Estercoleros multiculturales
En los barrios obreros hay más contagio: no es por irresponsabilidad, es por precariedad
Cuando aumentaron los contagios en los barrios obreros hubo quien dijo que sus habitantes eran unos irresponsables. Podemos pensar eso o podemos pensar, con más tino, que se trata de gente que no puede dejar de ir a trabajar, que no va de vacaciones, que vive más apretada en espacios más pequeños, que depende el transporte público, etc. El virus, al final, sí entiende de clases.
Ahora dice una diputada de Vox que los barrios periféricos son lugares donde los privilegiados condenan “a los españoles más humildes a malvivir. Barrios obreros convertidos en infiernos que los acomoda...
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Cuando aumentaron los contagios en los barrios obreros hubo quien dijo que sus habitantes eran unos irresponsables. Podemos pensar eso o podemos pensar, con más tino, que se trata de gente que no puede dejar de ir a trabajar, que no va de vacaciones, que vive más apretada en espacios más pequeños, que depende el transporte público, etc. El virus, al final, sí entiende de clases.
Ahora dice una diputada de Vox que los barrios periféricos son lugares donde los privilegiados condenan “a los españoles más humildes a malvivir. Barrios obreros convertidos en infiernos que los acomodados no pisáis pero que los trabajadores más humildes sufren a diario”. Más allá de la épica y de lo infernal, es cierto que los barrios más pobres tienen peores servicios públicos, peor transporte, peor urbanismo y hasta una esperanza de vida más corta. En Madrid, además, se da la paradoja de que en los barrios del sur es donde menos inversión se ha hecho (y donde más falta hace).
Pero para la extrema derecha la culpa es de… ¿adivinan? De la inmigración que puede convertir a esos barrios pobres en “estercoleros multiculturales”. Es alucinante el gusto que tiene la derechona cobarde por agitar el espantapájaros de la inmigración (es su imagen de marca, su hit, su pasión más baja) cuando es evidente que la inmigración no es ni por asomo uno de los grandes problemas que enfrentamos.
Prueba de la desorientación da la diputada es que cita como uno de estos posibles “infiernos” el barrio de Lavapiés que, como todo el mundo sabe, más que un barrio humilde es un barrio de pijos, con alquileres altísimos y locales de moda, donde se expulsa a los vecinos para hacer hueco a los turistas y a las clases pudientes. Ese es el grado de conexión de Vox con la realidad.
A mí, en Lavapiés, la inmigración más que llevarme a los fuegos del infierno me da un servicio: regenta bazares y colmados, me vende pan y cerveza, comida india o senegalesa, me repara la pantalla del móvil y, en tiempos de crisis, incluso crea bancos de alimentos, como han hecho los bangladesíes.
No es todo de color de rosa: la inmigración plantea retos, roces, problemas, pero salta a la vista que Lavapiés es un modelo de éxito. Solo se echa en falta más mezcolanza entre ciudadanos, muchas veces cerrados en sus comunidades. Pero supongo que eso llegará con las nuevas generaciones.
En los barrios periféricos lo que da gusto es ver a esas familias inmigrantes hacer un uso tan vivo del espacio urbano (cosa que siempre levanta sospechas): en las plazas, en los bancos públicos, en los parques, tomando la fresca, celebrando cumpleaños, bailando, reuniéndose los domingos, mientras los centralinos aquí nacidos solo sabemos usar las calles para ir al trabajo o a solazarnos en una terraza abarrotada, previa cesión de uno de nuestros riñones