Estereotipos que no desescalan

Mi prima migró, como yo, con un año. Ella a Manhattan, donde es actriz. En la mayoría de casting la quieren como “china”

La Puerta del Sol, el pasado mayo, antes de que comenzara la desescalada.@ Julian Rojas (EL PAÍS)

¡Cuánto echaba de menos andar por la calle con la misma confianza que tengo cuando pruebo perfumes en un Duty Free! Oler Madrid bajo una mascarilla desechable y tocar la ciudad con bolsas de plástico en la mano que llevan impreso “usar como guante” y el dibujo de una mano por si no fuera lo suficientemente claro. Larga vida a la imaginación. Echaba de menos las calles de Madrid como se echa de menos a los amigos, a los que se saluda con el codo. El aire que se respira a dos metros de distancia. Las calles devueltas para que performemos nuestras miserias humanas diarias. La entrada a la ...

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¡Cuánto echaba de menos andar por la calle con la misma confianza que tengo cuando pruebo perfumes en un Duty Free! Oler Madrid bajo una mascarilla desechable y tocar la ciudad con bolsas de plástico en la mano que llevan impreso “usar como guante” y el dibujo de una mano por si no fuera lo suficientemente claro. Larga vida a la imaginación. Echaba de menos las calles de Madrid como se echa de menos a los amigos, a los que se saluda con el codo. El aire que se respira a dos metros de distancia. Las calles devueltas para que performemos nuestras miserias humanas diarias. La entrada a la fase 2 fue la mejor excusa para manifestar mi crisis de cuarto de vida tiñéndome el pelo de verde croma porque no me decidía por el color. Estaba entre eso o tatuarme algo aleatorio en caracteres chinos en el brazo, pero luego pensé que igual perdía la gracia siendo yo una persona racializada asiática. Valga la redundancia.

Hace poco llamé a mi prima que, al igual que yo, migró cuando apenas tenía un año: yo a Vallecas, ella al Lower Manhattan. Siempre fuimos, de alguna forma u otra, rivales por los rituales de comparación a los que nos sometían nuestras familias. Todos los veranos hacían algo que aborrecía más que la consigna All Lives Matter: nos ponían a todos los primos en fila y empezaban las comparaciones sobre quién era el más alto, el más delgado, el más atractivo de todos. Eso nos dejó traumas, problemas de autoestima y una inseguridad respecto a nuestro cuerpo que solo fue in crescendo cuando llevar los pantalones pitillo era una personalidad. Aun así, logramos, en la superficie, dejarlo en el pasado.

En nuestra conversación telefónica, mi prima y yo hablamos de la violencia policial, del racismo institucional y de las protestas actuales. Mi prima es actriz y, como a mí (sobre todo en mis inicios), le daban papeles de “la china de ...” (insértese aquí cualquier estereotipo atribuido a la comunidad racializada asiática en occidente). Me dijo que, desde hace poco, tiene un sueño recurrente en el que entra en un ciclo perpetuo de castings en los que buscan a personas racializadas asiáticas para interpretar papeles estereotipados. Al abrir una puerta entraba en uno para ser la china del bazar; en otro, era la china del restaurante; en otro, la mejor amiga del personaje principal, Mike, un chico blanco rubio de ojos azules, y ella era la amiga pringada a la que se le daban bien las matemáticas. Al abrir otra puerta, aparecía en un casting en el que buscaban a una mujer asiática para interpretar a una emperatriz, papel que en su sueño se llevó una mujer blanca haciendo yellowfacing. La única forma de escapar de este laberinto era despertarse de esta pesadilla de película que echarían un domingo por la tarde en Telecinco. Aunque todos sabemos que realmente no iba a poder escapar del todo.

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