Lo que pasa en Madrid se queda en Madrid

El oasis que quisieron crear Esperanza Aguirre y Ana Botella al fin lo consiguieron Díaz Ayuso y Almeida

Madrid -
Robert De Niro y Sharon Stone en el plató de la película de Martin Scorsese 'Casino'.Archive Photos (Getty Images)

Aunque el negro sea la ausencia de luz y el silencio la ausencia de sonido, el silencio de las noches de este Madrid en el que se permiten cosas que en otras ciudades de España y de Europa están terminantemente prohibidas es tan específico que solo se puede definir citando algarabía, risas, gritos, bombillas tintineantes e incluso llamas que se ven y se escuchan como un zumbido sordo desde las dos Castillas, que permanecen silenciosas y vacías, allá en el horizonte, como los desiertos de Nevada.

Hace una década Esperanza Aguirre y Ana Botella soñaron con convertir este poblachón mancheg...

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Aunque el negro sea la ausencia de luz y el silencio la ausencia de sonido, el silencio de las noches de este Madrid en el que se permiten cosas que en otras ciudades de España y de Europa están terminantemente prohibidas es tan específico que solo se puede definir citando algarabía, risas, gritos, bombillas tintineantes e incluso llamas que se ven y se escuchan como un zumbido sordo desde las dos Castillas, que permanecen silenciosas y vacías, allá en el horizonte, como los desiertos de Nevada.

Hace una década Esperanza Aguirre y Ana Botella soñaron con convertir este poblachón manchego en un gigantesco nodo de ocio auspiciado por un magnate de Las Vegas llamado Sheldon Adelson. Él ofreció a la Comunidad y al Ayuntamiento invertir 16.900 millones de euros para crear 261.000 empleos en un macrocomplejo con 12 hoteles, seis casinos, tres campos de golf y decenas de restaurantes. 36.000 habitaciones, 1.065 mesas, 18.000 máquinas recreativas. Cifras que llamarían a la cifra. Pero para dar luz verde a aquel proyecto Madrid hubiese tenido que cambiar o ignorar la legislación estatal con el fin de permitir, entre otras cosas, fumar en espacios cerrados.

No solo eso. Aguirre proponía, además, crear una isla “fiscal” cuyo estatus se equipararía al de Docklands, la zona financiera de Londres que se rige bajo unas normas diferentes a las del resto del país. Esta hubiese dejado de ser la capital con la mayor pinacoteca del mundo para pasar a ser el mayor centro de juego de Europa. A cambio, El Prado hubiese recibido durante el día millones de turistas dispuestos a dejarse cada noche miles euros en timbas o cenorras en las que hubiese corrido más champán que en La Habana de Batista.

Pero una agencia de calificación truncó la fantasía: en el último momento Fitch le dijo a Adelson que mejor se llevase su dinero a Japón. De aquel proyecto solo quedan cientos de salones de juegos esparcidos por la ciudad invitando a la ludopatía a clientes mucho menos glamurosos y un Casino en Colón donde hay además un restaurante chino donde se puede encontrar lo que a esta ciudad se le da bien de verdad: un menú del día decente.

El Madrid de Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida es una isla legal cuya curva de contagios se mantiene mustia sin que la alegría de los ciudadanos que frecuentan terrazas hasta las doce y se reúnen en casas en números y horarios supuestamente legales los sábados por la noche se resienta. Es un milagro equiparable a construir palacios de neón con fuentes renacentistas en medio de Mojave. De alguna manera el sueño de Aguirre y Botella se ha hecho realidad. El silencio de las noches de este Madrid en el que se permiten cosas que se prohíben en otras ciudades es tan elocuente como sus misteriosas cifras. Nadie sabe cómo se consiguen. Lo que pasa en Madrid se queda en Madrid.

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