La ONG particular de Omar Montes en el distrito más humilde de Madrid: “En el barrio, forever”

El cantante, que tiene 3,5 millones de oyentes al mes en Spotify, sigue viviendo en uno de los barrios más pobres de la capital. Ahora, por la pandemia, compra y reparte comida a domicilio a cientos de vecinos

Omar Montes, junto a Oscar Barrul e Iván Salcedo, comprando comida en el supermercado Alcampo de Carabanchel. En vídeo, Montes compra para sus vecinos del barrio de Pan Bendito.Vídeo: @ JULIAN ROJAS | Jaime Casal

Omar Montes sube a media tarde las escaleras de un edificio chato. Va en busca de esas “bellísimas personas” que son sus vecinos de toda la vida. En cada mano lleva una bolsa de la compra repleta de productos de primera necesidad. Viste chándal, zapatillas de bota y una mascarilla Louis Vuitton. En el aparcamiento ha dejado el Mercedes 220 AMG con el que recorre las calles estrechas del barrio de Pan Bendito, uno de los más humildes de Madrid. Toca el timbre de uno de los apartamentos y, al abrirse la puerta, aparece Carlos Sánchez, un repartidor de 38 años que una década atrás era una celebri...

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Omar Montes sube a media tarde las escaleras de un edificio chato. Va en busca de esas “bellísimas personas” que son sus vecinos de toda la vida. En cada mano lleva una bolsa de la compra repleta de productos de primera necesidad. Viste chándal, zapatillas de bota y una mascarilla Louis Vuitton. En el aparcamiento ha dejado el Mercedes 220 AMG con el que recorre las calles estrechas del barrio de Pan Bendito, uno de los más humildes de Madrid. Toca el timbre de uno de los apartamentos y, al abrirse la puerta, aparece Carlos Sánchez, un repartidor de 38 años que una década atrás era una celebridad en el barrio por jugar en el Rayo Vallecano.

Sánchez está en paro y tiene dos hijas. Omar o alguno de los diez amigos que trabajan para él (“la crew”) le trae cada semana una compra del súper. El gesto lo repiten con decenas de personas de todo el barrio. Hay gente que le llama para pedirle ayuda ahora porque pasan hambre. De la situación dramática de otros se entera por radio macuto. Entonces, sin avisar, se presenta en el rellano y aporrea la puerta.

Si el rey de Pan Bendito toca, se le abre.

—¡Qué vergüenza!—, dice Carlos cuando Omar entra hasta la cocina para dejar las bolsas.

Omar, de niño, veía a Carlos como un héroe. El chaval que había salido del barrio, cuando en los noventa era un lugar de yonkis y parados, para medirse al resto del mundo sin ningún complejo. Sabe que ahora es un padre de familia que pasa por dificultades, como muchos otros españoles. “Un tío sano, ejemplar, que no puede salir a buscarse la vida”.

—A él se le ocurrió ayudarme. Sabe que las paso canutas.

—No me hace falta que me mandes un mensaje. Cojo directamente y ¡pum!, sorpresa—, explica Omar.

—Ha triunfado en la vida y aquí se ha quedado—, le concede Carlos.

—En el barrio forever, hermano.

Montes, que comenzó a triunfar en el mundo de la música en 2015 con el rap, el trap y el reggaeton, vive en el mismo piso que hace 31 años. Aquí vivió su madre, María de los Ángeles, una ama de casa de 48 años, junto a su padre, Ismael, un marine del Ejército de 50 años. Aquí vistieron con pantalones rotos a un salao regordete. Aquí tiene ahora un armario con cientos de zapatillas, joyas y hasta un ropero enorme de Gucci. Aquí regresaba dolido por las risas burlonas de algunos compañeros del colegio. Aquí volvió después de cada entrenamiento de boxeo. Aquí tiene la medalla de campeón de España de boxeo medio. Aquí tiene 11 discos de platino y tres de oro. Aquí tiene ahora un Lamborghini apodado El Huracán, un Mercedes C220 y hasta a Ricky, un oso hormiguero. “En mi vida cambiaron las circunstancias. Yo sigo siendo más simple que un columpio, pero si antes iba con un chándal de Carrefour, ahora voy con uno de marca”.

Un día de marzo, cuando el bicho abstracto impuso el teletrabajo y mandó a otros a casa para solo ver la tele, recibió un mensaje a su cuenta de Instagram de un joven del barrio. “Omar, necesitamos comida, que mi padre se ha quedado en el paro”. Al día siguiente entró en el Alcampo y se presentó con bolsas de comida en su portal. Días después, los mensajes se multiplicaron. “Ahora recibo cientos y cientos al día. Es gente que lo necesita de verdad".

Tal fue la avalancha, que convocó a sus cuatro mejores amigos, Salcedo, Oscar, Casares y Galleta. Una cuadrilla de treinteañeros a sueldo de Montes. “El team iluminati. Ese es mi equipo”.

