La encrucijada del bilingüismo en los jóvenes: “Sentí que tenía que dejar el gallego para integrarme”
La aspiración a la convivencia armónica con el castellano sigue desinflándose: uno de cada tres menores de 20 años son incapaces de manejarse en la lengua propia de Galicia
En las últimas elecciones municipales, un ciudadano escribía indignado a un periódico coruñés porque en su buzón solo recibía propaganda electoral en gallego. Aquella carta al director, en la que este lector se quejaba de una supuesta discriminación del castellano en Galicia, fue la punzada que espoleó a Carla, usuaria de X (antes Twitter) de 25 años, para inaugurar un hilo en el que explicó su odisea como gallegohablante. Su relato sobre los ...
En las últimas elecciones municipales, un ciudadano escribía indignado a un periódico coruñés porque en su buzón solo recibía propaganda electoral en gallego. Aquella carta al director, en la que este lector se quejaba de una supuesta discriminación del castellano en Galicia, fue la punzada que espoleó a Carla, usuaria de X (antes Twitter) de 25 años, para inaugurar un hilo en el que explicó su odisea como gallegohablante. Su relato sobre los prejuicios y el desprecio del gallego corrió como la pólvora en grupos de WhatsApp de profesores de Lingua en educación secundaria y removió conciencias. De forma espontánea y expresiva, Carla abrió un debate sobre una discriminación presente en las ciudades y localidades medianas, una presión social por causa lingüística no identificada académicamente y contra la que poco o nada se hace en parte de los colegios e institutos.
“Soy paleofalante. Crecí con mis abuelos en una zona rural y me enseñaron el gallego”; cuando tenía tres años “empecé en la escuela unitaria y todos hablábamos gallego”, empezaba presentándose Carla en X. “Cuando pasé a Primaria en Bertamiráns [pueblo próximo a Santiago, 9.500 habitantes] me encontré rodeada de 30 niños de los que solo dos hablaban gallego”. “Muchas veces yo decía algo en gallego con mis rasgos dialectales y la profesora me corregía: ‘No cielo, esto se dice así”. “Una vez, en un recreo una estúpida me dijo delante de todos que no iba a jugar conmigo y que para hablar con ella lo hiciera en castellano o que, si no, no le hablase. Teníamos seis años”, recordaba la joven. “Con el tiempo, tanto yo como los otros dos cambiamos al castellano en el ámbito académico” y “en el social”. “Nos hicieron sentir que el gallego era un idioma de segunda... Acabé sintiéndome estúpida, ignorante, paleta, rara y sola. Acabé pensando que mis abuelos también lo eran”, confesaba Carla, “por todos los prejuicios que me escupían solo en la escuela”. “Y sí, sé hablar castellano”, concluía, “pero no sé ser completamente yo en castellano... No sé ser graciosa, por ejemplo”, “solo sé querer en gallego. Solo sé cabrearme en gallego”. “Así que mientras tú estás quejándote públicamente en un medio como si fueras el ombligo del mundo”, reprochaba la chica al autor de la carta publicada en la prensa, “hay niños y niñas a los que les están robando deliberadamente su idioma. Y, con él, el derecho a ser ellos mismos”.
La última encuesta del Instituto Nacional de Estadística (2022) revelaba un retroceso en la capacidad de desenvolverse en gallego de los menores de 20 años, con una situación equiparable al analfabetismo funcional en una parte de la población que, sin embargo, en teoría y por decreto, estudia parte de las asignaturas en este idioma en las aulas. Un 7,6% de los menores de 20 afirmaban no poder hablar “nada” de gallego y otro 21,7% decían que tenían “dificultad”. En total, un 30% de los jóvenes reconocían su divorcio de la lengua propia de Galicia después de cuatro décadas de cooficialidad. EL PAÍS ha preguntado a tres adolescentes de familias gallegohablantes del IES Rafael Dieste de A Coruña cómo viven su relación con el idioma que aprendieron desde bebés, minoritario no solo en las ciudades, sino en las formas de ocio que consumen.
