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Las elecciones extremeñas desde una partida de tute: “El pueblo se va apagando y ya solo quedamos para el veraneo”

Los incendios del verano marcan la conversación en un pequeño pueblo de Cáceres, al que no han ido los candidatos en campaña

En una mesa de tute con cuatro jugadores y otros cuatro mirando en la segunda fila, no hay tiempo para bromas. Así que el primer mensaje es un clásico como quien agita el espantamoscas: “Todos son iguales”. Afinando más el bocinazo podría ser peor: “Además de que son iguales... no hacen más que guarrerías”, dice el anciano llevándose la mano a la entrepierna.

El último domingo antes de las elecciones fue un hervidero de líderes políticos en Extr...

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En una mesa de tute con cuatro jugadores y otros cuatro mirando en la segunda fila, no hay tiempo para bromas. Así que el primer mensaje es un clásico como quien agita el espantamoscas: “Todos son iguales”. Afinando más el bocinazo podría ser peor: “Además de que son iguales... no hacen más que guarrerías”, dice el anciano llevándose la mano a la entrepierna.

El último domingo antes de las elecciones fue un hervidero de líderes políticos en Extremadura. Las encuestas publicadas horas después señalan que Guardiola ganará las elecciones, pero no le llega para gobernar en solitario y seguirá necesitando a Vox. Pero nada de este bullicio llega hasta Segura de Toro, que aportará el domingo 170 votantes. No hay carteles, mítines previstos, ni folletos ni promesas pegadas a la pared. Ni siquiera la televisión de fondo habla de política.

Sebastián, encofrador de profesión; Antonio, alguacil; Rafael, pastor; y David, aceitunero, mueven frenéticamente las manos llenas de cartas. No hay chupitos sobre la mesa, ni humo, ni restos de puros. Solo un grupo de ancianos de dedos cilíndricos entretenidos. Hasta el hombre con párkinson parece un habilidoso crupier emocionado frente a los naipes.

A las seis de la tarde, en el Bar de Lalo de Segura de Toro, las conversaciones son una máquina que se estropeó, las nubes que asoman por el horizonte, una gente nueva que han visto merodear por el pueblo “que pueden ser okupas”, de huevos y de gallinas. Piel ajada, ni una mujer a la redonda, la partida discurre tan plácida como un domingo de diciembre en el valle del Ambroz.

“Aquí no ha venido nadie. No le importamos mucho. El pueblo se va apagando y ya solo quedamos para el veraneo”, dice el dueño del bar y jugador suplente, Ángel Corrales. El dueño prevé que puede haber mucho fallo en las encuestas “porque va a haber mucho cambio de partido que no se dice”. Y no va desencaminado: el grupo de indecisos, casi un 12%, y los que ocultan su voto, supera el 8%, una cifra más alta de lo normal a pocos días de la votación.

Pedro Sánchez y María Guardiola, la presidenta de la Junta de Extremadura que aspira a ser reelegida para el cargo, estuvieron una vez en el pueblo. Fue en agosto durante el incendio que arrasó la sierra de Jarilla. A Guardiola le recomendaron entonces no tratar de acercarse más a los vecinos para hablar con ellos “porque se hubieran comido a cualquier político”, recuerda Julián Martínez (85), otro de los que siguen la partida desde la grada sobre aquellos tensos días de verano.

De los casi 891.000 extremeños con derecho a voto, casi un 27% son pensionistas (246.000 votantes tiene pensiones contributivas) y todos los partidos se han volcado por atraer su voto. Sin embargo, a juzgar por la mesa de tute, no deben estar haciéndolo muy bien. “El médico venía al pueblo cuatro días a la semana, después tres, ahora dos… y cuando llega”, añade Corrales. Extremadura invierte unos 2.167 euros por habitante en Sanidad, una de las comunidades con mayor gasto per cápita en España, en una lista donde la media nacional está en 1.757 euros, donde Madrid y Cataluña están a la cola, con 1.482 euros y 1.435 euros. Sin embargo, aquí las listas de espera siguen siendo más largas que en el resto de regiones. 134 días para una operación, frente a los 118 días del conjunto de España.

