La recuperación de los montes calcinados en Ourense: ¿y si la ‘Iberolacerta galani’ no regresa a su único lugar en el mundo?
La reconstrucción de la cadena trófica y la vuelta de la fauna dependen de la velocidad con la que pasase el fuego
Las arañas y las quitameriendas siempre tienen prisa por regresar al paisaje enlutado después de un incendio forestal. Las primeras se descuelgan como comandos especiales desde los esqueletos negros de los árboles, dejándose balancear por el viento para adentrarse sigilosamente en el espacio desolado. Las segundas laten bajo tierra y se desperezan con las primeras lluvias, una tras otra e incluso en ramilletes, hasta urdir una alfombra morada sobre las...
Las arañas y las quitameriendas siempre tienen prisa por regresar al paisaje enlutado después de un incendio forestal. Las primeras se descuelgan como comandos especiales desde los esqueletos negros de los árboles, dejándose balancear por el viento para adentrarse sigilosamente en el espacio desolado. Las segundas laten bajo tierra y se desperezan con las primeras lluvias, una tras otra e incluso en ramilletes, hasta urdir una alfombra morada sobre las cenizas. La vida empieza así a renacer, en un trabajo colaborativo, constante, de reconstrucción del orden natural que puede tardar décadas, o siglos, en restaurarse. Esto, si otro fuego no lo trunca en lugares tan castigados como la provincia de Ourense, pasto reiterado de las mayores oleadas de incendios en Galicia: 13 en los últimos 50 años.
A los pocos meses, tras el fin del mundo, a estos lugares regresan las herbáceas; y el eucalipto —invasor, pirófito y casi indestructible— rebrota con su brioso verde plata. Los animales polinizadores no van a tener muchas flores durante un tiempo; pero si las llamas no retornan al lugar, en un lustro puede haber de nuevo un considerable sotobosque formado por esa vegetación capaz de resucitar tras el fuego. El matorral será el hogar, junto con las piedras quemadas, de culebras, lagartijas, perdices y toda una comuna de cientos de especies.
Los árboles, en cambio, tardarán todo el tiempo que hubiesen tardado en ser lo que eran sus antepasados muertos. Si eran castaños o carballos centenarios, nadie de los hoy presentes los disfrutará. La prisa humana no vale aquí. Y si alguien pasa revista, empezando a contar por los invertebrados, es posible que detecte bajas irreparables. Especies de flora y fauna que nunca regresarán o rebrotarán. Este temor todavía es mayor cuando las montañas devoradas eran su lugar en el mundo. ¿Adónde voló y dónde se refugió, por ejemplo, la mariposa Erebia palarica? ¿Qué ha sido de la lagartija verde y azul Iberolacerta galani? ¿Logró huir de la lengua de fuego?
“En los incendios, la pirámide se trunca desde la base. La clave de la recuperación está en el suelo, la cadena trófica se reconstruye de abajo arriba”, insiste el edafólogo del CSIC Serafín González. “Y el plazo y la forma en que se reconstruirá va a depender de la severidad del fuego, algo muy heterogéneo”, explica, “son más devastadores los que arden mucho tiempo que los que avanzan rápido y no llegan a destruir el banco de semillas del suelo”.
Esto es “decisivo”, recalca el investigador: la cantidad y calidad de la biomasa, la topografía, y la dirección y fuerza del viento son las variables que dictan la sentencia del hábitat. Cuesta arriba y con el viento a favor, el fuego pasa más rápido que cuesta abajo y soplando en contra. Un fuego lento sigue ardiendo bajo tierra y devorando las raíces, las semillas, los bulbos, las madrigueras, durante días. En cualquiera de las situaciones, “los animales que vuelan, en primer lugar, y los que pueden correr, en segundo, tienen más posibilidades de salvarse que muchos reptiles, anfibios y pequeños y lentos mamíferos como el erizo”, resume el científico y ecologista: “En ellos no se está pensando ahora”.
González se refiere a la campaña de alimentación lanzada por el Gobierno gallego tras el desastre y que en su opinión “no sirve ni para tranquilizar conciencias” entre la clase política. Como novedad en esta oleada, la Xunta empezó a distribuir esta semana en los distritos forestales arrasados 31.000 kilos de paja y 3.000 de cereal, además de bolas de sal, para alimentar a (una pequeña parte de) los animales. Un maná lanzado por medios aéreos en algunos casos que la conselleira de Medio Ambiente, Ángeles Vázquez, anunció al tiempo que consolaba a los cazadores con ayudas. Agentes forestales preguntados por EL PAÍS explican que ellos también son los encargados de transportar directamente a pequeños reductos en valles con cursos de agua, que conservaron la vegetación y el abrigo, buena parte de esa comida. Agradecen que el Ejecutivo gallego les haya “consultado” sobre los mejores puntos para alimentar a la fauna, pero critican que la tarea se haya ido retrasando. “Les urge más que completemos antes las inspecciones y los informes para dar dinero al lobby de la caza”, lamentan.
