Orgullo de la San Silvestre Vallecana
El concejal de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid reivindica una carrera que es sinónimo de esperanza para todo un barrio
Lo recuerdo perfectamente, el día de Nochevieja de 1964. Acudí al bulevar del Puente de Vallecas de la mano de mi padre, un gran aficionado al deporte. Se trataba de la primera edición de una carrera que intentaba emular a la San Silvestre de Sao Paulo. De repente, entre los ánimos de los aficionados de Vallecas, emergió la figura menuda de un corredor que se había escapado del resto de participantes. Pude identificar la camiseta del atleta. Era, para desgracia mía, la del Real Madrid. Blanca impoluta, sin ningún rojo que rompiera aquella monocromía, como la franjirroja de mi Rayo o la rojibla...
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Lo recuerdo perfectamente, el día de Nochevieja de 1964. Acudí al bulevar del Puente de Vallecas de la mano de mi padre, un gran aficionado al deporte. Se trataba de la primera edición de una carrera que intentaba emular a la San Silvestre de Sao Paulo. De repente, entre los ánimos de los aficionados de Vallecas, emergió la figura menuda de un corredor que se había escapado del resto de participantes. Pude identificar la camiseta del atleta. Era, para desgracia mía, la del Real Madrid. Blanca impoluta, sin ningún rojo que rompiera aquella monocromía, como la franjirroja de mi Rayo o la rojiblanca de mi Atleti, equipo del que me hice aficionado por lazos familiares y por mi amigo Roberto, que era socio y me llevaba al Metropolitano de Peiró y Collar y a Vallehermoso para presenciar los partidos de la sección de balonmano, donde reinaba el gran Miguel Medina.
Siendo concejal presidente de mi pueblo, Vallecas, asistí hace tres años a la presentación en los jardines de Cecilio Rodríguez de la San Silvestre Vallecana, acto que compartí con mi amigo Antonio Sabugueiro, fundador y organizador de la prueba durante muchos años. Me invitaron a hablar de mis recuerdos y de esta historia que une en el imaginario colectivo a varias generaciones de vallecanos y vallecanas.
Si la San Silvestre es hoy la más grande de todas las carreras urbanas de 10 kilómetros es gracias a Vallecas y a su gente, que año tras año ha llenado las calles de barrio
Cuando conté la anécdota de la primera San Silvestre y del recuerdo de aquel atleta blanco , que traspasó la meta de mi memoria, se levantó un anciano al final de las butacas para decir: “¡Era yo, Jesús Hurtado!”. Al finalizar el acto me fundí en un abrazo con aquella figura que había reaparecido en mi vida por sorpresa. En la película Historias de la Radio (José Luis Sáenz de Heredia, 1955) hay una escena muy similar cuando a un maestro de pueblo, que se había presentado a un concurso radiofónico para poder pagar, en caso de ganarlo, los gastos de una operación en el extranjero de uno de sus alumnos, le preguntan por el nombre de un futbolista que había marcado el primer gol en la inauguración del campo del Club Ciclista de San Sebastián. Aparentemente, la pregunta era imposible de responder, pero respondió muy parecido: “Fui yo, Anselmo Oñate, Pichirri, de penalti!
Antes, en 1975, por primera vez un atleta del barrio, Fernando Cerrada -un joven de 21 años nacido en un pueblo de Guadalajara, pero vallecano como todos los que llegaron, igual que nuestros padres, a esta metáfora del kilómetro cero de un futuro esperanzador- se escapó de todos sus contrincantes, entre ellos los imbatibles atletas africanos y uno de los mejores corredores españoles de fondo de todos los tiempos, el palentino Mariano Haro. A la meta llegaban los ecos de la hazaña que estaba a punto de completar nuestro ídolo local: “Nuestro Cerrada viene escapado”. Una frase que corría como la pólvora por las inmediaciones del estadio del Rayo. Finalmente, Fernando, compañero mío en el equipo de atletismo de Tajamar, cruzó la meta como único ganador vallecano de una carrera.
Una carrera, la San Silvestre, que si hoy es la más grande de todas las carreras urbanas de 10 kilómetros es gracias a Vallecas y a su gente, que año tras año ha llenado las calles de la Albufera, Monte Igueldo, San Diego, Carlos Martín Álvarez y Arroyo del Olivar. Arterias por donde transcurren a diario cientos de dramas humanos, que quedan aparcados, al menos, por unas horas, el tiempo que tarda en finalizar una prueba que bate récords de participación mundial. En este sentido, ha servido para que gran parte de Madrid, ajeno a lo que se cuece en este distrito insurrecto en medio de La Mancha, acuda aquí para despedir el año en pantalón corto y ropa deportiva. No nos priven de este único privilegio, de esta metáfora del orgullo de barrio.
Francisco Pérez es concejal de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid.