Otra epidemia universal: la precariedad

Confeti de Odio, un músico veinteañero madrileño, crea una auténtica radiografía generacional con canciones sobre la montaña rusa de ser joven en estos tiempos

El cantante Confeti de Odio.clara lozano

La canción ha resultado ser tan premonitoria que asusta. “Todo muere, todo muere, epidemia universal”, reza el primer verso. Es una canción apenas conocida escrita en 2019 por un músico apenas conocido. Se trata de Todo muere de Confeti de Odio, el nombre artístico que se esconde detrás de Lucas Vidaur, un veinteañero madrileño que el pasado abril publicó su primer disco en solitario, Tragedia española. Vidaur pertenece al grupo ...

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La canción ha resultado ser tan premonitoria que asusta. “Todo muere, todo muere, epidemia universal”, reza el primer verso. Es una canción apenas conocida escrita en 2019 por un músico apenas conocido. Se trata de Todo muere de Confeti de Odio, el nombre artístico que se esconde detrás de Lucas Vidaur, un veinteañero madrileño que el pasado abril publicó su primer disco en solitario, Tragedia española. Vidaur pertenece al grupo Axolotes Mexicanos y en este año de pandemia se ha lanzado por su cuenta en un álbum rebosante de honestidad juvenil, una auténtica radiografía generacional repleto de canciones sobre la montaña rusa de ser joven en estos tiempos. Ya solo su nombre lo ilustra: Confeti de Odio. Ahí lo tienen: una fiesta de pedacitos coloridos arrojados, aunque sea al vacío, con mala leche.

Predecir epidemias universales y “sold out en el hospital” en una canción da como mínimo para salir en alguno de esos programas de televisión matinales que, como en El show de Truman, sirven para aceptar la realidad presentada como un reality show, más que para tratar de entenderla. Este chaval podría acabar sentado en uno de esos platós tan iluminados para que le llamen el nuevo Nostradamus mientras tiene que sonreír todo el rato y responder preguntas absurdas por gente que no le escucha. Bajo esos focos, y quizá al otro lado de las pantallas, nadie se pararía ni un segundo a saber qué hay más allá de una premonición que no es más que una anécdota. Porque poco importa la realidad en un mundo anecdótico. Poco interesa la verdad ante el entretenimiento.

Llorar de verdad es algo que se ve poco, más ahora que las redes sociales han amplificado hasta lo enfermizo la necesidad de construir realidades positivas en cada uno de nosotros

Todo muere retrata una realidad tan compleja como la propia imagen del confeti de odio. Una realidad de “discotecas llenas de difuntos” y “escritores siempre moribundos”, ese transcurrir de días en el que no queda “nadie para la última canción”. Como se afirma en el verso más demoledor: “Todo es póstumo en esta generación”. La generación retratada con precisión cirujana en Tragedia española. Todo muere abre un enorme disco de pop en el que, arrimándose al rock o al folk, se habla de amor, tristeza, ansiedad, incomprensión, soledad... Como se canta en Mi funeral, la composición que cierra el álbum: “Siempre que voy a un funeral / Pienso que el ataúd no me quedaría mal / ¿Cuánta gente crees que vendrá? / ¿Cuántos me llorarán llorando de verdad?”.

Llorar de verdad es algo que se ve poco, más ahora que las redes sociales han amplificado hasta lo enfermizo la necesidad de construir realidades positivas en cada uno de nosotros. Llorar de verdad es algo que, como si fuera una aplicación del móvil exclusiva, se traslada cada vez más a un extraño consumo personal. Los jóvenes a los que representa Confeti de Odio son los mismos que, como todos, tratan de divertirse y buscar su lugar en el mundo, pero también están “llorando por llorar”. Puede que tengan tantas causas como otras generaciones para hacerlo o no hacerlo. O puede que no tengan ninguna realmente dura. Pero en el maremágnum de responsabilidades y expectativas que es el paso a la vida adulta se están chocando contra sí mismos. Transitan por una realidad que los que somos más mayores hemos visto crecer sin saber explicar cómo hemos dejado que se haga tan grande: la precariedad. Una triste realidad, decorada de estímulos, donde el dinero lo mueve y lo define todo y, encima, no lo tienen y se les exige. La misma realidad de la que escribe la joven escritora Elena Medel en Las maravillas (Anagrama), un librito que comienza con esta frase: “Busca en sus bolsillos sin encontrar nada”.

No encontrar nada queriéndolo todo. O casi todo. O algo. No encontrar nada cuando todo es póstumo. Sabemos que con la pandemia ha subido el consumo de medicamentos para la ansiedad y la depresión. Eso es la noticia. Como ya es que la pandemia ha empobrecido la vida. Lo que realmente estaría bien sería preguntarse cuánta gente joven ya consumía esos medicamentos antes o se había acostumbrado a vivir con la ansiedad y la depresión sin hacer nada. Esa es la epidemia universal a la que canta Confeti de Odio. Una epidemia preparada para expandirse más, sin protocolos de seguridad ni vacuna prevista y en la que, sin saber por qué, periódicamente y sin avisar todo parece que muere, empezando por uno mismo.

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