Aquel lejano Madrid de hace escasos días

Ni guía de viajes ni fotolibro de culto: 120 años de fotografías en la capital sin ver una sola mascarilla, que no es poco

Refugiados en el Metro durante la Guerra Civil (1939).ALFONSO

Uno va pasando páginas y van desfilando vacas sagradas de la fotografía nacional e internacional. Otros menos, más quizás para paladares refinados. En algunos casos la imagen se presenta en anónima. La eterna incógnita. ¿Quién estará detrás? Otros son clicks históricos, publicados decenas y decenas de veces y que fácilmente asociamos a su autor. El seminarista con sotana en pleno paradón bajo los palos es ya un icono indisoluble del nombre de Ramón Masats. Alguno pensará que ya les vale, que qué pesaditos...

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Uno va pasando páginas y van desfilando vacas sagradas de la fotografía nacional e internacional. Otros menos, más quizás para paladares refinados. En algunos casos la imagen se presenta en anónima. La eterna incógnita. ¿Quién estará detrás? Otros son clicks históricos, publicados decenas y decenas de veces y que fácilmente asociamos a su autor. El seminarista con sotana en pleno paradón bajo los palos es ya un icono indisoluble del nombre de Ramón Masats. Alguno pensará que ya les vale, que qué pesaditos son con el cura portero. Pero es que, como se dice hoy en las redes sociales, vaya fotón. A ver quién es el guapo que lo excomulga del libro. También hay escenas de ese Madrid desaparecido o rincones apenas familiares o divulgados. Grandes estampas de nuestro pasado más o menos reciente que hacen de Madrid una obra que pretende navegar entre las aguas del gran consumidor y las de ese público algo más específico o aficionado a la fotografía. En efecto, ni guía de viaje ni fotolibro de culto.

Hay sorpresas, al menos para este periodista. Alguna chirría, pero quedan eclipsadas por los gratos descubrimientos tanto a nivel de autoría como de estampas reveladas por primera vez. La ciudad vista por el holandés Cas Oorthuys en 1955 o tres fantásticas dobles páginas de William Klein de 1956. El atrevimiento de Masats -ojo de oro- con un cruce de calles de exquisita composición en Ciudad Lineal en 1958. Los Beatles cazados por Joana Biarnés en la enfermería de Las Ventas antes de un concierto en 1965. O Ese Antonio López pintando la ciudad en 1973 desde lo alto de las Torres Blancas de Sáenz de Oiza retratado por Stefan Moses.

Seminarista parando un balón (1960).Ramón Masats

La lengua vehicular es la imagen y los textos se leen en español e inglés. La pluma de Antonio Muñoz Molina pastorea los cromos, presentados en seis capítulos que abarcan de 1900 a 2020. Escribe el académico que en el escenario de Madrid los novelistas y los fotógrafos acaban siendo como compadres porque “aunque sean tareas en apariencia muy diferentes” tienen “rasgos en común: son muy baratas; no requieren un gran adiestramiento técnico; ofrecen un material prácticamente inagotable con solo salir a la calle, fijarse en la gente, poseer una curiosidad indiscriminada, una permanente capacidad de asombro hacia las peculiaridades y las rarezas y las breves alegrías de lo cotidiano”.

La pandemia pilló a César Martínez Useros y a Miriam Querol con 2.500 imágenes de la capital elegidas después de haber buceado días y días, horas y horas en los fondos propios de La Fábrica, editora de la obra junto al Ayuntamiento, y en los archivos de la agencia Magnum, la agencia Efe y el diario Abc.

El Rastro (1961).Carlos Saura
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La ardua tarea de ir limando el material hasta quedarse con dos centenares de fotos fue más complicado todavía al tener que trabajar en la distancia. No había una mesa en la que dejar reposar las imágenes en papel, emparejarlas, cambiarlas de posición, ver cómo funcionan unas con otras, tratar de hilar una secuencia, una serie… todo ese baile que tanto le gusta a los editores gráficos y que tan necesario es para ordenar el discurso cuando el material es tan heterogéneo. En la pantalla, que nos perdone la modernidad, todo eso juego más bien analógico sigue siendo un engorro. “Ha sido la primera vez que hemos hecho esto en formato PDF”, admite Martínez Useros, director editorial de La Fábrica. Pero explica que tras esos meses de marzo, abril y mayo duros por lo que cuesta dejar en el camino imágenes queridas y duros por coordinarse y ponerse de acuerdo bajo confinamiento y en la distancia, llegó un resultado final que les satisface.

La princesa del arrabal (1986).Alberto García-Alix

La apuesta era por la foto de autor, cuenta Martínez Useros. La firma como marchamo de auténtico, de reconocido, de valor añadido frente a todos esos libros del Madrid histórico o el Madrid secreto que pueblan las estanterías. Pero cuando tienes entre manos fotógrafos del calibre de Cristina García Rodero, Alfonso,Alberto García-Alix, Francesc Català-Roca, Robert Capa, Gerda Taro o Henry Cartier-Bresson y has de apartar imágenes del proyecto final, es como responder si quieres más a papá o a mamá. El criterio no giraba en ocasiones en torno a la calidad de la fotografía o el autor, sino a la necesidad de contar la historia de cada uno de los capítulos: El sueño de la modernidad (1900-1930), Madrid era una fiesta (1931-1939), Luces y sombras (1940-1960), El final del letargo (1961-1976), El futuro ya está aquí (1977-1991) y De villa a metrópoli (1992-2020).

El Che Guevara en Ciudad Universitaria (1959).César Lucas

El libro acaba con la triste onda expansiva del virus en la capital confinada. Este, como muchos otros proyectos, fue atropellado, aunque sin daños importantes. A la obligación de tener que cerrar la edición en remoto, La Fábrica suma la incógnita de si una ciudad sin visitantes será un buen mercado para esta obra. “Se pensó originalmente también para los muchos turistas que venían. Pero ahora no hay turistas a los que vendérselo”, zanja Martínez Useros. Uno casi agradece que a pesar de todo no haya ni una sola mascarilla. Ya tenemos bastantes.

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