Victoria, la campeona de la pilota: “Es triste que los padres echaran en cara a sus hijos perder con una chica”

La jugadora, con 22 años, hace historia con siete títulos individuales. Perdió a su madre a los 10 por un cáncer y ahora, cuando una partida se tuerce, piensa en ella para buscar las fuerzas que le faltan

Victoria Díez, que acaba de ganar el Campeonato Individual de pelota valenciana, su séptimo trofeo, en el trinquete Pelayo de Valencia.Mònica Torres

Waldo, que ha sido el mejor jugador de raspall de todos los tiempos, diez veces campeón Individual, no olvida una partida de exhibición por parejas que jugó contra Victoria. En el primer lance, el mítico resto de Oliva le mandó una pelota “sencillita” a la joven de Valencia para que entrara en juego. “Y Victoria me la devolvió de esquerra per dalt y casi la hizo quinze. Me impresionó”. Victoria Díez está a tres títulos de la decena de Waldo, pero lo más asombroso es que esta chica nacida en Valencia solo tiene 22 años. Eso la ha encumbrado como la indiscutible figura femenina de la pilota, un privilegio que también tiene su condena: todo el mundo da por hecho, y así se lo dicen en cuanto la ven, una gota tras otra que va erosionándola, que ella, y solo ella, puede ser la campeona. Y Victoria, mujer de pocas palabras, sufre en silencio.

En la última edición del Individual llegó con el hombro derecho muy mermado. Aun así, durante la presentación de la final, el discurso oficial la daba ya por vencedora. Pero luego llegó la partida en Castelló de Rugat y, de repente, se vio contra las cuerdas: Ana estaba a un quinze de ganar la final. Iba por delante 20-15 y val-net. Tres pelotas de partido. Entonces emergió la figura de una gran jugadora, empujada por su leyenda, su fama de invencible -no pierde una partida de mano a mano desde 2018- y le dio la vuelta a la final. “Cuando todo apuntaba a que iba a perder, no me vine abajo. Con val-net pensé que no era la primera vez que remontaba y que este es un deporte en el que si no te hacen el último tanto, no te han ganado. Y sé que rematar ese último punto es difícil. Por eso estaba tranquila y fue el momento de la partida en el que tuve más confianza en mí. Cuando salvé el juego, me vine muy arriba, y Ana, pues al revés… (acaba en voz baja, como con miedo a ofender)”.

Pero Victoria, famosa por su timidez, se abre de par en par al encontrar la oportunidad de hablar de esa presión intangible que carga todo campeón: “Yo intento que no me afecte, pero sí que me afecta que todo el mundo dé por hecho que vayas a ganar. Es una presión que siempre está”. Es el precio de ganar siete de las últimas ocho ediciones del Individual. “Para mí todos los años han sido muy complicados y una vez conseguí el primer fris -la Feninde, una reproducción a tamaño natural del friso griego que representa el juego de pelota a mano y que se entrega a aquellos que ganan el Individual tres veces seguidas o cinco alternas, algo que ella ha logrado ya dos veces- los otros han sido más complicados mentalmente. Yo, este año (por una lesión en el hombro que mantuvo en secreto), sabía que podía perder porque iba con miedo en algunos golpes”.

Victoria piensa que a una campeona a veces le basta con parecerlo. Como aquel Lance Armstrong -antes de destaparse que era un tramposo- al que sus rivales en el Tour no se atrevían a atacarle. “A la hora de jugar se me nota súper segura y con la cabeza muy fría, pero yo sabía las limitaciones que tenía. Sé que muchas veces lo estoy pasando fatal y no se nota”.

Su primer Individual lo ganó en 2017. Fue una sorpresa. Victoria tenía 15 años. Más joven que Yamine Lamal en la Eurocopa. “Yo no era la favorita, era Ana. Dos años antes jugué contra ella y creo que le hice dos puntos. Yo iba tranquila porque era muy pequeña y para mí aquello solo era un juego. Ahora es un trabajo. Entonces no podía ni imaginarme que iba a ser profesional y que iba a ganar un poco de dinero jugando al raspall”.

Al año siguiente, en 2018, Ana recuperó su corona, pero Victoria regresó triunfal en 2019 y no ha vuelto a perder una partida. Invicta en 18 enfrentamientos. Una racha mucho más complicada de lo que piensan aficionados y organizadores. “Recuerdo ahora aquellos primeros torneos, con la inocencia de una niña, sin responsabilidades, y vives muy feliz. Ahora se junta con la universidad y he pasado periodos de más estrés y más ansiedad”.

