Máquina del tiempo de la cuarentena

Buscando en los recuerdos para intentar reconfortarme me veo de nuevo con una cáscara de pomelo en la cabeza, como de pequeño durante el Festival del Medio Otoño

Una lámpara decorada con una mascarilla, durante el Festival del Medio Otoño en Kuala Lumpur.Vincent Thian (AP)

Dave Holmes lo llama la máquina del tiempo de la cuarentena: una máquina que te permite volver al pasado, sea viendo por enésima vez sitcoms de los noventa que envejecieron muy mal, sea con el anhelo que sientes mientras digitalizas fotos del pasado, de tiempos mejores, para reconfortarte en tiempos de pandemia. A 10.793 kilómetros de mi apartamento en Madrid, estoy en mi máquina del tiempo de la cuarentena escroleando por las fotos de mi infancia mientras intentamos llegar a un acuerdo entre amigxs de cómo se va a organizar de forma segura esta Fiesta del Medio Otoño, que...

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Dave Holmes lo llama la máquina del tiempo de la cuarentena: una máquina que te permite volver al pasado, sea viendo por enésima vez sitcoms de los noventa que envejecieron muy mal, sea con el anhelo que sientes mientras digitalizas fotos del pasado, de tiempos mejores, para reconfortarte en tiempos de pandemia. A 10.793 kilómetros de mi apartamento en Madrid, estoy en mi máquina del tiempo de la cuarentena escroleando por las fotos de mi infancia mientras intentamos llegar a un acuerdo entre amigxs de cómo se va a organizar de forma segura esta Fiesta del Medio Otoño, que cae el día 15 del octavo mes lunar, o sea, hoy. En una de las fotos aparezco en el jardín de unos amigos de mis padres de Madrid en la fiesta del Medio Otoño con una cáscara de pomelo encima de mi corte de pelo a tazón. Tendría unos ocho años, sonriendo de oreja a oreja, sin los dientes de leche de la parte incisivo central superior.

Debido a su carga simbólica y su nombre que, en mandarín -you zi es un homófono de ‘oración por un hijo’-el pomelo es una de las ofrendas que se hace a Chang’e, la diosa de la luna, en estas festividades. Comer pomelos (o, en este caso, colocando las cáscaras de pomelo en la cabeza) significaba por lo tanto una oración a las personas jóvenes de la familia. Linternas de papel colgaban con hilos atados en los árboles del jardín, cada una de un color distinto. Se oía el sonido de brasas de la barbacoa, al otro lado la mesa de los adultos jugando al mahjong, arrastrando las fichas encima de la mesa. La leyenda de Chang’e sería repetida en todas sus diferentes adaptaciones y versiones. En una de las versiones, cuenta trata sobre el amor entre Chang’e y Hou Yi, un arquero mitológico que, para salvar la tierra, usó su arco y flecha para derribar nueve de los diez soles. Como recompensa, recibió un elixir de inmortalidad. Sin embargo, este elixir solo era suficiente para inmortalizar a una persona. Un día, mientras Hou Yi no estaba en casa, uno de sus estudiantes intentó robar el elixir, y, para protegerlo, Chang’e decidió tomar el elixir de la inmortalidad. Este elixir hizo que Chang’e volase a la luna dejando atrás a Hou Yi, así convirtiéndose en la diosa de la luna.

Una vez finalizada la barbacoa (que hace poco descubrí que es una costumbre que se suele hacer más en Taiwán que en otros países que también celebran el festival de la luna), se comían los pasteles de luna, pasteles redondos que simbolizan la reunión familiar y la luna llena. En otros años mi familia y yo lo comíamos en la terraza de la casa de mis padres o en alguna explanada donde se pudiera ver bien la luna, mientras la mirábamos y llevábamos la cáscara de pomelo encima de la cabeza que, aunque lo suelan llevar solamente los niños de la familia, lo seguíamos llevando y llevo mientras os escribo sobre mi particular máquina del tiempo en tiempos de pandemia.

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