El rito jacobeo de la nueva era: Peregrinar, abrazar al Apóstol y tatuarse una vieira

El bum del Camino de Santiago tras la pandemia desata la fiebre de los tatuajes conmemorativos entre peregrinos de todas las nacionalidades. Por 40 euros, cientos de caminantes regresan a casa marcados con un ‘souvenir’ eterno

El peregrino Rubén Mondelo, con diversas variantes del Camino de Santiago tatuadas en la espalda, a finales de mayo en San Sebastián de los Reyes (Madrid).Álvaro García

Cada vez que salía de la ducha en cualquier albergue de peregrinos, Rubén Mondelo tenía que taparse la espalda con la toalla para evitar que otros caminantes se lanzaran a retratarlo, desnudo, por detrás. En Santiago, se ha tenido que zafar de turistas que aprovechaban cualquier descuido para intentar inmortalizarse con él (de espaldas) como si fuera el mismísimo Pórtico de la Gloria. Esta de hoy, en un paisaje de la dehesa...

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Cada vez que salía de la ducha en cualquier albergue de peregrinos, Rubén Mondelo tenía que taparse la espalda con la toalla para evitar que otros caminantes se lanzaran a retratarlo, desnudo, por detrás. En Santiago, se ha tenido que zafar de turistas que aprovechaban cualquier descuido para intentar inmortalizarse con él (de espaldas) como si fuera el mismísimo Pórtico de la Gloria. Esta de hoy, en un paisaje de la dehesa de San Sebastián de los Reyes, justo cuando el día que amaneció apacible y soleado se enfurece y atormenta como tantas veces ocurre en el Camino, es una de las pocas ocasiones en que este hombre de 51 años, con 16.015 kilómetros jacobeos en las ruedas de su bicicleta y 2.720 en sus botas, deja que lo fotografíen. Hace siete años, Mondelo decidió grabar para siempre en su piel esta experiencia que lo transforma cada vez que echa a andar con su mochila. Desde el año 2000 lleva ya 31 viajes a Compostela que serán 32 cuando, en pocos días, se encuentre en Irún con otro peregrino alemán que acaba de completar la Ruta de la Plata, para hacer juntos los 840 kilómetros del Camino del Norte.

“Quise tatuarme en 2010, pero al final lo hice en 2016, en concreto el 24 de noviembre; porque me gusta acordarme de las fechas y esa está señalada para mí por el 25º aniversario de la muerte de Freddie Mercury”, recuerda el peregrino madrileño. Ese día, sin sospecharlo, Mondelo cimentó un ritual que ahora, tras la pandemia, se ha convertido en fiebre. Si en Galicia se suele decir que la concha de vieira que distingue a los peregrinos desde la Edad Media fue el primer souvenir de la historia, la revolución del mercado de los recuerdos viajeros irrumpe ahora cargada de tinta. Muchos peregrinos ni siquiera esperan para esto a llegar la catedral, visitar el sepulcro de plata y hacer cola para abrazar el busto del santo, ahora que la basílica está a punto de levantar la prohibición de este antiguo ritual, impuesta desde la pandemia.

Mariana Romero tatúa el saludo medieval "Ultreia et suseia" a Martina Ravasi el martes de la semana pasada en Santiago.ÓSCAR CORRAL

Ethan Clay, un tatuador que tuvo la idea, en el Xacobeo 2022, de promocionar su negocio con un catálogo de motivos peregrinos, atiende en un día cualquiera a más de 60 caminantes de todas las nacionalidades que antes de volver a casa quieren estamparse una vieira, una catedral, una flecha, un Apóstol o un lema típico como el saludo “buen Camino”. “Hace poco tuve un cliente que no logró acabar la ruta, porque en la última etapa se lesionó la rodilla y tomó un taxi”, narra Clay, “pero vino aquí igual, y me pidió que le tatuase la frase ‘casi buen Camino”. A cada uno le tatúan lo que demanda, y muchas veces la idea la traen en el móvil, en una foto que le han hecho al tobillo, al brazo, al cuello de otro peregrino. Hoy, por ejemplo, la coreana Jean quiere una vieira realista que trae en el teléfono, de línea fina, con tres segmentos desdibujados, como simbolizando que el Camino es algo que una vez que se empieza ya nunca se acaba. En otra ocasión, una caminante alemana pidió una concha abierta que en realidad era una ostra, porque mostraba una perla en su interior “en recuerdo de su madre, que había muerto”.

La clientela, de todas las edades y, en la mayoría de los casos, virgen en esto de los tatuajes, se dispara cuando en verano el Camino se masifica. Entonces, en el estudio entran grupos “de 15 o 20 personas″ dispuestas a compartir el mismo símbolo en su piel, ya sea un mojón de la ruta o la colección de los sellos más bonitos cosechados en la credencial durante las etapas. “Desde marzo estoy a tope, y ya tengo citas cerradas para julio, agosto y septiembre... de gente que aún no ha hecho el Camino”, comenta Clay mientras termina su obra en el musculado brazo de Luis Villar. El santiagués se hizo hace nada una vieira por sus dos caminos completados entre 2022 y 2023, pero hoy ha venido a estamparse el Acueducto de Segovia, fotografiado desde el ángulo donde conoció al amor de su vida.

Ethan Clay trabaja en la tableta sobre el diseño de una vieira solicitado por una peregrina.ÓSCAR CORRAL

Los diseños de pequeño formato, los llamados “parches”, cuestan 40 euros. Clay, de 36 años, abrió su estudio en la Avenida Rosalía de Castro el año pasado, con el fin de las restricciones de la covid, y enseguida se multiplicaron en la ciudad los establecimientos que tatúan motivos jacobeos. Un par de portales más abajo de su blanco —y con aire de clínica dental— local, acaba de estrenarse otro de paredes negras y decoración más rockera, dividido en cabinas acristaladas con camillas, de la cadena Calipso. La competencia ya ha colgado en el escaparate su catálogo peregrino: también desde 40 euros, aquí plasman un souvenir epidérmico y eterno, pero las parejas solo pagan 35 por parche y los grupos, 30.