―La última vez estuve y no pudieron atenderme porque vienen pocas horas y tenía a María delante… ―se queja uno con las cartas en la mano.

―María dice que una urgencia todos los días. Yo sé qué hora es cuando la veo pasar al médico ―contesta vacilón otro.

El jueves pasado se celebró el primer debate electoral. El canal autonómico dijo que fue su programa más visto del año y líder absoluto de la televisión entre los mayores de 64 años. Pero aquí nadie dice haberlo visto. El debate fue en realidad una sucesión de tediosos monólogos con un formato a modo de la presidenta durante el que apenas se pronunció un par de veces la palabra incendios. “En verano nos dejamos la salud apagando fuegos y ahora dicen que somos de Vox”, protesta uno de los jugadores.

Los incendios han sido la novedad este año en un bar donde los temas habituales son el médico, el cajero, el cementerio lleno o el colegio. Como cuando hace unos años, Segura de Toro estuvo a punto de quedarse sin colegio al haber menos de cinco niños inscritos. Por suerte, ahora hay 11 niños gracias a la llegada de nuevos vecinos.

Uno de esos brotes verdes de la España vaciada es un matrimonio de Santa Cruz de Tenerife que llegó hace una década.

“No nos movemos de aquí”, dice Isidro Fables señalando a dos hijos que juegan en la plaza… La vivienda se ha disparado en todas las grandes ciudades, según el portal inmobiliario idealista.com. En Badajoz cuesta de media unos 800 euros, en Cáceres 700 y en Mérida 500 euros. De la pareja, él trabaja haciendo proyectos audiovisuales corporativos y ella en una empresa online, paga 300 euros por un apartamento de cuatro habitaciones, dos baños, salón y mil de hectáreas para correr y pasear entre cerezas, robles, encinas o alcornoques. “Han querido traer la polarización de Madrid a los pueblos, pero no lo han conseguido. Da vergüenza ajena. Pero en los pueblos es distinto, quien te ayuda a cargar leña le da igual tu partido” dice Cristina Bauza (42) con un potente acento canario que sobresale en el corazón de Extremadura

Otro jubilado, Carlos Martín (82), se presenta como uno de los pocos ecologistas. Emigró a Francia siendo un niño, se hizo peluquero, ganó concursos internacionales y ahora que está de regreso se siente como “Quijote contra los molinos”. ¿Sobre la clase política? “Faltan líderes importantes, aquí, en Francia, en España…”, dice.

Cae la noche y entra el frío en el valle y la mesa de cartas se disuelve. El río baja con fuerza entre el arbolado ocre, rojizo, amarillo... se extiende hasta Las Hurdes, después a la sierra de Gata y después Portugal. Los ancianos vuelven a casa por el empedrado.

A muchos kilómetros de la mesa de tute, en un bar de Berlín, un filósofo le cuenta a un barman húngaro las peripecias de su viaje a Extremadura. Ha sido invitado por una sencilla fundación para que conozca la región y escriba sobre ella. El filósofo recibe dinero, un pasaje de avión, un chofer personal y la asistencia de una intérprete que lo ayudará a comunicarse. Aunque cree que la invitación es un malentendido, acepta, sin tener claro sobre qué va a escribir. De aquel viaje salió un libro: El último lobo, un recorrido filosófico por la región en busca del cazador del último animal. La pasada semana, cuando todo el mundo miraba a Oslo para ver a María Corina premiada con el Nobel de la paz, László Krasznahorkai recibía, más discretamente, el Nobel de Literatura. Considerado uno de los grandes renovadores de la narrativa europea, Krasznahorkai, cerró la cena de gala dedicando el premio a aquel encargo hecho 21 años antes por la fundación extremeña Ortega Muñoz. “Al último lobo de Extremadura; a la naturaleza que se nos dio; al príncipe Siddharta; a la lengua húngara y a Dios”, dijo Krasznahorkai, que también se estaba acordando de la mesa de tute.

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