Ser viejo no mola

En el futuro la ‘silverización’ de la economía puede dar más relevancia a los mayores

Una empleada conversa con una mujer mayor en la residencia de ancianos Santa María de Montecarmelo, en Madrid.Andrea Comas

Ser viejo está tan mal visto que hasta la palabra viejo tiene connotaciones negativas: siempre es preferible usar mayor, de cierta gravedad socialdemócrata, incluso antes que anciano o Tercera Edad. Lo que mola es la juventud, una cosa que solo se entiende a toro pasado, en la distancia: nunca se es joven, solo se ha sido joven. Lo que mola es lo nuevo, perseguimos sin freno la innovación cuando todavía no sabemos apañarnos con lo que tenemos. Y, de hecho, en esta carrera hacia el abismo, confundimos innovación con progreso.

Que ser viejo no mola lo sabemos d...

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Ser viejo está tan mal visto que hasta la palabra viejo tiene connotaciones negativas: siempre es preferible usar mayor, de cierta gravedad socialdemócrata, incluso antes que anciano o Tercera Edad. Lo que mola es la juventud, una cosa que solo se entiende a toro pasado, en la distancia: nunca se es joven, solo se ha sido joven. Lo que mola es lo nuevo, perseguimos sin freno la innovación cuando todavía no sabemos apañarnos con lo que tenemos. Y, de hecho, en esta carrera hacia el abismo, confundimos innovación con progreso.

Que ser viejo no mola lo sabemos de siempre, por lo biológico, etc, pero la covid19 lo ha evidenciado, sobre todo en Madrid con todo el desastre de las residencias de ancianos de la Comunidad. Los viejos, en general, son ninguneados, apartados, sus cuidados se externalizan, sus pensiones se bambolean y sufren una epidemia de soledad no deseada. Una cuarta parte de los 656.791 madrileños mayores vive solo, según datos del Ayuntamiento. Una soledad que, en muchos casos, se vio agravada por el confinamiento.

Tengo un amigo que vino desde Ghana, en el África Occidental, primero caminando por el desierto y luego cruzando el mar en patera. Cuando llegó alucinó con el trato que se da aquí a los mayores. “Allí son los más sabios, los que tienen experiencia… son como Google”, me dice. Aquí son, más bien, como víctimas de la obsolescencia programada, como una Game Boy de los 90.

Los viejos, en general, son ninguneados, apartados, sus cuidados se externalizan, sus pensiones se bambolean y sufren una epidemia de soledad no deseada

Pronto los no-viejos, con un poco de suerte, ya seremos viejos, y seremos muchos, porque la pirámide se está dando la vuelta y la sociedad está envejeciendo. Es curioso: durante el baby boom de posguerra se creó la cultura juvenil: había muchos jóvenes a los que venderles cosas, música, ropa, estilos de vida, fue cuando la juventud empezó a molar. En el futuro crecerá el número de los consumidores viejos, y hay quien habla de una silverización de la economía, que ofrece cada vez más productos y servicios (ocio, turismo, cosméticos, gagdets) a los mayores. Lo de silver viene de plata, que hace referencia, a su vez, a esas edades cuando el pelo se pone cano. A los maduritos interesantes con canas, por cierto, les llaman silver foxes, zorros plateados, tipo Richard Gere o Harrison Ford.

O sea, que la revalorización de esas etapas de la vida puede venir por eso que llaman “envejecimiento activo”, que consiste en hacerse viejo sin dejar de vivir una vida fascinante y participativa, y, como siempre, por el consumo. Cada vez veo más anuncios de productos dedicados a nuestros mayores y se va conformando esa imagen del mayor cool, el talludito de Instagram, el viejo de anuncio, que hace y compra cosas mostrando una sonrisa impecable, llena de dientes. En el futuro vamos a molar, si es que tenemos pasta. Ser joven será un asco.

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