Los agentes sienten que el forraje esté llegando “más de un mes después” de prenderse el monte. “Los animales tienen la mala costumbre de comer todos los días”, ironizan. “De todas formas, de esta medida solo se van a beneficiar los ciervos, los corzos... y los jabalíes, que acabarán también comiéndolo”, advierten. Salvo las aves rapaces y los lobos, que regresan en mayor o menor medida en busca de los cadáveres que dejó el fuego, el resto de la fauna silvestre depende para alimentarse y cobijarse de una naturaleza ahora arrasada.
En el fundido a negro de las catástrofes forestales los cadáveres carbonizados, si no son de animales grandes, resultan invisibles e incontables. No es posible hacer un censo de la fauna silvestre que murió o tuvo que desplazarse, pero este año las dimensiones de los fuegos y la cantidad de días que permaneció el incendio sobre el terreno ya ardido alimentan el pesimismo. El 8 de agosto empezaba a arder en Castro Caldelas (Ourense) y el jueves 18 de septiembre los rescoldos de aquel fuego seguían rebrotando allí, al tiempo que en Ferreira de Pantón (Lugo), en el corazón de esa Ribeira Sacra que aspira a ser Patrimonio de la Humanidad, otro monte comenzaba a arder a eso de las dos y media de la tarde y al día siguiente se extendía, cruzaba el río y acorralaba aldeas. Este último fin de semana de verano también se quemaron O Bolo y Larouco (Ourense). Según datos del sistema Copernicus difundidos por el grupo ecologista Adega, las llamas arrasaron ya este verano una décima parte de todo el territorio gallego incluido en la Red Natura y una cantidad total de hectáreas que hace semanas que sobrepasa las 120.000, la gran mayoría en Ourense.
Entre animales domésticos y de granja, colmenas, rebaños, caballos salvajes pero con titular (y en algunos casos atenazados con cepo) que viven en los montes, nidos y todo tipo de fauna silvestre, los fuegos forestales se cobran posiblemente cientos de miles de vidas. La sangría es enorme, pero “los estudios al respecto brillan por su ausencia”, lamenta González, presidente de la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN). Durante la ola de 2022 en Galicia, la Fundación Franz Weber (FFW) recurrió al modelo predictivo de Christopher Dickman, catedrático de la Universidad de Sidney, desarrollado para cuantificar la devastación de los fuegos de 2020 en Australia. FFW calculó que ese verano en la comunidad gallega habrían muerto más de 310.000 animales, 400.000 según el baremo de Dickman, que contemplaba entre 10 y 15 animales por hectárea.
En la Universitat de Girona, Pere Pons y Miguel Clavero investigaron en la primera década de siglo la evolución de las poblaciones de aves en los Pirineos, en territorios de matorral que habían sido quemados y donde habitaban 47 especies. Comprobaron, a través del estudio de 18 de estas especies de aves y de 26 estaciones de control quemadas, que la severidad del fuego repercute en la variedad y abundancia de la fauna, sobre todo el primer año, y que las poblaciones no alcanzaron picos hasta una o dos décadas más tarde. La semana pasada, el presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, quitó hierro a los fuegos que asolaron Galicia este verano, asegurando que la mayor parte era monte bajo: “Más del 60% de lo que ardió eran matorrales. También había una parte importante, que vemos cuando circulamos desde las carreteras, de piedras, que también computan en la superficie”.
La Iberolacerta galani, la lagartija que lleva en su nombre el apellido del herpetólogo gallego Pedro Galán, es endémica de las montañas del oriente de Ourense, junto con los vecinos Montes de León y Zamora. Un reducto mínimo y asediado una y otra vez por los fuegos y las actividades humanas. Algo parecido pasa con la Erebia palarica en el noroeste de España. Hay otras erebias en el mundo, “pero las poblaciones quedaron aisladas durante las glaciaciones y son distintas en cada macizo montañoso”, explica el presidente de la SGHN. Esta mariposa tan exclusiva y magnífica, si escapó, dejó atrás todos los huevos y larvas que iban a garantizar la población para el año que viene.
Hablando de fauna, de nuevo Ourense es el kilómetro cero de la catástrofe en Galicia: Trevinca, el Macizo Central y O Xurés, calcinados en agosto, son los territorios del águila real en la comunidad; Oímbra es una de las escasas zonas de distribución de la culebrilla ciega (Blanus cinereus); la víbora hocicuda (Vipera latastei) se encontraba ya en declive por los fuegos reincidentes, lo mismo que el aguilucho pálido (Circus cyaneus). Y la perdiz charrela, o pardilla (Perdix perdix), ya estaba en situación crítica aquí: le ardió la casa —los matorrales, los pedregales— y apenas vuela. Tuvo que salvar su vida a saltos.