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Victoria se ha convertido en un símbolo. Cada 8M recibe varias llamadas porque es mujer y practica el deporte autóctono por excelencia. La figura pública, además de la deportiva, también ha crecido. Esto le gusta menos. Un día se dio cuenta de quién era. “Yo creo que fue cuando gané el primer fris, en 2021. Ahí ya empecé a darme cuenta porque era la única chica que había ganado un fris”. Ahora ya es habitual que se le acerquen unas niñas a decirle que es su ídolo. Otras le piden una camiseta. Y ella no se lo termina de creer. “¿Quién me iba a decir a mí que alguien querría una camiseta mía alguna vez? Aún me parece irreal, es muy raro”.

Victoria Díez, con sus trofeos, en el trinquete Pelayo de Valencia. Mònica Torres

Victoria, una chica que inspira ternura por cómo se expresa, invierte mucho de lo que gana. Cachu, el entrenador de Tonet IV, el número uno de los hombres, es su preparador; también tiene fisioterapeuta, nutricionista y psicólogo. Antes que Cachu, su entrenador era su padre, Juan Carlos, que no había jugado al raspall en su vida. El hombre cogía una raqueta y le tiraba un pelotazo tras otro. “Al final llegó un momento en el que entendí que eso no era suficiente”.

Al principio todo valía. Victoria jugaba contra otros niños y les ganaba. Muchos se negaban a darle la mano. Ella, una niña inocente, no lo entendía. Ahora, convertida en símbolo de la mujer empoderada, sabe del peso de aquello. “Era algo muy raro. Yo solo iba a jugar, no iba a humillar a nadie. Quería ganar a mis rivales como mis rivales me querían ganar a mí. En esos momentos no entendía que a los chicos y a los padres les podría sentar mal. Ahora sigo sin entenderlo pero ya sé de dónde venimos… Es muy triste que hubiera padres que les echaran en cara a sus hijos que les hubiera ganado una chica. Espero que esto haya cambiado”.

Victoria llegó a este mundo porque en su colegio, el Tomás de Montañana, había un minitrinquet. Su hermano Carlos, su mellizo, se apuntó y ella fue detrás. El resto ya es historia. Victoria es de València, pero como aquí casi nadie es aficionado al raspall, ella se siente más asociada a Bicorp, donde ha jugado muchos años, y la Pobla del Duc, el pueblo de su madre, Rosa Victoria, que murió de cáncer cuando sus hijos tenían diez años. “Cuando ocurrió era muy pequeña y no sabes por qué pasa. No entiendes muchas cosas. Al final, con el paso del tiempo y el apoyo de la familia, aprendes a vivir con esa pérdida. No te queda otra. Me crie con mi padre y mi hermano. Ahora, cuando gano, pienso en mi madre. Todo se lo dedico a ella y sé que estaría muy orgullosa de mí”.

A su madre, cuando se descubrió la enfermedad, los médicos le dieron dos meses de vida. “Pero duró dos años y, en casa, nunca, al menos a mi hermano y a mí, nos hizo ver lo mal que lo estaba pasando. Ahora entiendes la fuerza que tuvo para mostrarse positiva. Por eso, cuando voy mal en una partida, pensar en ella me da mucha fuerza”. Su abuela Rosa aún vive y muchas veces, cuando juega cerca de la Pobla del Duc, va con varias amigas y familiares a ver las partidas de su nieta.

Victoria, con un nombre que parecía predestinada a ser una campeona, también hundió sus raíces en Berdejo, una aldea de Zaragoza con 40 habitantes, una iglesia y un castillo a casi mil metros sobre el nivel del mar. “Es un pueblecito medio abandonado que aparentemente no tiene nada, pero para mí es el lugar donde voy todos los veranos y las Navidades, y donde está mi familia por parte de padre”.

Ahora acaba de terminar Biotecnología. Al principio, con ese dolor por la pérdida materna escondido por ahí dentro, quería dedicarse a estudiar una solución para el cáncer. Pero ya ha visto que ese es un camino muy largo y muy esclavo y parece decantarse por la biotecnología ambiental. Aún no es muy consciente de que cada día está más cerca, en un año o dos, cuando acabe el máster, una decisión crucial: seguir como deportista profesional, dejar el raspall o tratar de compaginar el trabajo con la pilota. Este año ya ha vivido las consecuencias, manifestadas en ansiedad, de mezclar sus compromisos deportivos con los académicos. Y Victoria, el día después de ganar su séptimo Individual, se levantó y se fue a hacer un examen. Porque es una campeona, pero una campeona modesta.

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