Ada Colau, el futuro y el ruido que se apaga

Caída la alcaldesa se acabó la rabia. Y aquel torrente de desprecio contra ella y su gente parece haberse desecado súbitamente

Los candidatos a la alcaldía de Barcelona en plaça Sant Jaume. EFE/Alberto EstevezAlberto Estevez (EFE)

El fin del ciclo de los comunes en el Ayuntamiento ha coincidido con la apertura de la calle Consell de Cent, un cruce de caminos que ha diluido el debate. ...

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El fin del ciclo de los comunes en el Ayuntamiento ha coincidido con la apertura de la calle Consell de Cent, un cruce de caminos que ha diluido el debate. El atractivo de la calle reformada es innegable: las caras cambian cuando la pisan. Puesto que el objetivo –tumbar a la alcaldesa ya se ha conseguido- el runrún contra el modelo urbanístico de los comunes se ha desdibujado. Caída la alcaldesa se acabó la rabia. Y aquel torrente de desprecio contra ella y su gente, alimentado por supuestas élites económicas y mediáticas que no soportan que no gobierne Barcelona alguien de los suyos, parece haberse desecado súbitamente.

Depuesta la alcaldesa, sus enemigos dan la tarea por terminada. Aunque seguramente hay algo más: algunos acompañantes de las candidaturas que se lanzaron contra Colau quizás empiezan a darse cuenta de que se ha abierto una fase urbanística que puede tener más recorrido de lo que parece. Y que una vez conseguido el objetivo político ya no tiene sentido seguir alimentando las fabulaciones para desacreditar a quién ya no dirigirá las operaciones. El propio Trias, que planteó abiertamente la batalla en forma de duelo, ya ha dicho que de lo que esté construido no va a tocar a nada. Y quién sabe si el tiempo dará razones y la estrategia de ampliación del espacio público y de cambio de la movilidad de la ciudad que emprendió Colau y sus gobiernos acaba imponiéndose, como ya se está viendo en otras ciudades europeas. Siempre es complicado modificar las dinámicas instaladas en una sociedad, pero si se acierta lo que se denunciaba como un disparate puede acabar imponiéndose como perfectamente normal. Sólo que anticiparse tiene costes. Y evidentes resistencias. Y tratar de poner las personas por delante –frente intereses agresivos y muy instalados- es complicado.

Hoy nadie discute que sin el plan Cerdá, Barcelona hubiese tenido dificultades para entrar en la modernidad. Y tuvo sus detractores en su momento. Y, paradójicamente, si Porcioles no se hubiese subido al carro del desarrollismo quizás hubiera sido más difícil remontar Barcelona cuando Pasqual Maragall la colocó como referencia universal (el “Modelo Barcelona”, proclamado por Frederic Edelmann en Le Monde). La vía abierta por Ada Colau puede que obtenga reconocimiento a la hora de concretar la Barcelona de proporciones humanas en un tiempo en que el desgarro que están produciendo las alteraciones de los equilibrios sistémicos (naturaleza y humanidad) nos obligan a luchar contra los delirios nihilistas de los que creen que no hay límites, que todo les está permitido y que la ciencia lo arreglara tarde o temprano.

Si las cosas van razonablemente bien, esta etapa pionera, que indignó a poderosos y exquisitos, se explicará con naturalidad y sin prejuicios, es decir, todo lo contrario de lo que ha hecho la retórica obsesiva del anticolauismo. Que nos deja además una pequeña enseñanza: el voto conservador sigue encontrando refugio en el nacionalismo de raíz convergente, le ha bastado a Junts esconderse detrás de Trias para que funcionara.

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