Opinión

Daños colaterales: el clima moral que impuso Zaplana

Con Eduardo Zaplana se creó una atmósfera de tolerancia hacia la corrupción que, en poco tiempo, se extendería por todo el territorio valenciano

Eduardo Zaplana,en lo juzgados de Valencia, el pasado mayo.Mònica Torres

La condena impuesta por la Audiencia de Valencia a Eduardo Zaplana ha originado una cantidad considerable de comentarios en la prensa del país. Era lo que cabía esperar. Durante sus años en la política, Zaplana fue un hombre que no dejó a nadie indiferente y que despertó grandes admiraciones, por unos u otros motivos. Los comentaristas lo han retratado de las más diversas maneras, pero todos han destacado su talento para la maniobra política, su formidable ambición y un fervor desbordante por el dinero. Los escritos han insistido en que la sentencia judicial ponía el colofón a una época singular de la Comunidad Valenciana. La percepción es cierta, pero quizá resulte algo incompleta. Reducir las consecuencias del Gobierno de Eduardo Zaplana al caso Erial daría una visión inexacta de lo que fueron aquellos años y del resultado que tuvieron para los valencianos. Si limitamos la cuestión a que Zaplana se enriqueciera con unas mordidas más o menos importantes, tendríamos una idea equivocada y muy parcial del asunto.

Tendremos que esperar a que los economistas evalúen con detalle el periodo para poder calibrar el desastre que supuso el gobierno de este hombre. Hasta que llegue ese momento, hemos de conformarnos con las estimaciones y las grandes cifras que ha publicado la prensa. Quizá no sean del todo exactas, pero dibujan con bastante justeza la realidad de aquel tiempo en el que la hacienda valenciana enterró centenares de millones de euros en proyectos, más o menos quiméricos, que no tenían otro fin que publicitar la figura de Eduardo Zaplana. Considerados bajo ese punto de vista, no hay duda de que fueron un éxito y catapultaron al protagonista hasta el Gobierno central. Para los valencianos, en cambio, supusieron una ruina que continuamos pagando a día de hoy. Nuestra sanidad, nuestra educación, en suma, nuestros servicios públicos, sufrieron las consecuencias. El único beneficiario del Gobierno de Eduardo Zaplana fue Eduardo Zaplana y unos cuantos amigos y colaboradores. Esa es la realidad.

El clima moral que la conducta de Zaplana transmitió a la Comunidad Valenciana es un asunto que merece una reflexión. Con Eduardo Zaplana se creó una atmósfera de tolerancia hacia la corrupción que, en poco tiempo, se extendería por todo el territorio valenciano arrastrando a las más diversas personas. Su manera de actuar desinhibida, sin prejuicios ni ataduras, su simpatía, esa tendencia a que la moneda que lanzaba al aire saliera siempre de cara, atrajo a un sinnúmero de personas. La admiración nos ciega y empuja a ser condescendientes con el admirado: el hombre y la obra se confunden y se borran las barreras morales. Al triunfador todo le está permitido y se convierte en un modelo a imitar: los tribunales de justicia nos han dejado una larga lista de adhesiones.

Al conocerse la sentencia, la oposición se ha apresurado a vincular al presidente Mazón con Eduardo Zaplana. “Mazón -se ha dicho- es hijo político de Zaplana”. ¿De verdad cree la oposición que Mazón copiará las formas de hacer política de Eduardo Zaplana? Parece improbable. Ni el talante del actual presidente ni las circunstancias de la Comunidad Valenciana son hoy las mismas. Por eso resulta sorprendente que unas de las primeras decisiones de Carlos Mazón haya sido desmontar la Agencia Valenciana Antifraude, que ha tenido un papel tan relevante en el juicio contra Eduardo Zaplana. ¿A quién molestaba su existencia?.


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