Raúl Martínez Leis, de 17 años, cuenta que no habla un gallego cualquiera, sino “ghallegho liracho”, una forma de expresarse ante la vida con los rasgos más rotundamente sonoros del occidente galaico: “la gheada [geada]”, que consiste en la realización aspirada del fonema /g/, “y el seseo”, que diluye y endulza las ces y las zetas. Hasta primero de la ESO, Raúl vivió en Lira (800 vecinos), su pueblo de la Costa da Morte, inmerso en una sociedad y un colegio en los que “todo el mundo hablaba gallego”. En la cercana localidad de Muros practicaba remo, y en Lira, fútbol, y todo este deporte y todas sus diversiones se concretaban en las mismas palabras que intercambiaba en casa con su abuela Nela y su bisabuela Juana. “Al llegar a la ciudad el cambio fue brutal”, admite ahora, “sentí que tenía que dejar el gallego para integrarme”. No tuvo problema, el castellano también penetraba en avalancha en su mundo “liracho” a través de la tele, las películas, los videojuegos o las redes sociales.
Raúl es bilingüe, pero para él —a diferencia de sus compañeros urbanos y de unos cuantos profesores que parecen olvidarse de que sus asignaturas, lo mismo que otras en castellano, deben impartirse en este idioma— “el gallego es algo natural”. Ama la lengua de su familia por muchas razones. Gracias al gallego, nota que a su bisabuela, que ya cumplió 97 años y apenas recuerda nada, se le enciende una chispa en los ojos cuando él la visita los fines de semana y habla con ella. Gracias al gallego, Raúl ha llegado a descubrir las dos formaciones musicales que más le gustan, la banda The Rapants, nacida en Muros, y el mítico grupo Astarot, de Cangas do Morrazo. Por causa del gallego, además, está implicado en una campaña de dinamización lingüística, Aquí tamén se fala!, que nació en su instituto, se ha extendido ya por 180 centros educativos de toda la comunidad y ha tocado el corazón de Viggo Mortensen: un vídeo del actor defendiendo las lenguas como el “tesoro de los pueblos” se ha hecho viral en el Instagram del proyecto.
Loia Herforth García, de 14 años, habló siempre en castellano con sus amigas de A Coruña y en gallego con sus muñecas. En la soledad de su cuarto, la niña podía imaginar las respuestas en el idioma que siempre habló con sus abuelos y que le sale “automáticamente”, sin pensarlo, cuando va a visitar a la residencia a “la Bis”, la bisabuela Evangelina, de 87 años. “No solo hablé siempre en gallego con las muñecas”, confiesa esta chica con raíces maternas en Malpica (A Coruña, 5.240 vecinos) y paternas en Alemania. “También jugaba a las cocinas y a las tiendas de todo tipo en gallego, incluso me dio una temporada por jugar a las gestorías y hablaba con mis clientes imaginarios en gallego, aunque entre ellos algunos me respondían en castellano”, describe la alumna del Rafael Dieste las escenas de su fantasía.
Loia vive desde pequeña en la ciudad, aprendió su gallego materno en el entorno familiar y se expresó así también en la guardería, pero cambió al español en el colegio. Con las amigas de Ponteceso se comunica por redes sociales en gallego; con las de la capital provincial, en castellano. “¿Y si estás hablando en gallego con tu madre y en esto llega una amiga de A Coruña, mantienes la charla con cada una en distinta lengua?”, se le pregunta. “No, me paso al castellano”, reconoce. Loia, que quiere estudiar magisterio y ser profesora como su madre, confiesa que “de pequeña leía más en gallego” pero que ahora solo lo hace por obligación, los libros que “mandan” en el instituto. Sus lecturas adolescentes las consume todas en castellano: “Me gustan los libros de misterio y de romance, como Éramos mentirosos, El tiempo que tuvimos o Los siete maridos de Evelyn Hugo”.