Omar Montes, en casa de Juani, una vecina del barrio que se ha quedado sin trabajo por el coronavirus.@ Julian Rojas

― ¿Tenéis un buen colega, no?

― No nos podemos quejar.

Estos chavales salen todos los días a repartir comida en un lugar donde la renta media no llega a 20.000 euros. Todo sale a cuenta de Montes. “Lo hago porque, si yo a día de hoy soy el número uno de la música, se lo debo a Dios. La manera que yo tengo de agradecérselo es dar lo que tengo a los que más lo necesitan. Todo lo que yo gasto, siempre se me devuelve. Me sale una canción nueva, se pega en la gente, me sale un bolo por otro lado”. El artista ha patentado un concepto, la vida mártir, para referirse a la mala vida, la sufrida, la que él tuvo y no quiere volver a tener. Aunque el término se puede usar en cualquier contexto, incluso significar todo lo contrario. La vida moderna es un laberinto.

Omar lleva la voz cantante cuando van al supermercado. Arrastra un carrito por los pasillos del Alcampo. Le pide a dos de sus colegas que los llenen de legumbres, zumo, espaguetis, cereales, carne. Nada de marcas blancas. Solo lo mejor. “Como si fuera para mí. Y nada de guarrería. Hay que mirar por la salud de las personas. Comida equilibrada. Ahora que no salimos es importante, si no nos ponemos como bolas”.

―Pillad arroz, que es muy socorrido.

Omar cumple años de perro. Ha vivido por siete. En agosto de 2018, se cruzó a un muchacho adolescente el barrio de Las Callejuelas de San Fernando. “Vente, que Las Camaronas te quieren decir algo”, le dijo el chaval. Montes había ido a la bahía de Cádiz con la intención de grabar un videoclip. Al escuchar aquello, pensó que se trataría de una broma gaditana. Media hora después, abrió la puerta del salón donde vivió la voz del flamenco. Las hijas de Camarón le prepararon una barbacoa, cogieron las guitarras, llegaron más vecinos, más familia, un cante, otro. El Arte.

Al día siguiente, los tres grabaron un videoclip de la versión Soy gitano debajo de la estatua de bronce de Camarón. Se vistieron con camisas de lino blanco. Aprovecharon aquel caluroso día de feria de verano. Se subieron a los coches de choque. Se montaron en la atracción de feria del tren de la bruja. Ahí cantaron a mí me gusta saborear la hierba, la hierba buena al son del ritmo cañí. Al final del videoclip se escucha un silencio de un par segundos. Irrumpe una voz desgarradora con fuerza: “Dicen de que Jesús era gitano, ¿no? Yo no lo dudo, vaya”. Camarón, claro.

Dos años después, el madrileño que acompañaba a Las Camaronas tiene 3,5 millones de oyentes al mes en Spotify; más que el propio Camarón, Joaquín Sabina, Manuel Carrasco y Julio Iglesias. Ahora, en mitad de la pandemia y probablemente en el punto más álgido de una carrera musical crecida en el asfalto de uno de los barrios más humildes de Madrid, Omar Montes sigue aquí, en la barriada de Pan Bendito.

Y ahí lo da todo, a pecho descubierto. Vecino a vecino. Su siguiente parada esta tarde es la casa de Juani Rodríguez, una limpiadora de 60 años que pasa por un momento delicado. Ya no la llaman de las oficinas ni de las casas que limpiaba antes. “Hola, bonico”, recibe Juani al cantante. La señora le ha hecho “un bollito” que le da envuelto en una servilleta de papel. Omar dice que Juani “es un primor”. Juani que Omar es “un encanto”. “Te quiero, te quiero”, le repite ella. El marido de Juani, Ángel, ve la televisión en el salón. “Ángel, saluda a Omar”, le pide su esposa. Ángel levanta la mano con la misma cara de entusiasmo que pondría si le aplicaran la picana. Juani siguió con entusiasmo la participación de Omar en Gran Hermano y en Supervivientes, donde perdió 13 kilos para ganar el concurso. Ahora lo tiene delante, de cuerpo presente en su cocina, con un bollito horneado por ella en la mano. Le hace feliz.

Llega la hora de recogerse para Omar, después de una tarde dando voltios. Dos adolescentes se fuman un porro en el portal de su edificio sin decir ni mú. A través del telefonillo se escucha una voz:

―Andy, sube para arriba. ¡Has bajado sin mascarilla!

Omar se queda mirando el cuadro metálico del que surge la voz, y contesta:

―El Andy no ha bajado todavía...

Unos segundos después, Andy abre el portal y se encuentra a Omar hablando con su madre por el telefonillo. Se imagina de que se trata y, sin hacer ni caso, se une a los dos chavales de mirada perdida. Ahora es una crew de tres.

Omar lo ve clarísimo:

―Le han dado la vida mártir y lo han pillado.

Omar Montes y sus dos colegas, preparados para sacar los alimentos del coche.@ Julian Rojas

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