al raso. A los 72 años, este edil de Más Madrid, que lo fue ya de IU entre 1987 y 1999, se sigue viendo más megáfono en mano a pie de calle que en el atril y pisando la moqueta.
Por eso, si hay un político que esté sufriendo las desavenencias de la pandemia más que otros seguramente es él. La ciberpolítica le ha atropellado y se revuelve cual rabo de lagartija. Acostumbrado al cuerpo a cuerpo, no puede ser igual de incisivo sentado en un sofá a través de la pantalla de un ordenador. Más cuando, encima, le tienen que ayudar a mantenerse conectado. Se le ve a veces incómodo y hasta distraído con el paso de las horas en el pleno mensual. “Qué suplicio. Pero me acuerdo del que está echando hormigón en una carretera”, reacciona aspirando para que le salgan las palabras a trompicones de la mascarilla y que esta no se convierta en bozal. “Estoy haciendo unos pinitos del copón en Facebook y Twitter, donde hoy voy a llegar a 6.000 seguidores. Los chavales me llevan en volandas”, añade orgulloso, mientras informa a una vecina sobre dónde puede seguir en las redes sociales las convocatorias vecinales.
Y, claro, en esta coyuntura tampoco puede haber puesta de largo como debiera ser de “Orcasitas. Memorias vinculantes de un barrio”. Son las más de 500 páginas que recogen su historia, que es la del barrio, y cuyo título hace referencia a la inusual sentencia que reconoció los derechos de los habitantes sobre el suelo en el que vivían y que abrió la puerta a la expropiación que permitió la construcción de los primeros pisos a finales de los años setenta. Acaba de salir de imprenta y su existencia corre por el barrio de boca en boca. “Félix, ya he visto el libro”. “Hombre, Félix, vengo de la tienda. Dedícamelo, por favor. Para Toñi y Antonio”. “Félix, tenemos que ir a la tienda a por el libro”. Un no parar.
La tienda a la que se refieren los vecinos es el antiguo despacho de quinielas donde se vendía de todo y que López-Rey abrió en 1980 en uno de los nuevos bajos de estos bloques. “Anda que no vendí yo postales del Papa”, explica refiriéndose a la visita de Juan Pablo II a Orcasitas en 1982. En el año 2000 ese comercio pasó a ser despacho de loterías y ahora mismo lo atienden dos empleados. Ahí, además, es donde se venden los libros ahora.
Lo que sorprende es la enorme facilidad que tiene para ir desgranando en muchos de los casos quién es cada uno de esos vecinos que le saludan y le salen al paso. De quién es hijo, en qué parcela vivía o cuándo se manifestaron juntos. Muchos de ellos aparecen en el libro, como la señora Delfina, en cuya chabola entró una vez Juan de Arespacochaga, alcalde de la capital entre 1976 y 1978. Ella, ajena a quién era el visitante, le espetó: “Aquí quien debería estar era el alcalde para dejarse los cuernos en el techo”. Porque dentro de su labor de líder vecinal estaba la de hacer de algo así como de improvisado guía turístico de los que han ido representando los resortes del poder en este medio siglo.
Aparecen personajes como la señora Delfina, en cuya chabola entró una vez Juan de Arespacochaga, alcalde de la capital entre 1976 y 1978. Ella, ajena a quién era el visitante, le espetó: “Aquí quien debería estar era el alcalde para dejarse los cuernos en el techo”
“Arespachochaga fue el primer alcalde que miró a los ojos a las asociaciones de vecinos”, recuerda López-Rey. Con él estaba de delegado de Medio Ambiente un tal Florentino Pérez, hoy magnate que preside el Real Madrid. A él también lo metió en el fango y todavía coinciden de vez en cuando. “Yo no he montado en el Pitina como dicen algunos -aclara sobre el yate-, pero sí nos hemos visto muchas veces”. A Esperanza Aguirre la convirtió una vez en modelo para que desfilara en un acto benéfico en lo que él mismo definió como la pasarela anti-Cibeles. Históricamente se ha ido arrimando al árbol que mejor sombra diera a Orcasitas, lo mismo daba el franquismo que el clero. Tragos amargos ha pasado, como cuando los terroristas del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) lo pusieron en la diana porque consideraban que había claudicado ante el poder.
Ya en el número 1 de EL PAÍS, publicado el 4 de mayo de 1976, López-Rey, con 27 años, se presentaba así en una entrevista que le hizo José María Baviano cuando alternaba la lucha vecinal con un taller de joyería en casa: “Soy hijo de un campesino que se ganó 35.000 pesetas al vender los terrenos que tenía en el pueblo. Vivo en Orcasitas desde que tenía siete años. Hasta que hice la mili no supe lo que era dormir solo. Hace cuatro años que tengo retrete en mi casa”. El relato hila con el paseo que da con un reportero de este mismo diario 45 años después. “Dejé de ser chabolista el 20 de enero de 1980”, afirma al tiempo que alza la mano derecha extendiendo el índice hacia uno de los bloques levantados en las antiguas finquitas que fueron ocupando cientos de familias inmigrantes que se iban agolpando en el extrarradio dibujado por Luis Martín Santos en Tiempo de Silencio. “Allí vivíamos”.
Si el hijo de la señora Tomasa -protagonista conjunto al barro de la portada del libro- no fuera insaciable e inagotable, el barrio actual sencillamente no existiría. Conseguidos los pisos, el agua, la luz, el asfalto, los autobuses o los colegios hubo que continuar con nuevas aspiraciones y necesidades como la integración social, la seguridad o algo aparentemente tan sencillo como una oficina de Correos. “Todo logro en Orcasitas supone una lucha”, señala elevando la vista a la boina envenenada que cubre los antaño ansiados edificios: uralita con amianto. Es la herencia del progreso a cualquier precio que imperaba hace cuatro décadas y que hoy se traduce, asegura, en tasas de cáncer que superan cuatro veces la media regional. Otra lucha más.
El paseo está jalonado por muchas fechas, muchos nombres, muchos hitos y muchas batallas. Metido en faena, el tiempo se detiene. López-Rey se viene arriba. Salta de un asunto al otro. De una anécdota a la otra. Chascarrillos, recuerdos, logros y fotos que aparecen recogidos en el libro, que el periodista Javier Leralta le ha ayudado a escribir, y que sirven para explicar por qué Orcasitas es hoy Madrid dentro de Madrid.
El mayor logro de mi vida es haber conseguido hijos universitarios, porque ser doctorado en la calle como yo no es suficiente”Félix López-Rey
“El mayor logro de mi vida es haber conseguido hijos universitarios, porque ser doctorado en la calle como yo no es suficiente”, comenta en tono sentimental. Los ojos se le encienden de lágrimas mientras recuerda el sacrificio que supuso para su mujer, Isabel, fallecida a los 41 años en 1991, el hacerse cargo de la familia y la tienda mientras él pateaba las calles a golpe de reivindicación. “Nunca me perdonaré aquello”. Pero de inmediato vuelve a ser él. “Me casé con ella sin saber lo que era un clítoris. Yo no había catado nada. A los nueve meses y un día, vino el primer hijo. Esa era mi generación”.
El libro de López-Rey es estos días la comidilla de Orcasitas. Él recibe orgulloso las felicitaciones de los parroquianos por esta especie de biblia del barrio pero, por si alguien tiene dudas, se mantiene firme: “Cuando me muera, quiero que me canten La Internacional”.