Román Rojo Campaña nació en Camariñas (A Coruña, 5.150 habitantes) hace 15 años (“para 16″, recalca), y no se instaló en A Coruña hasta que empezó la ESO. “En mi pueblo todos, pequeños y grandes, hablamos gallego, así que el choque fue grande”, recuerda. “Ya sabía que en las ciudades este idioma no era lo más popular, pero me sorprendió que nadie lo hablase”. “En mi instituto, además, se da la circunstancia de que hay alumnado de 40 países [procedentes de un barrio, Agra del Orzán, en el que se han asentado familias migrantes de muchas nacionalidades], y para muchos compañeros incluso entenderse en español les supone un problema”, reconoce. Pero Román decidió hacerse fuerte y hacer de la expresión “bilingüismo armónico” una realidad en su relación diaria con los amigos que hizo en la ciudad. “Es un poco buscar a la gente dispuesta... gente que no hablaba nada en gallego, pero que al hablar conmigo se agalleguizan; y si no me entienden, les repito y punto”, zanja seguro de sí mismo.
“Entre ellos no lo hablan, pero a mí sí, y me dicen ‘¡buah, neno, cómo mola, cuando hablo contigo me sale de dentro!”, relata Román: solo tienen que soltarse “porque, en realidad, llevan toda la vida estudiándolo”, señala. Ahora, sigue contando el estudiante, “son ellos los que me copian expresiones y las usan en sus entornos... maneras de hablar que se repiten mucho en mi pueblo y que entre los adolescentes de A Coruña no se usaban, como cuando digo “báaaarbaro” o “Es [eres] un artista!”, para valorar algo o a alguien, “unos códigos que ya no se usan entre los de mi edad”, explica con precisión. Siempre que existen, Román utiliza las aplicaciones en gallego, pero otras, como TikTok, son imposibles y las tiene “predeterminadas en inglés”. El teclado del móvil lo usa en portugués: “En vez de ñ escribo nh y todo el mundo me entiende”.
“Las iniciativas normalizadoras no logran erradicar los prejuicios”
“Pese a todo su dinamismo y vitalidad, y las ventajas internacionales de intercomprensión con el portugués, el gallego tiene un serio problema porque aún no se solucionó la pérdida de hablantes ocasionada por históricas políticas de desprestigio y prejuicios sociales”, lamenta en su web la Real Academia Galega (RAG). “Las iniciativas normalizadoras no lograron la erradicación de esos prejuicios y de los miedos a los usos públicos de la lengua”, reprocha la institución. Y señala como ámbitos críticos, resistentes a la penetración del gallego, “el mundo empresarial, los medios de comunicación privados, el mundo religioso y el campo jurídico”, donde “los prejuicios ideológicos en contra aún están muy presentes”.
Aunque “las últimas estadísticas indican que el uso del gallego descendió mucho entre la gente joven y urbana”, la RAG desgrana en su balance sobre la salud de la lengua que “por número de hablantes ocupa el lugar 160º entre las 5.500 lenguas del mundo, el 23º entre las 150 europeas”, y es “la segunda lengua de Europa más hablada” entre las que no son de ámbito estatal. “El gallego tiene más hablantes”, recuerda también la academia, que “el eslovaco, el esloveno, el maltés, el islandés o el gaélico”. Además, es un idioma “bien asentado en el mundo cultural, literario, teatral, audiovisual”, “se estudia en más de 40 universidades” y “se encuentra entre las 30 lenguas más usadas en internet en el mundo, por delante de otras que lo triplican o quintuplican en número de hablantes”, asegura la RAG.
Entre los jóvenes se desinfla “debido a la pérdida de transmisión familiar y a la insuficiencia de las medidas normalizadoras”, diagnostica la institución encargada de fijar el idioma. Pero “el gallego aún sigue siendo la lengua habitual del 40% de los habitantes de Galicia, mientras otro 35% usa indistintamente gallego y castellano en función de las circunstancias”. “Las estadísticas también indican”, puntualiza el balance de la Academia Galega lanzando un mensaje a los políticos, que “el 98% de los gallegos entiende la lengua sin dificultad; tiene un conocimiento pasivo que se podría activar si se introdujesen medidas claras que favoreciesen su uso”. “En los territorios exteriores de lengua gallega, nuestro idioma oscila entre el 35% de uso en el occidente de León y el 75%-90% en el resto de zonas (Asturias, Zamora y Cáceres)”, recoge por último la RAG.