Sánchez se pone el traje de baño en ‘El Hormiguero’
Se había planteado la entrevista como una batalla cruenta, calentada por un bulo que se comieron las mentes más privilegiadas de este país (Sánchez veta al público del programa) pero, al final, de los 1.879 invitados de Pablo Motos, el candidato del PSOE fue el que más se divirtió de todos
El Hormiguero empezó como una película de terror cuando Pedro Sánchez dijo que ese programa, el suyo, era el número 1.879. Sánchez está dedicando a los medios tanto tiempo que parecía haberlos visto todos para prepararse la entrevista. Si Motos le llega a preguntar: “¿...
El Hormiguero empezó como una película de terror cuando Pedro Sánchez dijo que ese programa, el suyo, era el número 1.879. Sánchez está dedicando a los medios tanto tiempo que parecía haberlos visto todos para prepararse la entrevista. Si Motos le llega a preguntar: “¿Sabría usted decirme qué pasó en el programa 653?”, Sánchez, desencadenado, respondería: “En qué minuto”. Luego reconoció que lo sabía porque vio el rótulo antes de salir. Y es el año, 1879, en el que se fundó el PSOE. Con el PSOE se puso ese año la semilla de una burbuja muy pequeñita que ha llegado a ser hoy, 144 años después, un monstruo de siete cabezas llamado El Sanchismo. Lo dijo dos veces, lo del monstruo, Pedro Sánchez, que ha empezado a hablar con tanta soltura del sanchismo y del antisanchismo que bien pudo haber seguido con el Sánchez Castejón como primer nombre de guerra, del que derivaría el sanchezcastejonismo, un quebradero de cabeza tan grande para los periodistas que probablemente nadie se metería con él. En un periódico la maqueta está muy por encima del odio.
La relación entre Sánchez y Motos se estableció mediante un trato confuso que varió del tuteo al usted; Sánchez empezó tuteando y acabó tratando de usted al presentador, pero llamándolo Pablo tantas veces que a Motos casi le sale coleta. “Usted, Pablo…” y “Pablo, usted…” es una fórmula a medio camino de todo: o “usted, señor Motos” o “Pablo, tío”. El candidato socialista salió a repartir (camisa remangada, pulsera LGTBI en el brazo de pegar) y lo hizo tan a gusto (“voy a ganar las elecciones”, “no me compare a Yolanda con Abascal”, “decir que las elecciones se convocan en verano para alterar el resultado [como se dijo en El Hormiguero] es una acusación gravísima que merece contrastarse y rebatirse”) que hasta Motos, rendido, se subió al coche con él para darse una vuelta: “Rectificar no es mentir. Yo rectifiqué como rectificaron Suárez y González. Mentir es saber que ETA no está detrás del 11-M y decir lo contrario”, dijo Sánchez, y Motos, asintiendo: “Eso fue horrible y asqueroso”.
Antes, Motos quiso rebatir que su tertulia es sesgada a la derecha emitiendo un corte en el que varios de sus colaboradores contaban a quién habían votado en el pasado. Dos al PSOE y uno, al grito de “¡voy a ir más allá!”, a Podemos, en plan “a loco no me gana nadie”. Quedó, por tanto, regular la cosa, pero en cualquier caso además de regular quedó fea: en este país puede haber gente que vote a cualquier partido y defienda y ataque, con independencia de criterio, posiciones de ese partido y de los contrarios. Bien es cierto que otra cuestión es que esa gente, primero, se dedique al periodismo y tenga hueco en televisión. De las imágenes mostradas de los colaboradores de Motos, sólo uno era periodista y además periodista que cumplía ese requisito: el de tener un criterio independiente alejado de consignas de partidos, ¿qué más da a quién vote?
Las hormigas Trancas y Barrancas le preguntaron a Sánchez qué haría si su hija sale con un votante de Vox. “El amor es libre”, contestó Sánchez a la hormiga, si bien la respuesta tendría que ir dirigida mejor a su hipotético yerno. Tan fresca se estaba quedando la noche para Sánchez que al monstruo de siete cabezas le quedaba sólo una, y la homenajeó el presidente provocando una ovación en una pregunta que se prometía incómoda sobre el Falcon.
Fue un baño de tal calibre que el antisanchismo español, comentando el debate en directo en Twitter, la tomó con el presentador. Se trata de un efecto curiosísimo y futbolero. Tras comprobar que Sánchez estaba muy suelto y colocaba su discurso donde y cuando le daba gana, y que por momentos en esa hora en territorio hostil barría directamente los argumentos contrarios que le sugería o colocaba Motos, la culpa del éxito del candidato socialista pasó a ser exclusivamente del presentador. Como cuando el Madrid o el Barcelona le meten cinco al adversario y la prensa adicta riñe al rival por no estar a lo que tenía que estar. Se había planteado la entrevista como una batalla cruenta, incluso deslizando un bulo ridículo que se comieron con salsa las mentes más privilegiadas de este país (Sánchez veta al público de El Hormiguero) pero, al final, de los 1.879 invitados, Sánchez fue el que más se divirtió de todos.
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