Nacho Vegas: “Yo, en verdad, me río muchísimo”

Paradigma del autor intenso y comprometido ideológicamente, regresa a Madrid con sus primeros conciertos y viajes en nueve meses

El músico Nacho Vegas en el puerto deportivo de Gijón.Paco Paredes

No se lo van a creer, pero Ignacio González Vegas, un hombre con casi tres décadas de oficio musical, una quincena de discos a las espaldas y muchos miles de horas sobre los escenarios, se confiesa nervioso como un flan. Cosas de la pandemia, claro: lleva sin ofrecer un concierto desde enero, “que ahora nos parece dos siglos atrás”, y la conversación transcurre justo cuando acaba de instalarse en un hotel de Bilbao para preparar las presentaciones de Oro, salitre y carbón, una doble antología con abundante material inédito que se publica este viernes y llegará el sábado al Nuevo Teatro ...

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No se lo van a creer, pero Ignacio González Vegas, un hombre con casi tres décadas de oficio musical, una quincena de discos a las espaldas y muchos miles de horas sobre los escenarios, se confiesa nervioso como un flan. Cosas de la pandemia, claro: lleva sin ofrecer un concierto desde enero, “que ahora nos parece dos siglos atrás”, y la conversación transcurre justo cuando acaba de instalarse en un hotel de Bilbao para preparar las presentaciones de Oro, salitre y carbón, una doble antología con abundante material inédito que se publica este viernes y llegará el sábado al Nuevo Teatro Alcalá de Madrid. Incluso un trayecto tan sencillo y cotidiano como Gijón–Bilbao (“en autobús Alsa, método de transporte hegemónico entre los asturianos”), se ha convertido en una colosal aventura: la primera vez que se adentraba en la carretera desde el confinamiento. Nos lo encontramos algo aturdido a todos los niveles, “porque las cosas están bastante jodidas para ilusionarse”. Pero ni siquiera ahora renuncia al que sigue siendo, como buen soñador, su gran objetivo vital: “Hacer que el mundo sea un lugar un poco más agradable”.

He aquí a un Nacho Vegas en modo retrospectivo, repasando sus andanzas de la última década, combatiendo las tentaciones nostálgicas y asumiendo que revivir viejas canciones “es un ejercicio que supone alguna punzada de dolor”. Pero no nos llevemos a engaño. Ni la pandemia ni el paréntesis de un disco recopilatorio nos van a privar hoy de ese hombre combativo, concienciado, incómodo y lenguaraz, a la par que eternamente atormentado y poético, que conocemos ya desde los tiempos de Manta Ray. Un artista que se divierte al situar simbólicamente el arranque de esta década aturullada en aquel 15-M de 2011, un episodio que aún rememora con simpatía. “Es cierto que aquel espíritu del 15-M está hoy a dos metros bajo tierra”, asume, “pero me reconforta pensar que el movimiento le permitió tomar conciencia social a mucha gente. Por primera vez, la política no es un monopolio de señores mayores, apoltronados y con tendencia a la obesidad que toman decisiones relevantes sobre todas nuestras vidas”.

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Vegas es, no lo duden, un ávido diseccionador de la res publica. Nunca ha asumido displicencias ni equidistancias, y basta con escuchar uno de sus nuevos temas, el demoledor Fabulación, para comprenderlo. “La canción plantea que despolitizar toda manifestación cultural equivale a cuestionar cualquier disidencia. A mí no me interesa un sistema que se inventa tribunales especializados en perseguir a tuiteros o a raperos”, proclama. Ahora, al menos, está descubriendo la circunstancia “insólita” de que “algunos ministros y ministras” le sigan en Twitter. Incluso de que una buena amiga, su admirada poeta Sofía Castañón, obtuviera acta de diputada en el Congreso como representante de Unidas Podemos por Asturias. “Luego es cierto que sirve de poco, porque a las periferias no nos hacen ni puto caso. Pero a principios de la década jamás habría pensado que conociera en persona a algún cargo público relevante. ¡Ni de coña!”.

Está extendida la idea de que el discurso musical de Nacho Vegas fluctúa entre el compromiso político y el tormento amoroso o existencial, a veces entrelazados. Y no será en esta charla con la que podamos difuminar ese retrato robot. “Por ejemplo, la idea de reconciliación parte de una narrativa muy conveniente para el bando ganador con el franquismo”, advierte con vehemencia. “Ya desde antes de la guerra, con la represión salvaje de la revolución minera de 1934, quedó claro que existían un fascismo opresor y unas víctimas. Hay que acabar con ese discurso de las dos Españas y echar a aquellos a los que no les interesa la democratización del Estado. Yo me avergonzaría profundamente de vivir en un país en el que se recorten libertades con la excusa de la unidad de España o el peligro de los inmigrantes”.

El otro Vegas, ese que aparca el análisis de la colectividad para hurgar en las complejidades y abismos de la primera persona, también asoma en el nuevo repertorio con páginas como Lyrica, que toma su nombre de un medicamento contra la ansiedad. Sí, esos que alguna vez ha consumido la cuarta parte de la población española, aunque apenas hablemos de ello ni con nuestros allegados. “Me parece alienante depender de una medicación para obtener la promesa de vida tranquila”, se lamenta el cantautor gijonés. “Cierta psiquiatría se ha decantado por los procesos bioquímicos sin tener en cuenta el entorno humano, y esos nos hace un flaco favor a la sociedad”. La idea nació cuando escuchó conversar a tres amigas sobre un psicofármaco que les había ayudado a superar sendos desengaños amorosos. “Las tres terminaron repitiendo la misma frase: ‘Ahora ya no necesito a los hombres’. Y a mí, eso de prescindir de las relaciones afectivas me parece un proceso muy cruel”.

Ya lo ven. A Ignacio González Vegas, 46 años en diciembre, pueden pasársele los nervios después de un buen rato de charla. Pero no va a renunciar tan fácilmente a su proverbial intensidad.

– Disculpe, ¿cuándo y de qué se ríe Nacho Vegas?

– ¡Joder! –el cantante titubea, desconcertado–. Yo, en verdad, me río muchísimo. El humor es un arma muy poderosa y aparece en mis canciones de forma implícita. Me ha ayudado a mirar a los problemas a la cara y a apartarme de aquel cinismo tan típico de los años noventa, el postureo de mirarlo todo con distancia y sarcasmo. La realidad es que no soy tan atormentado. La urgencia de escribir una canción me surge ante experiencias dolorosas o emociones radicales, es cierto. Pero, por mucho que le cante al amor trágico, no me paso todo el día llorando por las esquinas…

De ahí proviene, de hecho, su amor indisimulado por la música popular y folclórica, que le permite descomprimir y conectar con la celebración de lo cotidiano. Aplicarse, de paso, una cura de humildad que le resultaría bien saludable a muchos compañeros de oficio y andanzas. “Quienes crecimos con el pop-rock tendemos a pensar que el último siglo ha sido el más importante para la música”, reflexiona. “No es necesariamente verdad. El ser humano lleva 10.000 años creando canciones, aunque no hayan llegado hasta nosotros, que solo somos un pequeño eslabón. Y la música de nuestros antepasados gozaba de una gran ventaja: su difusión no estaba condicionada por el mercado. Era música que se disfrutaba, no que se consumía”.

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