Enseñar en Madrid es llorar

Larra me perdonará si parafraseo su frase sobre escribir en Madrid

Un aula de un colegio.Europa Press

Larra me perdonará si convierto su “Escribir en Madrid es llorar” en “Enseñar en Madrid es llorar”.

“No se engañe nadie, no”, y recurro a Manrique. La educación pública ha sufrido una sistemática degradación en la Comunidad a lo largo de los últimos... ¿25 años? Cada vez que oigo a Ayuso hablar de Educación, de las medidas ante la situación que estamos viviendo, vuelven mis peores pesadillas: Esperanza Aguirre, Lucía Figar… Wert, también. Políticos que piensan que el profesor es “de nacencia”, un vago. Que el profesor —en quien debería poner el sistema educativo “todas sus complacencias...

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Larra me perdonará si convierto su “Escribir en Madrid es llorar” en “Enseñar en Madrid es llorar”.

“No se engañe nadie, no”, y recurro a Manrique. La educación pública ha sufrido una sistemática degradación en la Comunidad a lo largo de los últimos... ¿25 años? Cada vez que oigo a Ayuso hablar de Educación, de las medidas ante la situación que estamos viviendo, vuelven mis peores pesadillas: Esperanza Aguirre, Lucía Figar… Wert, también. Políticos que piensan que el profesor es “de nacencia”, un vago. Que el profesor —en quien debería poner el sistema educativo “todas sus complacencias”, pues es el motor de la enseñanza— debe estar siempre bajo sospecha; que es, en resumidas cuentas, un enemigo. Un enemigo al que se acosa con aumento de horas lectivas, de ratios, de burocracia, de “vigilancia” en todos los sentidos —también en el “ideológico”: distintas, más o menos sutiles formas de aplicación del “pin parental”—. Es largo, es triste. Fácilmente historiable/documentable. Mal puede arar el campo un animal al que no se deja de añadir carga. Lo más probable es que, derrengado, no pueda hacer tan bien como podría, como debería poder hacerla, su tarea: arar, ayudar al cultivo del campo, abrir el surco para la siembra.

Cuando se manda a los profesores, como a ganado, a hacer colas para someternos a unos test de dudosa eficacia que engrosarán los bolsillos de alguna empresa privada, ¿saben los responsables de la Comunidad lo que están haciendo? Sí. Saben que el anuncio de que harán test masivos a los docentes puede tener algún “rédito político”; es decir, puede hacer que parezca que “hacen algo” y que algunas familias, y algunos votantes, se traguen el anzuelo.

¿Saben los sindicatos lo que hacen cuando convocan y desconvocan huelgas aviniéndose a las ofertas publicitarias —pues eso son— del Gobierno de la Comunidad? ¿Saben que una huelga de dos días sirve sólo para “lavar su conciencia” de sindicalismo? ¿Son conscientes de que fueron uno de los agentes que minaron la fuerza de La marea verde cuando los profesores levantamos la cabeza y salimos a gritar a la calle contra los salvajes recortes de entonces?

Los docentes y todo el personal escolar nos enfrentamos a un curso difícil. Nuestros alumnos y sus familias, por supuesto, también. Los padres deben asimilar y defender la idea de que el colegio y el instituto no son “aparcamientos” en los que dejar a sus hijos para que ellos puedan ir a trabajar. No. El colegio o el instituto son hogares insustituibles a donde van sus hijos para encontrar modelos, encontrarse ellos mismos, despertar a la vida, al pensamiento, a la sensibilidad, al arte, a la literatura, a las ciencias. Lugares, por tanto, que deben tener algo de sagrado.

En días alternos, presencialmente o a distancia, los profes intentaremos mantener encendida la llama. Aunque quienes deberían hacerlo con más empeño no dejen de soplar para apagarla. Enseñar en Madrid, además de llorar, es resistir.

Ada Salas es poeta y profesora

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