La nueva felicidad

Se corresponde con gestos que, curiosamente, antes no solo no me ponían el corazón contento sino que me daban igual

Un bar de Madrid.Ricardo Rubio (Europa Press)

Con la segunda ola, hay viernes en los que nos levantamos pensando que ya queda menos para que salga la vacuna y lunes lluviosos en los que la abulia nos deja tumbados en el sofá. El caso es que hemos modificado o, más bien, limitado nuestras actividades cotidianas y transformado nuestros parámetros de satisfacción. Ahora, quedas con un margen de dos años, asumes que salir a dar una vuelta es bajar la basura y que fiestón es juntarte con cinco personas más o tres, según la provincia. ¿Y a qué llamamos felicidad en este contexto?

La nueva felicidad se corresponde con gestos que, curiosam...

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Con la segunda ola, hay viernes en los que nos levantamos pensando que ya queda menos para que salga la vacuna y lunes lluviosos en los que la abulia nos deja tumbados en el sofá. El caso es que hemos modificado o, más bien, limitado nuestras actividades cotidianas y transformado nuestros parámetros de satisfacción. Ahora, quedas con un margen de dos años, asumes que salir a dar una vuelta es bajar la basura y que fiestón es juntarte con cinco personas más o tres, según la provincia. ¿Y a qué llamamos felicidad en este contexto?

La nueva felicidad se corresponde con gestos que, curiosamente, antes no solo no me ponían el corazón contento sino que me daban igual. Sin embargo, teniendo en cuenta que solo salgo de casa para ir a trabajar, lo que me provoca subidón es comprarme el queso que me encanta, tener los tuppers ordenados, cada uno con su tapa, que la cocina reluzca y la casa huela a limpio o animarme, una vez cada quince años bisiestos, a montarme en la bicicleta estática y hacer, al menos, siete kilómetros… No he llegado al punto de disfrutar planchando, es más, no he llegado al punto de planchar, pero hubo un día en el que coloqué los jerséis por colores y, a continuación, emití un suspiro que sonó a alegría de la de verdad.

La nueva felicidad es hablar con mis padres y que me digan “sin novedad”, es enterarme de que van a echar en El Megahit Cariño, he encogido a los niños o El Príncipe de Zamunda. Como encima tenga pizza, se acerca al éxtasis solo comparable a que Netflix me avise de que ha salido la nueva temporada de la serie que estaba viendo.

La nueva felicidad es tomarme la temperatura cada cierto tiempo y no dar más de 37 y si a eso le sumo estrenar pijama, bata o zapatillas de estar por casa, estamos hablando de palabras mayores.

La nueva felicidad, cuando me toca abandonar la seguridad de mi hogar, es subirme al transporte público y que no haya mucha gente. Si encuentro en el Cercanías uno de esos asientos de cuatro sin nadie, sonrío de oreja a oreja, por debajo de la mascarilla.

La nueva felicidad es tocarme el bolsillo y comprobar que están el móvil, las llaves y el botecito de gel hidroalcohólico.

La nueva felicidad es mirarme al espejo, tras salir a la calle, haberme duchado, descontaminado, desratizado y verme horrible con el pelo mojado cual ratilla empapada pero sentirme sana y salva.

La nueva felicidad es poder enseñar ufana mi salvoconducto, si estoy fuera de mi jurisdicción confinada y me lo pide la policía.

Hablando en serio, me temo que la nueva felicidad no es tener grandes ingresos sino poder mantener con vida tu negocio, no tener que enviar al paro o al ERTE a tus empleados. Ojo, nueva felicidad es, incluso, poder cobrar el ERTE ya que, como saben, un montón de personas están padeciendo retrasos o impagos incompatibles con recibos que no entienden de pandemias.

La nueva felicidad es poder apagar la tele y olvidarte, al menos unas horas, de los datos aciagos.

La nueva (y la vieja) felicidad es escuchar que alguien a quien quieres se ha curado.

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