El oro verde intenta resurgir en Galicia
La cervecera Hijos de Rivera e investigadores agrarios buscan cómo expandir el cultivo del lúpulo gallego con variedades más propicias y plantaciones de interior que esquiven el cambio climático
Hubo un tiempo en que la comarca gallega de Betanzos vivió la fiebre del “oro verde”. Con ese sobrenombre se conocía al lúpulo, la planta trepadora que Hildegard von Bingen, la mística alemana que describió por primera vez el orgasmo femenino, convirtió en ingrediente fundamental de la cerveza en el siglo XII. Este cultivo, apreciado por su alta rentabilidad, fue introducido con fines comerciales en España en 1914 por José María Rivera Corral, que había fundado la...
Hubo un tiempo en que la comarca gallega de Betanzos vivió la fiebre del “oro verde”. Con ese sobrenombre se conocía al lúpulo, la planta trepadora que Hildegard von Bingen, la mística alemana que describió por primera vez el orgasmo femenino, convirtió en ingrediente fundamental de la cerveza en el siglo XII. Este cultivo, apreciado por su alta rentabilidad, fue introducido con fines comerciales en España en 1914 por José María Rivera Corral, que había fundado la cervecera coruñesa Estrella Galicia ocho años antes. Los campos de Betanzos (A Coruña) fueron desde entonces los principales suministradores de la industria española de la cerveza y dieron de comer a un buen número de familias. En los años setenta del siglo pasado, debido al aumento de costes, las plantaciones en Galicia desaparecieron y el valle del Órbigo de León acabó concentrando casi toda la producción. Y así hasta hoy.
Ignacio Rivera, bisnieto de José María Rivera Corral y presidente de la Corporación Hijos de Rivera, se ha propuesto revivir en Galicia el cultivo de lúpulo, clave para aportar amargor a la cerveza. Su empresa lleva 20 años trabajando junto a investigadores agrarios y una cooperativa de agricultores de Betanzos y Abegondo en busca de las variedades que mejor se adapten al clima de la zona. La planta trepa ya por armazones levantados en 11 hectáreas de terreno, al cuidado de una cooperativa de siete agricultores. Producen alrededor de siete toneladas anuales, nada que ver con las 500 que salen de León. Pero la idea es seguir creciendo, pese a que han surgido algunas dificultades.
“Es un cultivo que está sufriendo por la crisis climática”, explica José Luis Olmedo, responsable de I+D de Cosecha de Galicia, la empresa de fomento de cultivos de Hijos de Rivera. “En Galicia y en el lúpulo están apareciendo plagas que nunca se habían dado”. En los últimos coletazos de la cosecha, la Corporación Hijos de Rivera organizó este jueves una visita a los campos de lúpulo del municipio de Abegondo, bajo el cielo encapotado por el humo de los incendios de Portugal que ya llega a A Coruña. “Con esto las plantas sufren muchísimo”, ejemplifica Olmedo señalando hacia arriba. “No hacen bien la fotosíntesis y baja la temperatura”.
En el Centro de Investigacións Mariñas de la Xunta en Mabegondo, a apenas cinco kilómetros de las plantaciones, se prueban cada año dos o tres variedades. Con la empresa Ekonoke, Hijos de Rivera está desarrollando también un proyecto para ensayar “plantaciones de lúpulo indoor”. La idea es aislar a estos cultivos de las crecientes plagas, de la subida de las temperaturas y de las cada vez más habituales sequías. “Las condiciones climáticas controladas nos van a permitir tener lúpulo gallego de variedades que climatológicamente aquí no se darían”, destaca el maestro cervecero Luis Alvar en alusión a las procedentes de Centroeuropa. La mayor parte de las plantas cultivadas en Galicia son de dos tipos: Nugget, que aporta un sabor “herbáceo y terroso con un punto picante”, y Magnum, “aromático y afrutado con un punto cítrico”. Son precisamente las elegidas por Hijos de Rivera para elaborar una nueva cerveza, bautizada como Lupia, que usa solo lúpulo gallego y que pretende ser un motor de expansión de estos cultivos.
Las plantas de lúpulo alcanzan los seis metros de altura. Crecen 20 centímetros cada día, cuenta Olmedo: “No hay ninguna planta en la naturaleza que lleve ese ritmo. Prácticamente se le puede ver crecer”. En las plantaciones de Betanzos y Abegondo se practica la “agricultura integradora” (no confundir con la ecológica) que, según expone Olmedo, “mide muy bien los inputs y outputs para dejar las fincas mejor de lo que estaban”. Se echa mano de los “nutrientes justos” para que “no queden residuos en el suelo”. Los cordones de los armazones por los que trepa el lúpulo son de un producto biodegradable que después se composta para utilizar como abono, a diferencia del alambre que se emplea en Alemania o del plástico de León. El riego es por goteo y la energía para bombear el agua se obtiene de unos paneles solares. En medio de las filas de plantas, se cultivan grelos para controlar las malas hierbas y evitar herbicidas. Los nabos acaban siendo triturados para aprovecharlos como abono verde.