¿Quién puede matar a un niño?

Los críos ya andan saltando y jugando por las calles. Me pregunto cómo sería un mundo gobernado por ellos

Una niña en una calle de Madrid, este domingo.Carlos Alvarez (Getty Images)

Ya están los chiquillos por las calles, los veo desde el balcón, disfrutando de su recién recuperada libertad (por llamarla de alguna manera). El vicepresidente Iglesias dio una inaudita rueda de prensa en la que habló de “correr y saltar” y de usar “patinetes y balones”: no sé si hay precedentes de que un altísimo cargo del gobierno hable de jugar y de juguetes, pero en estos tiempos extraños puede suceder cualquier cosa. Y en eso andan los críos (solo hasta los 14 años, no vayan a hacer botellón) siguiendo las...

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Ya están los chiquillos por las calles, los veo desde el balcón, disfrutando de su recién recuperada libertad (por llamarla de alguna manera). El vicepresidente Iglesias dio una inaudita rueda de prensa en la que habló de “correr y saltar” y de usar “patinetes y balones”: no sé si hay precedentes de que un altísimo cargo del gobierno hable de jugar y de juguetes, pero en estos tiempos extraños puede suceder cualquier cosa. Y en eso andan los críos (solo hasta los 14 años, no vayan a hacer botellón) siguiendo las consignas de nuestros gobernantes.

Al fin y al cabo, el Congreso de los Diputados no se diferencia mucho de un patio de colegio, ni la política española de la patada en la espinilla

He estado fantaseando estos días con que hubiéramos utilizado a los más pequeños durante este confinamiento para hacer todos esos trabajos de primera línea llenos de peligro vírico. Total, los niños son de goma y el virus les hace poco daño. Niños cajeros y reponedores, niñas enfermeras y médicas, niñas conductoras y barrenderas, niños guardias civiles, con tricornio y mostacho nietzscheciano.

Me imaginé un mundo gobernado por niños, con churumbeles diputados, un bebé ministro de Política Territorial y Función Pública, senadores con el morro sucio de chocolate, un presidente con chupete. Al fin y al cabo, el Congreso de los Diputados no se diferencia mucho de un patio de colegio, ni la política española de la patada en la espinilla. ¿Cómo sería un mundo así? Desde luego, sería una monada. Pero, más allá de lo cuqui, probablemente sería un mundo peor. De hecho, ya se ha imaginado en la ficción.

En la película ¿Quién puede matar a un niño?, una de las grandes obras del terror patrio, de Chicho Ibáñez Serrador, se cuenta la historia de una isla mediterránea, blanca y luminosa, en la que los niños han asesinado a toda la población adulta. Algo parecido pasa en un pueblo de Nebraska, por motivos agrícolas y demoníacos, según se cuenta en Los chicos del maíz. La novela El Señor de las Moscas, de William Golding, describe una sociedad selvática formada solo por niños cuya existencia ha degenerado en el caos y la violencia.

Vaya por delante que no soy usuario de niños, porque todavía no tengo prole, pero creo que puedo opinar con la experiencia de haber sido niño yo mismo y por estar en contacto directo con mi niño interior, como recomiendan algunos gurús de la autoayuda. Mi teoría, cutre pero interesante, es que los niños nacen asilvestrados, preocupados por su propio ombligo, sin miramientos con los demás o el entorno, un poco neoliberales. Por eso a los niños hay que educarles: para que aprendan a preocuparse por los demás y por el medio ambiente. Digamos que la educación busca convertir a esas bestezuelas en pequeños socialdemócratas con acné.

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Aunque bien mirado, quizás uno de esos escenarios en los que la infancia se rebela contra la adultez, como los antes citados, no sería tan descabellado. Total, para el planeta que les estamos dejando...

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