Hay vida allende la M-30, la M-40 y la M-50

Cientos de miles de madrileños entran y salen cada día de la capital para trabajar, estudiar o disfrutar. Las horas de viaje no cotizan, pero hacen mella en los huesos y las neuronas. Así es la vida ‘in itinere’

Los pasajeros esperan la llegada del tren en la estación de Vallecas, en la línea C-7 de Renfe que une Alcalá de Henares y Atocha.DAVID EXPOSITO

Hola, me llamo Luz, soy periodista, vivo en Alcalá de Henares, trabajo en Madrid, Madrid, y llevo una doble vida. Sí, señoras y señores candidatos. Quienes vivimos allende todas las emes —la M-30, la M-40, la M-45, la M-50—existimos, aunque a ustedes no se les haya perdido nada por estos lares, salvo los bolos que les han endosado sus jefes de campaña, y piensen que somos entelequias con la sola misión de elegir su papeleta el día D a la hora H. Tenemos, eso sí, nuestras cositas que nos diferencian del madrileño intramuros, que también tiene las suyas, y que nosotros reconocemos porque ...

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Hola, me llamo Luz, soy periodista, vivo en Alcalá de Henares, trabajo en Madrid, Madrid, y llevo una doble vida. Sí, señoras y señores candidatos. Quienes vivimos allende todas las emes —la M-30, la M-40, la M-45, la M-50—existimos, aunque a ustedes no se les haya perdido nada por estos lares, salvo los bolos que les han endosado sus jefes de campaña, y piensen que somos entelequias con la sola misión de elegir su papeleta el día D a la hora H. Tenemos, eso sí, nuestras cositas que nos diferencian del madrileño intramuros, que también tiene las suyas, y que nosotros reconocemos porque para eso tenemos la doble residencia que proporciona el abono-transporte, cosa que casi nunca sucede a la inversa. Como buenos catetos, digo periféricos, sea por cuna, por gusto o expulsados del foro por el precio de la vivienda, seguimos diciendo subir o bajar a Madrid, al hecho de ir a la capital a trabajar, estudiar, de médicos, de compras, o de bureo, aunque llevemos trienios haciéndolo. Por eso digo que vivo, vivimos, existencias paralelas. Porque si sumáramos a nuestra jornada laboral las horas que pasamos in itinere nos daba para jubilarnos un lustro antes que nuestros paisanos de la metrópoli. Aquí seguimos, sin embargo, uncidos al carro, y gracias, quienes tenemos la suerte de no estar en ERTE ni que se nos haya llevado el virus el curro por delante. Llevando una vida dura, ya lo dice Ayuso. Menos mal que nos quedan los bares para ahogar el estrés al final del día.

Interior de un vagón de la línea C-7 de Renfe que une Alcalá de Henares y Atocha. DAVID EXPOSITO

El tren de las siete de la mañana, con salida en Alcalá de Henares y destino en Chamartín, con parada en todas las estaciones, va a tres cuartos de su aforo en plena hora punta de entrada al trabajo. Sin anchuras, pero sin agobios. Se nota que muchos pasajeros siguen teletrabajando y que los que pueden, van en coche para minimizar el riesgo de trincar el virus ahora que parece estar en las penúltimas. Lo que más impresiona no es el gentío, sino el silencio. Jóvenes y no tanto con todos los orificios ocluidos —auriculares, gafas, mascarillas quirúrgicas y de pato pidiendo a gritos un recambio— y ojos a media asta por sueño acumulado. Así luce quién más, quién menos en un vagón cualquiera. Luis, un ingeniero de Adif que va en tren a su oficina en Chamartín. Adacoun, un maestro senegalés que acude a su trabajo en una ONG con personas que viven en la calle. Samira, una empleada de hogar interna marroquí que vuelve a casa de sus señores en un barrio finísimo de Madrid tras pasar el fin de semana con su hermana en Torrejón. O Alicia, una integradora social asturiana que estrena trabajo en un instituto de Vicálvaro ayudando a chicos y chicas en riesgo de pobreza extrema. Madrid sobre raíles.

Una pareja se abraza mientras espera el tren en la estación de la Garena, en la línea C-7 de Renfe que une Alcalá de Henares y Atocha. DAVID EXPOSITO

A mitad de ruta, a la altura de San Fernando de Henares, el tren se cruza con la A-2, atoradita de atestados buses de línea y de la caravana de los coches de los que no van a bordo, bajo la panza de los pocos aviones que despegan y aterrizan en Barajas y sobre el puente del Jarama de Ferlosio convertido en río de polígono. Solo falta un ferry llevando mano de obra a la metrópoli con desembarco en Madrid Río. Los pasajeros, sin embargo, no le echan cuenta al espectáculo, abducidos como están por sus móviles, sus cascos con las radios polarizándolos de buena mañana y, los especímenes más adaptados al medio, echándose una cabezadita de equis minutos tasados a fuerza de experiencia para abrir los ojos justo cuando el tren entra en su estación de destino y salir pitando, que es gerundio.

Un pasajero duerme en el interior de un vagón de la línea C-7 de Renfe que une Alcalá de Henares y Atocha. DAVID EXPOSITO

Al llegar a Atocha, desbandada general hacia el metro o los buses de la EMT, y cada currante a su curro. Puede que durante el día, absortos en la faena y dopados con el menú del día o el tupper de casa, se les olvide que viven a 20, 30, 60 kilómetros de donde trabajan. Hasta que, al salir, toca desandar lo andado con 8, 10, 12 horas de curro a la chepa.. Nadie dice entonces que baja o sube a su pueblo. Simplemente vuelve a casa. Puede que hasta coincida con algún conocido y, ahora sí, derrengado pero con el día hecho, pegue la hebra. O que alguna pareja de adolescentes se quite la mascarilla y se arree un morreo de 45 segundos ante la mirada entre envidiosa e indignada del pasaje a las mismísimas puertas de Alcalá, fin de trayecto. Y de jornada. Otras dos horas de vida paralela que no cotizan, pero van haciendo mella en los huesos y en las neuronas. Ahí fuera, como pájaros encaramados a las farolas, los carteles de Gabilondo, Ayuso, Bal, Iglesias, García y Monasterio piden el voto el 4-M. Ya lo dijo Ayuso: la vida del madrileño es dura. Menos mal que nos quedan los bares. Ahora, hay que tener cuerpo, tiempo, agenda y tres pavos de sobra para tomarse una caña sabiendo que a las siete vuelve a empezar la rueda.

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