Tatuajes más ambiciosos como el de Mondelo, que pasa por ser uno de los pioneros, cuestan obviamente más. El peregrino de los 31 Caminos se lo hizo, sin embargo, en el barrio de La Latina al regresar a Madrid. El diseño de las rutas lo ideó él, pero el tatuador, “un gallego de Ourense que se llama Santiago”, le propuso “dibujar montañitas” para representar el relieve del norte de España. “Lo último que me apetecería a mí, al llegar a Santiago, sería meterme en un sitio a tatuarme”, reconoce el avezado peregrino. “¡Eso no tiene gracia!”, exclama por la parte que le toca Ethan Clay: “Tatuarse estos símbolos fuera de aquí es como comer paella valenciana en Italia”.

Aventura en silla de ruedas

Mientras la madura pareja canadiense formada por Mary y Philip Hopkins espera impaciente su turno en Ethan Clay Tatoo, en Calipso entran tres peregrinas mexicanas de San Luis Potosí y el marido de una de ellas, natural de Cuenca. María Esther Aguillón, Beatriz Carrillo y Graciela Villegas eligen una vieira. El esposo de esta última, Enrique Marín, “unas botitas” que en un abrir y cerrar de ojos le graban en la pantorrilla. Hicieron el Camino desde Samos (Lugo), unos 130 kilómetros en etapas de “hasta 12 horas” y con “el doble de esfuerzo”, porque entre todas, y sobre todo Enrique, ayudaban a empujar (y a frenar en las cuestas) la silla en la que peregrinaba María Esther, que además se rompió al llegar a Portomarín y ahora lleva una rueda improvisada. “El Camino empieza a partir de ahora, da significado a tu vida”, reflexiona Esther con una sonrisa que parece ya imborrable: “No te lleva a un destino, te transforma”.

Folletos promocionales de los tatuajes de temática jacobea.ÓSCAR CORRAL

Un tatuaje pequeño se graba en 15 minutos. Lo que no se tiene en cuenta en el precio es el tiempo que los profesionales dedican al peregrino que entra muy lanzado y, en el momento de elegir, zozobra. Así le pasa a Martina Ravasi, de Milán, que ha caminado 25 días desde Sant Jean Pied de Port (Francia), y ahora se ha comprado una bici “con la rueda torta, por 25 euros”, para seguir hasta Muxía y Fisterra (el otro fin del Camino) y bajar luego hasta Oporto desandando la ruta portuguesa. Martina tiene claro que quiere grabarse bajo la clavícula el viejo santo y seña peregrino, “ultreia et suseia”, pero insiste en tatuárselo al revés porque se ve en el espejo y lo lee al derecho. La tatuadora uruguaya Mariana Romero, que trabaja con Clay, tarda media hora en explicarle a la italiana que el espejo engaña. Aunque la empleada sabe inglés, muchas veces el estudio es la torre de Babel.

“El último sello es el que llevas para toda la vida”, reza el lema de los folletos de Ethan Clay. “Todo el mundo quiere inmortalizar lo que le pasa”, celebra el impulsor de esta moda: “Te soy sincero... yo no hice el Camino; pero estoy aquí para recibir a los peregrinos y me cuentan sus vivencias”. La aventura acaba marcando la vida y la epidermis de la misma manera, incluso en el caso de aquellas personas que lo empiezan en Sarria (Lugo) y andan poco más de los 100 kilómetros que exige la Oficina del Peregrino para entregar la Compostela, el documento oficial de la Iglesia, escrito en latín, que acredita el logro. El verano pasado, Clay “abría a las ocho, comía un bocata y acababa de tatuar a la una de la madrugada. Sin descanso”.

"Me merezco una gárgola en la catedral"

Sellos de etapas del Camino tatuados en un brazo.Ethan Clay

La fama en los Caminos de este estudio, labrada con el boca a boca, de albergue en albergue, fue apuntalada por la 'influencer' italiana Giulia, en su canal Metavagante. “Ella me bautizó como El Tatuador de los Peregrinos”, explica Clay que, a pesar de lo que pudiera evocar su nombre, nació en Ecuador. Fue en su país natal, a los 15 años, cuando quedó fascinado al ver “un hombre que hacía tatuajes en la calle”. En cuanto llegó a casa, el adolescente desarmó “un cochecito de juguete” y “con el motor, un cepillo de dientes” y algún componente más se fabricó su primera máquina de tatuar. En una indudable muestra de amor, su padre se prestó como lienzo de las primeras creaciones del muchacho. Pasaron pocos años, “la cosa estaba fea en Ecuador” y al cumplir 19 emigró a España. Como si estuviese predestinado, el primer lugar en el que recaló fue Santiago. “Me dediqué a montar restaurantes de sushi y gané tres premios”, relata el emprendedor, pero todo eso se fue al garete con la pandemia, y entonces un amigo le propuso retomar su vocación de artista cutáneo. Nunca pudo imaginar lo que cambiaría su vida en cuestión de un año, ni las colas de peregrinos que están esperando en la puerta de su negocio cuando llega para abrir por la mañana. Cuando se le pregunta si la Xunta y el arzobispado estarán al tanto de la promoción que sus tatuajes hacen del fenómeno jacobeo, Ethan Clay ríe: “Creo que un santo no, pero una gárgola en la catedral sí que me la merezco”.

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