Frío en Libertad 8
Varios músicos unen fuerzas con un concierto en ‘streaming’ para ayudar a la emblemática sala, foro de la canción de autor en Madrid
Lo llama “el tercer tiempo”. Ese momento en el que, después de un concierto, el público se amontonaba de una forma caótica en la barra. Ese espacio de desinhibición que, según reconoce, le hacía disfrutar de su trabajo más de lo que hubiese nunca imaginado. Un tiempo que, como tantas cosas, ya queda tan lejos que parece que hubiese sido inventado. Sin embargo, no solo tiene recuerdos -algunos concisos y otros muy difusos- de esos apretujamientos espontáneos que se sucedían cada noche, sino que fue uno de ellos el que le marcó para darse cuenta de que Libertad 8 era “un lugar especial”.
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Lo llama “el tercer tiempo”. Ese momento en el que, después de un concierto, el público se amontonaba de una forma caótica en la barra. Ese espacio de desinhibición que, según reconoce, le hacía disfrutar de su trabajo más de lo que hubiese nunca imaginado. Un tiempo que, como tantas cosas, ya queda tan lejos que parece que hubiese sido inventado. Sin embargo, no solo tiene recuerdos -algunos concisos y otros muy difusos- de esos apretujamientos espontáneos que se sucedían cada noche, sino que fue uno de ellos el que le marcó para darse cuenta de que Libertad 8 era “un lugar especial”.
“Una noche vi a Ángel González cantando sus canciones tradicionales de Asturias. Es algo que nunca olvidaré”, cuenta Julián Herraiz, dueño de Libertad 8. “Por aquella época él estaba trabajando en la Universidad de Alburquerque y cada vez que venía a España se pasaba por Libertad 8. Se subía al escenario cantando sus asturianadas, pero también las cantaba en la zona de la barra, ya entrada la noche, contagiando su vitalidad y alegría a todos”.
Julián es propietario de este emblemático local madrileño de la música en directo desde 2012. Antes, fue su gestor y programador de conciertos. Llegó a él de “casualidad”. Se fue de la provincia de Cuenca para estudiar Filología en Madrid y, como necesitaba dinero, se puso a trabajar de camarero. Entró por su puerta en febrero de 1990 y se quedó ya para siempre. “El bar me retuvo. Era un sitio mágico. Cada noche veía muchos escritores, periodistas, músicos…”, rememora.
Julián habla con tono lacónico, muy particular, tanto para referirse a aquellos tiempos de conciertos y barras alborotadas como para explicar la “situación agobiante” que está viviendo con su local cerrado a cal y canto desde el pasado 19 de agosto, día que cerró el ocio nocturno en la capital por la segunda ola del coronavirus. Aunque ha renegociado el alquiler, los impuestos y otros gastos extra le están lastrando.
Su caso es el de muchas salas de Madrid. Con el estallido de la pandemia, cerró el 10 de marzo cuando celebraba un ciclo mensual dedicado a cantautoras. La desescalada de verano le dio un balón de oxígeno. “Organicé a contrarreloj una programación y compré todo lo necesario: mascarillas, geles…”, explica. Programó conciertos de Rozalén, Andrés Suárez y Pedro Guerra, entre otros, todos con aforo reducido, pasando de 72 personas a 30, tal y como dictaban las normas. “Esto es un negocio pequeño. En tiempo de bonanza tampoco genera mucho dinero”, confiesa. Esas actuaciones le sirvieron para tirar mal que bien hasta que se impuso el cierre indefinido. Nada ha cambiado.
Ahora, mientras sigue el cerrojo echado en esta cafetería que en sus orígenes fue una vaquería y más tarde una tienda de vinos, un grupo de músicos, reunidos por Marwán, ha montado un concierto online para ayudar al Libertad 8. Será este domingo a través de la plataforma DX Streaming. Jorge Drexler, Amaral, Ismael Serrano, Pedro Guerra, Andrés Suárez, Gastelo, Conchita, Funambulista, Luis Ramiro, Pez Mago y el propio Marwán tocarán sobre la querida tarima de madera del local. “Es nuestra casa. Nos hemos emborrachado y enamorado en ella mil veces”, cuenta Marwán, quien entró en Libertad 8 por primera vez en octubre de 2001 para ver un concierto de Drexler y un año después ya estaba dando su primera actuación sobre ese pequeño escenario esquinado. Sería la primera de muchas. “Estuve tocando todos los meses del año durante 10 años”, apunta, recordando momentos como cuando acompañó -algo tan habitual en Libertad 8- en La milonga del moro judío a Drexler, Recuerdo a Ismael Serrano y El marido de la peluquera a Pedro Guerra, que grabó un disco en directo.
Libertad 8 se convirtió en el foro de la nueva canción de autor en Madrid a mediados de los noventa, después de que Luis Pastor convenciese a los antiguos dueños de programar conciertos en la misma cafetería que en los setenta había servido de centro cultural de socialistas, comunistas y anarquistas que, en palabras de Julián, buscaban “cambiar la España gris”. “La primera vez que canté había cuatro personas. Dos de ellas no venían a verme cantar y estaban tomando algo y los otros dos eran invitados míos”, recuerda con sorna Pedro Guerra, quien llegó de la mano de Luis Pastor. El fuerte impulso de los conciertos fue grande y sirvió para construir carreras. Porque, en tiempos en los que no existían las redes sociales, era normal que las discográficas se acercasen a descubrir nuevos talentos a Libertad 8. A Pedro Guerra, que dinamizó la escena del local, le llegó su contrato con BMG cuando era músico residente, como después le sucedió a Rosana, Tontxu, Javier Álvarez y otros.
Ha llovido mucho desde entonces y, sin embargo, en los últimos años hubo un “resurgir”, según Guerra, gracias a la aparición de Rozalén, Andrés Suárez, Luis Ramiro o Marwán. Hoy, se espera otro resurgir bien distinto, uno que evite la desaparición. “No entra en mis planes tirar la toalla. Hay que pelearlo todo, pero claro que lo he llegado a pensar”, confiesa Julián. En la canción Pasa, dedicada a Libertad 8, Pedro Guerra canta en su primer verso: “Aquí hace menos frío que en la calle”. Pero, sin conciertos ni terceros tiempos, es la primera vez que en el número 8 de la calle Libertad hace más frío dentro que fuera.